_“–¿Por qué leer literatura fantástica? –Porque vivimos demasiado poco para la capacidad de soñar que nos fue asignada”.

Liliana Bodoc en la Feria del Libro de Buenos Aires, 2016_

El martes sorprendió una noticia tan triste como inesperada: la escritora argentina Liliana Bodoc había muerto en la ciudad de Mendoza, de un infarto, luego de llegar de la Feria del Libro de Cuba. De inmediato, la consternación y la desazón dejaron paso a un sinnúmero de textos que traían su palabra, en forma de fragmentos de sus libros o de ponencias y entrevistas. En todos los casos, la potencia y la calidad de esa voz firme y clara acentuaban el dolor de la pérdida: es mucho lo que se va con Liliana, a pesar de que deja tras de sí una obra magnífica, que incluye La saga de los confines (2000, 2002, 2004), Sucedió en colores (2004), El espejo africano (2008), Amigos por el viento (2011), Tiempo de dragones (2015) y la más reciente Elisa, la rosa inesperada (2017), entre muchos otros títulos.

Nacida en Santa Fe y mendocina por adopción, con La saga de los confines, una trilogía conformada por Los días del venado, Los días de la sombra y Los días del fuego, comenzó en 2000 una carrera sostenida que la erigió como revelación en la literatura fantástica –ha sido llamada “la Tolkien argentina”– y que le valió el elogio de su admirada Ursula K Le Guin: “La escritura de Liliana trae, por primera vez, un punto de vista realmente sudamericano a la fantasía puramente imaginada, a diferencia de la fantasía borgiana y la semifantasía de los realistas mágicos”, dijo luego de leer los dos primeros volúmenes de la saga, a la que Bodoc definía como “la épica de los que sufren, los olvidados, los oscuros”. Para esta obra enorme, en la que trabajó durante seis años y que apostó a editar Antonio Santa Ana para la editorial Norma, navegó en fuentes diversas, como las leyendas mapuches y aztecas, los diarios de Colón y libros de historia y antropología. Los días del venado recibió numerosas distinciones: el premio a la mejor obra literaria juvenil que otorga la Fundación El Libro en la Feria del Libro de Buenos Aires, en 2000; el premio Fantasía, ese mismo año; el primer premio de Narrativa de la Fundación Fantasía Infantil y Juvenil, en 2001; una mención especial de The White Ravens, el galardón que da anualmente el International Board on Books for Young People (IBBY), en 2002; y un lugar en la lista de honor del premio Andersen en 2000. Por otra parte, en 2004 y 2014 la Fundación Konex le entregó a Bodoc su Diploma al Mérito, y en 2016 la Universidad Nacional de Cuyo la distinguió con un doctorado honoris causa. Además, en 2008 su novela El espejo africano fue galardonada con el premio Barco de Vapor.

La firmeza y la intensidad de la palabra de Bodoc no se constreñían a las páginas de sus libros, sino que se trataba de una autora profundamente comprometida con su realidad y su tiempo. Era muy querida y respetada por colegas, lectores y editores, y también una lúcida defensora de la palabra como herramienta política: el martes, entre el mar de fragmentos de su escritura y de su palabra hablada que circularon como una forma de rebeldía tan impotente como inevitable, la especialista en literatura infantil y juvenil Natalia Porta López la recordaba diciéndole a un grupo de estudiantes de la escuela nocturna de Resistencia, Chaco, durante una visita enmarcada en el Plan Nacional de Lectura: “Lean para sacarse la bota de los patrones del cuello”.

“Donde me siento más útil es en los lugares donde los chicos se sienten privilegiados y amados porque alguna vez alguien está haciendo por ellos alguna cosa que no tenga que ver con lo utilitario. [...] Hay lugares donde claramente un libro es un milagro y así es recibido, también un escritor es un milagro allí. Estos son los lugares que en lo personal más me han conmovido. [...] Si yo pude darme el ‘lujo’ de investigar sobre las palabras y estudiar qué pasaba con las corrientes críticas en Europa, todo eso fue a costa de alguien. Entonces cuando voy a las escuelas la sensación que tengo es: ‘Vengo a darte esto que es tuyo, que también te pertenece’”, decía Bodoc.

“Ven, Wilkilén, siéntate a mi lado... Voy a contarte de una que a partir de esta noche será mi hermana y compañera eterna. No te asustes cuando escuches su nombre ni la culpes por hacer lo necesario. ¿Conoces a alguien a quien le agrade comer manzanas que pendan años y años de los árboles? Tampoco lo conozco yo. Y, dime, ¿cómo nacerían manzanas nuevas si las que ya cumplieron con lo suyo no dejaran sitio en las ramas? ¿Quién le enseñaría a quién? La hermana muerte carga con una tarea que todos comprenden pero pocos perdonan. Sin ella, los hombres no mirarían al cielo en las noches claras. Tampoco cantarían. Sin ella no existirían el suspiro ni el deseo. Sin ella nadie en este mundo se ocuparía de ser feliz”, escribió Bodoc en Los días de la sombra (2002). Pero es muy temprano para empezar a extrañarla, y van a hacer falta los libros que Liliana no llegó a escribir.