“Ahora estoy mejor que nunca”, confiesa el bajista Aaron Puente. Entre satisfecho y atareado, repasa su agenda de la semana, llena de ensayos y presentaciones. La música ha sido la mitad de su vida, y ahora la mitad de esa mitad está ocupada por conciertos en bares y restaurantes privados.

Cuando en 2011 el gobierno cubano comenzó una nueva apertura a los emprendimientos individuales, era difícil calibrar hasta dónde llegaría la onda expansiva. El denominado “trabajo por cuenta propia” hoy abarca 12% del empleo en la isla, y ha conllevado transformaciones en la estructura social y las leyes. De paso, también empieza a influir en la producción y el consumo cultural.

El ejemplo más evidente es la música en vivo. Pero antes de continuar, entendamos algo. En cualquier otro lugar del mundo, no sería noticia que el propietario de un bar contratara a un cantante o una banda. Sin embargo, en Cuba, donde la cultura se considera “escudo y espada de la nación”, algo cambió definitivamente desde que ese propietario –y no una entidad estatal– puede decidir si una noche habrá salsa, trova o reguetón.

“Depende del dueño y las ideas que tenga”, confirma Mary Paz Fernández, percusionista y DJ. Aunque a veces los escenarios resultan muy estrechos, o el audio no es el ideal, para ella lo fundamental es la oportunidad. “Ayuda, porque de cualquier manera es un espacio que te están dando; la gente te va conociendo más”.

Con su proyecto de electropercusión, o junto con otros músicos, Mary Paz suele presentarse en el Corner Café y la Flauta Mágica, sitios que cuentan incluso con programación semanal. Otros, como el bar Espacios y el Esencia Habana, también se posicionan con una cartelera renovada. La palabra de orden: diversidad. Hasta el hip hop, que por tanto tiempo ha sido el “pariente pobre” de la música cubana –por la escasez de difusión y reconocimiento– ha encontrado en los bares particulares otras pistas donde disparar sus rimas.

Quizá esta sea la atmósfera perfecta, además, para una jam session. Porque la energía y los colores del jazz saben mejor en chiquito. Y apostar por el que algunos todavía califican de “género culto” ayuda a saldar viejas deudas.

“Yo lo veo súper bien, porque aquí se le da mucha publicidad a la salsa y al reguetón, pero la promoción del jazz es muy pobre”, comenta Aaron. A su juicio, los músicos no consideran este trabajo algo menor que lo que hacen en las salas y clubes tradicionales.

Por lo general, el sector privado paga mejor que las instituciones estatales, y así es también para los artistas. Como en otras actividades, uno de los principales avances reside en eso que los economistas llaman “dinamización de la oferta”. Roberto Carcassés, líder de la banda Interactivo, se suma al grupo de entusiastas: “Tener más posibilidades siempre me parece muy bueno”.

Con muchos poquitos

La obra Harry Potter: se acabó la magia, del grupo de teatro El Público, ha tenido funciones durante más de un año. Se trata de una puesta en escena que lleva las marcas inconfundibles de su director, Carlos Díaz. Despliegue de vestuario y escenografía; textos hilarantes, agudos, polémicos. De los 22 patrocinadores, 16 son negocios por cuenta propia. Rancys Valdés, dueña del restaurante Castas&Tal, se convirtió en mecenas por casualidad. A ella le interesa el teatro y ha seguido la trayectoria de Díaz, con quien comparte algunos amigos. Cuando él le pidió ayuda para la producción, le gustó la idea y dijo que sí. “No lo hice esperando ningún provecho. La gratificación para mí fue ver la obra, que me encantó”. Cada quien aporta lo que puede. Al unirse varios patrocinadores, la idea se materializa “con muchos poquitos”.

Iniciativas como esta suelen surgir de manera espontánea, aunque faltan estímulos. Todos ganarían si, por ejemplo, los pequeños propietarios recibieran algún tipo de beneficio fiscal cuando contribuyen a causas culturales y comunitarias. “Cuando las personas tienen un poco más de dinero, quieren arreglar su casa o hacer ciertas cosas –señala Rancys–. José Martí decía: ‘Ser cultos para ser libres’, pero hay que ser prósperos para ser libres. Luego de establecer el negocio, cuando uno ha logrado sus metas personales, puede tener la libertad de colaborar con algunos proyectos sociales”.

Por otro lado, no sobra insistir en que el pacto entre artistas y público es sagrado. El recordatorio se justifica por una obra estrenada en 2014, donde los personajes acordaban verse en un restaurante que, casualmente, figuraba entre los patrocinadores. Uno de ellos mencionaba la dirección exacta del lugar, además de que los tragos estaban buenísimos, etcétera.

“Creo que las actividades por cuenta propia y su participación en la cultura llegan a aportar; no creo que vengan a disminuir, ni a competir, ni a entrar en contradicción con nada”, opina Johannes Abreu, doctor en Ciencias Económicas y especialista en industrias del arte. Tal vez lo más difícil esté en regular –de manera flexible y abierta– los emprendimientos relacionados con las artes. En estos momentos existen unas 80 productoras audiovisuales independientes, y otros tantos sellos discográficos y galerías, sin una legislación que las ampare explícitamente.

No obstante, ese debate queda relegado, porque desde agosto último no se otorgan licencias para nuevos negocios; una pausa que no debería prolongarse mucho más, habida cuenta del impacto del sector privado, más allá de la economía, sobre toda la vida social cubana.

Y mientras tanto, se mueve. “Hay muchas cosas que hacer –añade Rancys, entusiasta–. A lo mejor hay otros proyectos en los que a uno le interese cooperar. Si puedo, ¿cómo no lo voy a hacer?”.