Todos detrás de Momo, de Los Olimareños. Ayuí, 2018 (reedición en CD del original de 1971).

Dura un poquito más de 34 minutos, y es venerado por muchos especialistas como uno de los discos más importantes en la historia de la música popular uruguaya, pero esta primera reedición en compacto se produce 47 años después de su lanzamiento en 1971. Todos detrás de Momo, de Los Olimareños, es descrito en la gacetilla del sello Ayuí como una obra extraordinaria y revolucionaria, dos adjetivos totalmente adecuados, pero para entender por qué, y hasta qué punto, es necesario situarla en su contexto histórico. Parte de su relevancia histórica se debe a que mucho de lo que aportó en su momento, como novedad removedora que muchos rechazaron, fue aprendido luego por sucesivas generaciones, y hoy está totalmente naturalizado.

El disco se puede situar como un hito notable en la carrera de Los Olimareños, que habían empezado a grabar en 1963 y ya eran una potencia enorme en términos de popularidad e influencia; y también en el desarrollo de la canción popular politizada, si tenemos en cuenta que su año de edición fue electoral, en un ambiente fuertemente encrespado por la política económica y el autoritarismo del gobierno de Jorge Pacheco Areco, la resistencia social a este, la formación del Frente Amplio y la repercusión de las acciones que venían desarrollando el Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros y otros grupos armados. En los dos sentidos Todos detrás de Momo propuso cambios muy significativos: para el dúo formado por los guitarristas y cantantes José Luis Pepe Guerra y Braulio López, en fecunda sociedad con Rubén Lena (autor de todas las letras y coautor de toda la música), supuso un giro estilístico y un audaz esfuerzo creativo; para la “canción de protesta”, abrió varios caminos nuevos y de algún modo prefiguró, en importante medida, lo que hizo durante la dictadura el llamado canto popular. Sin embargo, quizá ninguna de las dos lecturas anteriores es la que resulta realmente fundamental para valorar esta obra. Vamos por partes.

Hasta poco antes de que apareciera Todos detrás de Momo, los murguistas trabajaban, como lo hacen hasta hoy, con repertorio ajeno, transformándolo –como todos sabemos– al cambiarle la letra y arreglarlo para que “sonara a murga” (en determinado formato de coro con solistas, con una forma de emisión de la voz característica y acompañamiento de la “batería” de bombo, redoblante y platillos), pero no cantaban composiciones propias. A su vez, lo que se identificaba como canción popular –ya fuera la de raíz folclórica o cualquier otra– no incluía nada que sonara a murga, y esto no sólo parecía lógico, sino que además la separación era reforzada por otra, sociocultural. La murga era vista por muchos como algo populachero y de escasa calidad, y aunque ya hubieran aparecido las primeras “murgas compañeras”, la expresión “ser una murga” conservaba –como hoy conserva– un fuerte significado despectivo. Sin embargo –y, en forma muy interesante, por inspiración y obra de artistas del interior–, habían comenzado a producirse transgresiones aisladas, con resultados auspiciosos. José Carbajal, El Sabalero, había presentado su entrañable evocación del carnaval de Juan Lacaze en “A mi gente”, grabada en 1969, y al año siguiente los propios Olimareños habían incluido en su álbum Cielo del 69 esa composición de Carbajal y también “Al Paco Bilbao”, de Lena, identificando a ambas como “canciones carnavaleras”, una etiqueta que tuvieron que inventar. Como tuvieron que inventar de qué modo rasguear las guitarras para emular el ritmo murguero (eligieron algo parecido al modo en que tocaban candombe en guitarra).

Pero Todos detrás de Momo fue un gran salto hacia adelante (que pudo parecer al vacío) en relación con Cielo del 69. No un par de canciones carnavaleras, sino un disco de canciones carnavaleras. Y con la batería de Los Nuevos Saltimbanquis (Coco Portugués en bombo, Liberato Brescia en redoblante, y Pocho Silva y Zurdo Acosta en platillos) de punta a punta. Y armado como una obra integral, con sus 23 temas (la mayoría de ellos breves o muy breves) presentados como una especie de suite o de “álbum conceptual” (como los que habían comenzado a aparecer en el rock desde fines de los 60, con antecedentes en otros géneros desde los 40). Todas las viñetas ligadas por distintas maneras de decir, entre una y otra, la exhortación que daba título al álbum, y de algún modo vinculadas entre sí, aunque no como un relato, sino más bien como lo que ve el público de un desfile de carnaval. Desfilan el corso, el país y, en cierto modo, el mundo, con características de grotesco, maravilla y misterio que también asemejan la experiencia de escuchar el disco a la de explorar un cuadro del Bosco. Y hay más de una idea subyacente o eje que atraviesa el disco de punta a punta.

En términos musicales, la mayor parte de lo que tocan Los Olimareños se puede ubicar en una variedad de géneros que ya formaban parte de su repertorio. Hay chamarrita, milonga, vals criollo, algo de tango y de candombe –donde la batería derrapa–, son cubano, y –en el momento más extraño– algo como rock and roll o boogie-woogie en la guitarra, acompañando un recitado en el que López imita al relator de fútbol Carlos Solé. Pero todo eso acercado al carnaval, porque la percusión está siempre, bajo distintas combinaciones de voz cantada o recitada, con o sin guitarras. Y está también el género nuevo, que no es otra cosa murgueada, sino propiamente canción murguera (uno de los ejemplos más logrados y hermosos es “Retirada”), aunque ni siquiera en esos casos los integrantes del dúo intentan cantar como murguistas; más bien mantienen su imprevisible modo de armonizar, enriquecido por un personaje entre pícaro y demoníaco de López y por inflexiones nuevas de Guerra como las de “El cuello de botella”.

En lo temático, se trata sin duda de un disco político, desde la pequeña estrella de cinco puntas pintada sobre la nariz de López en la portada hasta una de las lecturas posibles de la mayoría de las canciones, con abundantes referencias al pachecato y a sus muletillas de planeamiento y de “despegue” económico (referencias que se pueden perder hoy, como alguna a novedades para la época como el “parto sin dolor” o el pago en cuotas). Política desde lo muy sutil hasta un enérgico y solemne “es necesaria la reforma agraria”, pasando por la alegoría ingenua de la lucha antiimperialista en “El gallinero”. Sin embargo, es un fresco peculiar del año 71, que no menciona, por ejemplo, la violencia. Pone de un lado a “los grandes caballeros”, aliados con la torpeza, la banalidad o la estupidez gubernamentales, y por el otro a gente común, a veces “muchedumbre” que condena y a veces “solos con solos por todos lados”. Además, pero no por la necesidad de driblear a la censura, es un disco político que apuesta con frecuencia a la alusión y el doble sentido, y que en eso se parece a lo que tuvieron que hacer otros durante la dictadura, pero que parece elegir ese camino por gusto creativo, casi por ganas de jugar (como pasa en otros casos, sin sentido político, cuando las gallinas se vuelven gallínolas).

Al mismo tiempo, hay otras cuestiones conceptuales, menos coyunturales y perecederas, asociadas con el carnaval por el lado de los disfraces, las imposturas y las identidades falsas, con presuntos gauchos “mirando a sus ganados por campos de adoquín”, unos caballos de cartón pintado y otro que “se hace el Babieca” en busca de “una muerte inmortal”, o un abominable “disfrazado de piedra”. Y hay la sugerencia de verdades bajo las apariencias, como cuando un antiguo tópico se presenta en versión aggiornada, con una muerte que “igual al pobre y al rico les clavará el cedulón”. A veces la verdad es la crisis, la pobreza, “el campo grande y solo”; a veces “la calle” que no olvida a “los grandes caballeros”, o la muchedumbre que grita, a quien todo lo quiere rematar al mejor postor, “ya te remataremos”. Siempre, la verdad es el arte de Guerra, López y Lena, que levantó vuelo y nos dejó su estela. Todos detrás de Momo suena tan alto, antiguo y perfecto, que es imposible no tratar de mirar y aprender qué pasa, todavía, en este disco.