En 1963 Stephen W Hakwing se desempeñaba como estudiante de doctorado bajo la tutela de Dennis Sciama, una figura fundamental para la cosmología contemporánea. Pero no estaba lo que se dice contento; además de algunos problemas de salud crecientes, el joven aspirante a físico sentía que no estaba lo suficientemente preparado en matemática como para trabajar con soltura en las ecuaciones de la relatividad general (la teoría fundamental de la cosmogonía, entonces, y todavía ahora) y que hubiese preferido contar como director de tesis a Fred Hoyle, un astrónomo controvertido y acaso genial, que además había escrito algunas novelas de ciencia ficción.

Entonces le diagnosticaron esclerosis lateral amiotrófica, una enfermedad que ocasiona la muerte de las neuronas que comandan los músculos voluntarios. No había cura y su esperanza de vida, en un diagnóstico primario, se cifró en dos años.

Después resultó que la enfermedad avanzó más lentamente de lo que había sido estimado, pero todo era incierto, y se sabía que la mayoría de los afectados por ella moría cuando la respiración se veía afectada. Hawking sufrió una depresión –ya para entonces su habla comenzaba a hacerse difícil de entender– y gracias a la insistencia de Sciama logró superarla y reintegrarse a sus estudios.

La muerte demoró 55 años en alcanzarlo. Hasta el momento la familia no ha revelado las causas específicas del deceso, pero sí que Hawking –quien hacia 2009 ya conservaba apenas la posibilidad de mover ligeramente algunos músculos de su cara, y con ello activaba su software de síntesis de voz y los controles de su silla de ruedas– murió “en paz”.

Pero volvamos a los 60: transcurridos tres años del diagnóstico, Hawking obtuvo su doctorado (en matemática aplicada y física teórica y se especializó en relatividad general y cosmología) con una tesis que sería esencial al conocimiento de los agujeros negros y las singularidades del espacio-tiempo.

Años después, con más éxitos en astrofísica y cosmogonía en su haber, la enfermedad hizo una movida brutal. Cuando Hawking contrajo una neumonía, en 1985, fue necesario practicarle una traqueotomía y aumentar los cuidados, hasta el punto de que el físico y su esposa Jane tuvieron que plantearse la internación en una casa de salud, cosa que finalmente decidieron evitar. Pero los costos de un servicio de enfermería estaban más allá de lo que podían permitirse, así que fue necesario buscar más ingresos. Surgió la idea, entonces, de escribir un libro de divulgación científica. Por supuesto que, aparte de la fe que podía tenerse en el talento de Hawking como escritor, era nada más que una apuesta que podía salir mal. Por suerte para todos, no fue así, y en 1988 A Brief History of Time: From the Big Bang to the Black Holes (en español la traducción quedó más intensa y concentrada: Historia del tiempo) se convirtió en un éxito de ventas (el propio Hawking diría que alguien le había contado que cada ecuación que pusiera en su libro dividiría a la mitad el número de sus lectores; fue así que incluyó apenas una, la célebre E=mc2).

Tres décadas más tarde, el libro ocupa un merecidísimo lugar entre los clásicos contemporáneos de divulgación científica. Y para muchos, entre los que me cuento, Historia del tiempo señaló el origen de un interés apasionado por la ciencia, particularmente por la astrofísica, que en algunos casos se quedó en apetito por la divulgación, ese “lado de acá” de lo que hacen los científicos, por decirlo de alguna manera. También, para quienes carecemos de una formación técnica adecuada, será lo máximo a lo que podamos acercarnos, tanto en la fascinación por ciertas interrogantes, como en el trabajo sobre ellas y las respuestas posibles: todo eso –quiero insistir en vueltas del término “pasión”– es fácil de encontrar en el libro de Hawking: la curiosidad, la intensidad, el sentido de la maravilla que late oración tras oración.

Singularidades

Sin duda, lo ideal sería que la exposición de los aportes de Hawking a la astrofísica y la cosmología los describiera un entendido y no un mero curioso, pero baste, en todo caso, señalar que a partir del trabajo de Hawking los astrofísicos entendieron mejor el alcance de la relatividad general postulada por Albert Einstein y, por tanto, se acercaron a una descripción más satisfactoria del universo a gran(dísima) escala. El concepto de “agujero negro” (estado final en la evolución de las estrellas más masivas) y su relación con las “singularidades” (puntos del espacio-tiempo con densidad infinita y masa inmensa en los que las herramientas de la física colapsan), ciertas características de estas últimas y, a partir de ellas, el intento de unificar la relatividad general con la mecánica cuántica (el estudio de lo más pequeño, las interacciones de las partículas y las fuerzas fundamentales como excepción de la gravedad) para describir una “gravedad cuántica” y, por tanto, una “teoría unificada” o “teoría del todo”, son ejes de los múltiples aportes de Hawking al conocimiento científico. Buena parte de estos, por cierto, están expuestos con asombrosa claridad en Historia del tiempo, así como –en un sumamente didáctico enfoque historicista– la mecánica newtoniana, la relatividad general y la mecánica cuántica, todo lo que confluye en la propia obra de Hawking y sus colegas contemporáneos.

Después del éxito de su primer libro de divulgación, en 1993 Hawking publicó una colección de ensayos (Black Holes and Baby Universes) y, en 2001, El universo en una cáscara de nuez, que actualizaba Historia del tiempo y ofrecía un examen más detallado (y, por tanto, más difícil, aunque para nada inaccesible) de algunas hipótesis de vanguardia no consideradas en el primer libro, entre ellas la Teoría de Cuerdas, la Supragravedad y la más abarcativa Teoría M. Siguió con Sobre hombros de gigantes (2002), una compilación de textos clásicos de la física (piezas de Nicolás Copérnico, Johannes Kepler, Galileo Galilei, Isaac Newton y Einstein) comentados por Hawking, quien sumó además cinco ensayos sobre sus aportes personales y las líneas de vanguardia de la física.

Sus últimos libros fueron Dios creó los enteros (2005), una historia de los grandes avances en la matemática; The Dreams that Stuff is Made of (2011), un compilado de artículos históricamente significativos de Niels Bohr, Max Planck, Werner Heisenberg y Max Born, también anotados por Hawking; y su autobiografía My Brief History (2013). Quizá sea justo señalar que Historia del tiempo y El universo en una cáscara de nuez son sus obras de divulgación realmente perdurables; del mismo modo, entre los libros escritos en coautoría, cabe destacar a El gran diseño (2010), junto a Leonard Mlodinow, en el que ambos autores reflexionan sobre temas de filosofía en general y epistemología en particular (“la filosofía ha muerto”, se declara provocadoramente en la introducción) y vuelve a aparecer la pregunta por la existencia de Dios, un tema que es dable rastrear en todos los libros de Hawking. De hecho, ya en Historia del tiempo señalaba que si un modelo posible del universo (basado en la noción de “tiempo imaginario”, aquel medido por múltiplos de la raíz cuadrada de menos uno) era efectivamente adecuado, entonces no habría necesidad de pensar en una deidad creadora: “En cuanto el universo tuviera un principio, podríamos suponer que tuvo un creador. Pero si el universo es realmente autocontenido, si no tiene ninguna frontera o borde, no tendría principio ni final: simplemente sería. ¿Qué lugar queda, entonces, para un creador?”.

A la vez, provocadoramente, el mismo libro terminaba (hecha la excepción de los breves apéndices biográficos sobre los actores fundamentales de la historia de la física) señalando que si conociéramos esa “teoría unificada” que mencionaba más arriba, entonces también conoceríamos “el pensamiento de Dios”. En cualquier caso, en 2014 Hawking señaló que cuando escribió ese pasaje se refería a “saber todo lo que Dios sabría si existiera, pero no existe”.

Pocos científicos de la segunda mitad del siglo XX –se puede pensar en Carl Sagan, pero no en muchos más– han trascendido el ámbito de sus disciplinas para acceder a una presencia tan marcada en la cultura popular. Cabe mencionar a modo de prueba, entonces, apariciones memorables de Hawking en Star Trek: The Next Generation (jugando al póquer con Newton, Einstein y Data en el holodeck del Enterprise D, en un episodio de la temporada seis), en Los Simpson (“Homero, encuentro tu teoría de un universo con forma de rosquilla intrigante”, acaso sea la más recordada de sus cuatro apariciones: entre las temporadas 10, 16, 20 y 22), en “Keep Talking”, de Pink Floyd (del disco The Division Bell, de 1994), en Futurama y The Big Bang Theory, además de que permitió el uso de su voz sintetizada por computadora para la película biográfica La teoría del todo, de 2014, basada en las memorias de Jane, su primera esposa.

En algún momento fue un lugar común (y con esto jugaba la partida de póquer en aquel capítulo de Star Trek) comparar a Hawking con Einstein y plantear que de alguna manera el primero había “superado” al último, quizá como Einstein había “superado” a Newton. Se trata de una hipérbole, pero esto no desmerece de modo alguno el impresionante aporte de Hawking al conocimiento científico. Y el que se dedicara además a hacer “bajar” (a “democratizar”, diríase) ese saber hasta el público más general no hace sino aumentar su estatura en la historia del pensamiento. Somos muchísimos, entonces, quienes lo despedimos con enorme gratitud por las tantas maravillas que su trabajo nos ayudó a conocer.