Menos de 20 películas en 46 años no son una gran producción para un director, pero en el caso de Hugo Santiago le aseguraron un lugar histórico, entre otras cosas porque la primera fue, en 1969, Invasión, con guion de Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares, que muchos consideran la mejor película argentina de la historia. En la cuarta edición del Buenos Aires Festival Internacional de Cine Independiente, en 2002, una retrospectiva de su obra lo devolvió a la atención de sus compatriotas.

Había nacido en Buenos Aires, y allí realizó estudios universitarios de filosofía y literatura, pero a los 20 años viajó a París con una beca del Fondo Nacional de las Artes, donde fue discípulo y asistente nada menos que de Robert Bresson, antes de volver a su país, donde realizó dos cortometrajes (Los contrabandistas, 1967, con Federico Luppi; al año siguiente Los taitas, con Lito Cruz) y luego Invasión, estrenada en el festival de Cannes. La historia, mezcla de fantasía y policial noir, se desarrolla en una ciudad sitiada llamada Aquilea, fácilmente identificable con Buenos Aires pero no del todo, y desde 1985 decidió revisitar aquel mundo imaginario con una trilogía: Las veredas de Saturno, El lobo de la costa oeste (2002) y El cielo del centauro (2015).

Después de Invasión volvió a Francia, donde filmó en 1974 Los otros, de nuevo con guion de Borges y Bioy, sobre un hombre que sufre diversos cambios al investigar la muerte de su hijo. En El juego del poder (1979) dirigió a Catherine Deneuve como una detective privada en otra trama extraña. En los años 80, produjo “objetos audiovisuales” a partir de obras preexistentes de diversas disciplinas, y en la década siguiente, “documentales de arte” que abarcaron desde Beethoven a Maria Bethânia. Ayer murió en París.