En 1971 un analista militar estadounidense –y, en secreto, pacifista– llamado Daniel Ellsberg copió una serie de documentos clasificados gubernamentales que demostraban que desde las altas esferas del gobierno de Richard Nixon ya consideraban perdida la Guerra de Vietnam. Sin embargo, aun así seguían dejando morir soldados (y matando, obviamente), con la sola intención de retrasar la humillación internacional de asumir la derrota. La difusión de estos documentos, conocidos como The Pentagon Papers (los papeles del Pentágono) tuvo una importancia crucial en la oposición a la guerra y en la retirada definitiva de las tropas de la península indochina, y además significó el primer gran escándalo del gobierno de Nixon, que profundizó su enfrentamiento con la prensa y sentó un precedente para lo que luego sería el Escándalo Watergate, revelado por el diario The Washington Post, que forzó la renuncia del presidente.

En la revaloración que se hace en la actualidad –en particular en el ámbito cinematográfico– del rol del periodismo como fiscal del corrupto Nixon, se ha rescatado en particular a Ben Bradlee, el editor de The Washington Post durante esos tiempos turbulentos y quien impulsó la publicación de los papeles del Pentágono en su diario, historia que se narra en The Post. Esta película se centra exclusivamente en ese asunto y detiene las acciones justo antes de lo ocurrido en el hotel Watergate, que ha sido tratado ampliamente por el cine, especialmente en la definitiva Todos los hombres del presidente (Alan J Pakula, 1976).

Steven Spielberg, un cineasta afecto a las grandes reconstrucciones históricas, sobre todo cuando sirven como metáfora o metonimia de problemas actuales, escogió el caso de los papeles del Pentágono con la clara intención de reflexionar sobre el presente y sobre la importancia de la prensa como contralor del poder político. Para aprovechar el atractivo de Ben Bradlee como personaje y ligarlo con mayor facilidad con el más conocido caso del Escándalo Watergate, The Post hace una pequeña trampa, y si bien no lo afirma, da la impresión de que The Washington Post fue el epicentro de la difusión de los documentos sustraídos por Ellsberg, cuando en realidad fue The New York Times el que los hizo conocer en un principio. El rol posterior del diario de Bradlee fue digno e importante, pero Spielberg evidentemente prefirió soslayar el protagonismo de The New York Times para explotar la mitología más popular del Post, lo que dio como resultado este film comprometido y de nobles intenciones, aunque algo mecánico y lejos de lo mejor del director y de su elenco.

Mano a mano

Desde el punto de vista cinematográfico, The Post se plantea como un encuentro entre gigantes de Hollywood al reunir a la pareja protagónica más prestigiosa de la generación dorada del cine de las décadas de 1970 y 1980 (Tom Hanks y Meryl Streep), dirigida por el más célebre de los directores de esa generación. Desde las fotos promocionales se nota que el principal atractivo del film para el público común es la oposición de sus actores, que son el mayor activo y gancho que tiene la película. Respecto de los hechos narrados y más allá del balance general, Hanks es el que mejor funciona como eje. Al personaje del carismático Ben Bradlee le corresponde un papel para el que el actor hace un enorme esfuerzo de imitación de todos los gestos faciales y tics verbales de un editor que se hizo muy mediático, no sólo por su histórico rol en el Escándalo Watergate, sino también por su notable expresividad y personalidad arrasadora.

El esfuerzo metódico de Hanks termina siendo una de esas actuaciones que suelen ser premiadas con un Oscar, pero que en realidad nunca es creíble; Bradlee –por lo que se ha visto en documentales– era un personaje muy atractivo y simpático, pero con un aura recia que siempre le ha sido esquiva a Hanks, un actor dúctil pero rara vez cómodo en los roles de autoridad, y que en términos artísticos puede considerarse un error de casting de la película (vale la pena compararlo con el trabajo de Jason Robbards en el mismo rol en Todos los hombres del presidente: a pesar de parecerse menos en lo físico, Robbards capturaba mucho mejor la personalidad de Bradlee).

En cambio, Streep está sorpresivamente bien. Es decir, es obvio que Streep ha sido una de las grandes actrices de Hollywood de los últimos 40 años, pero en la última década –como también les ocurrió a varios de sus contemporáneos, como Robert De Niro y Dustin Hoffman– sustituyó el naturalismo histriónico que la había destacado por la metainterpretación, la mímesis forzada de la que hablábamos antes en el caso de Hanks. En el siglo XXI Streep parece haber buscado, más que la convicción y la suspensión del descreimiento,la exhibición personal de “Meryl Streep como Margaret Thatcher”, “Meryl Streep como una sufragista”, “Meryl Streep como la peor cantante de todos los tiempos”; en vez de profundizar en la capacidad de desaparecer dentro de un personaje, ha ofrecido en su lugar el despliegue exhibicionista de su capacidad actoral. Esto puede ser un gran atractivo para sus fans, pero es frustrante e irritante para quienes están un poco saturados de su omnipresencia y su intensidad dramática.

En The Post la actriz está extrañamente contenida y hasta frágilmente discreta en su rol de Katherine Graham, la dueña del diario y una figura que tuvo la responsabilidad final de varias de las decisiones editoriales, aunque fue más bien ajena a los entretejidos directamente periodísticos de los casos que enfrentaron a The Washington Post y la administración Nixon. Un personaje no necesariamente atractivo, al que se ha intentado dar un poco de color por su condición de primera mujer directora de un gran medio estadounidense, al que Streep dota de muchos matices y detalles, en su mejor actuación en mucho tiempo. Por desgracia, Spielberg no la ayuda mucho en la sutileza de su trabajo, girando como un trompo con la cámara alrededor de la actriz cuando su personaje tiene que tomar una gran decisión (para dar una bastante obvia sensación de vértigo) y haciéndole primeros planos exagerados que el desempeño de la actriz no necesita.

Sin embargo, quien termina robándose la película con muchos menos minutos en pantalla es el colosal Bob Odenkirk –el Saul Goodman de Breaking Bad (2008) y Better Call Saul (2015)–, que interpreta a Ben Bagdikian, el periodista que hizo de nexo entre The Washington Post y Daniel Ellsberg, y quien fue el equivalente a Carl Bernstein y Bob Woodward en el Escándalo Watergate.

Odenkirk exuda autoridad y seriedad periodística, y sin ningún esfuerzo hace olvidar que ahora no es el abogado malandra de la televisión. También tiene la suerte de que Spielberg le asigne algunas de las escenas más memorables, en particular una en la que, en un intento de mantener la seriedad ante la posibilidad de conseguir los documentos de Ellsberg, Bagdikian pasa una situación de tensión en un teléfono público, uno de los pocos momentos en que el más bien automático Spielberg demuestra que es un director diferente.

Esas escenas notables son las que resaltan la funcionalidad profesional y más bien deslucida –aunque narrativamente ágil– de The Post, una película en la que eso que se dice, y lo que significa, para su realizador es mucho más importante que los logros artísticos, lo que da como resultado un film un tanto acartonado y convencional. De cualquier forma, y teniendo en cuenta que la intención del director es la de exaltar la importancia de una prensa autónoma y valiente, en estos tiempos en que la profesión está bastante cascoteada, digamos que hay que recomendarla efusivamente y considerar otras apreciaciones como detalles superfluos.

The Post: los oscuros secretos del Pentágono (The Post). Dirigida por Steven Spielberg. Con Tom Hanks, Meryl Streep y Bob Odenkirk. Estados Unidos, 2018.