En el libro En busca de Kilingsor, el narrador admite: “Me propongo contar, pues, la trama del siglo. De mi siglo. Mi versión sobre cómo el azar ha gobernado al mundo y sobre cómo los hombres de ciencia tratamos en vano de domesticar su furia”. Esa apuesta es la que asumió su autor, Jorge Volpi, que ayer acaparó las portadas culturales de la prensa hispana, cuando se convirtió en el nuevo ganador del premio Alfaguara de novela 2018 (que, además de la publicación de la obra, incluye un monto económico de 175.000 dólares). Según anunció la editorial, la obra ganadora se titula Una novela criminal y se presenta como una “novela sin ficción; un género ambiguo, entre la literatura y el periodismo, entre la realidad y los recursos de la literatura, basada en un suceso muy importante entre México y Francia, conocido como el caso Cassez-Vallarta, que arrancó en 2005”. Se refiere a un oscuro despliegue que la Policía Federal mexicana hizo en diciembre de 2005, cuando detuvo a Israel Vallarta y su pareja, la francesa Florence Cassez, a los que acusó de integrar una banda criminal. Al día siguiente, los canales Televisa y TV Azteca emitieron en directo el allanamiento de los agentes, la liberación de tres rehenes secuestrados y la detención de la pareja. “En los días siguientes – comenta Volpi–, los detenidos sufrieron torturas, se les negaron sus derechos, y la lista de acusaciones fue en aumento. Pero cuando los abogados defensores captaron la inconsistencia entre los partes de detención, los videos de la emisión televisiva y la versión de sus defendidos, comenzó una carrera contra el tiempo para sacar a la luz uno de los mayores montajes policiales de la historia de México, cuyo desarrollo hizo que se tambalearan los cimientos del gobierno de Felipe Calderón”, además de culminar con un incidente diplomático entre México y Francia.

La otra era

En 1999 Volpi ya había publicado tres novelas e igual número de nouvelles, pero fue ese año que apareció En busca de Klingsor, una obra con la que se volvió una firma conocida internacionalmente. La novela ganó el premio Biblioteca Breve del sello Seix Barral y fue traducida a varios idiomas; todavía es más fácil encontrar reseñas del libro en inglés que en español. La historia tenía todo para funcionar bien en muchas partes; ambientada en los meses posteriores a la Segunda Guerra Mundial, su protagonista era un científico estadounidense que emprendía una tarea detectivesca por encargo del ejército: encontrar al misterioso superacadémico alemán que había estado detrás de las armas secretas de Adolf Hitler. Al desfile de físicos conocidos y ficticios se sumaba un enredo amoroso apoyado en la idea de indeterminación que introdujo Werner Heisenberg (con la que también jugaron los hermanos Coen en El hombre que nunca estuvo, de 2001). Nada en la novela –ni su lenguaje ni sus temas– indicaba que había sido escrita por un latinoamericano, y eso fue una especie de confirmación práctica de lo que Volpi, junto con otros colegas, como Ignacio Padilla, Eloy Urroz, Pedro Palou, Ricardo Chávez Castañeda y Vicente Herrasti, había reclamado en el “Manifiesto Crack”, de 1996: el derecho a ser literariamente cosmopolita.

Sin embargo, tanto la vida como la obra de Volpi se han movido entre la pasión por temas universales y el deber de abordar asuntos mexicanos. Lo último es claro en su faceta como ensayista, que incluye, entre otras obras, una densa revisión de los sucesos que rodearon a la masacre de Tlatelolco (La imaginación y el poder. Una historia intelectual de 1968, de 1998), una reflexión de talante más bien conservador acerca del papel de los intelectuales en la Latinoamérica del ciclo progresista (El insomnio de Bolívar, de 2009) y un trabajo de teoría literaria (El cerebro y el arte de la ficción, de 2011). La propia “trilogía del siglo XX” que inicia En busca de Klingsor deriva hacia lo local en su segunda entrega, El fin de la locura (2003): allí el centro es un analista mexicano que regresa a su país trastornado por el clima cultural del posestructuralismo y el mayo del 68 francés. De igual modo, la carrera de Volpi ha conocido esa oscilación: ha dividido su tiempo entre el puesto de agregado cultural de diversas embajadas de México en Europa y la gestión de emprendimientos culturales en su país; el más conocido de estos fue su pasaje por la dirección del Canal 22, la principal emisora educativa de la televisión pública mexicana.