Después de casi un cuarto de siglo de trabajos dispersos, el ciclo de historietas que el guionista inglés Alan Moore le dedicó al escritor estadounidense Howard Phillips Lovecraft (1890-1937) se cerró el año pasado. O, por lo menos, alcanzó un primer gran cierre con el final de Providence, probablemente la novela gráfica más original (no necesariamente la mejor) de cuantas se han hecho sobre la obra de aquel maestro del horror. La peculiaridad de Providence es que se trata al mismo tiempo de una adaptación –o más bien una reformulación– de la obra de Lovecraft y, al mismo tiempo, de una precuela y una continuación de obras anteriores del británico (lo que se relaciona también con el modo en que esa obra es reformulada).

El excéntrico Moore, nacido en 1953, es uno de los grandes responsables de que la historieta haya llegado a ser considerada un arte. Sus trabajos más popularizados son los que tuvieron adaptación al cine, siempre con su oposición, como Desde el infierno (Allen y Albert Hughes, 2001), La liga extraordinaria (Stephen Norrington, 2003), V de Vendetta (James McTeigue, 2005) y Watchmen (Zack Snyder), y los aficionados al cómic pueden agregar a la lista muchos otros títulos: entre ellos Batman: la broma asesina (1988). Lovecraft nació y murió en la ciudad de Providence, publicó en revistas de género y con eso nunca logró ganarse la vida, pero sí un pequeño y fiel grupo de lectores, entre los que había varios escritores. Sus cuentos y novelas cortas establecieron lo que August Derleth bautizó como “Los mitos de Cthulhu”, un universo de ficción lleno de antiquísimos, poderosos y horrendos seres cósmicos, que fue ampliado por sus seguidores (Cthulhu es una de tales entidades).

Entre los elementos recurrentes en sus obras está el Necronomicon, un libro ficticio del siglo VIII que Lovecraft atribuyó a “el árabe loco Abdul Alhazred”, y en el que supuestamente se habla de esos seres primigenios y de rituales para invocarlos. Luego se publicaron varios libros reales con ese nombre y contenidos diversos, que van desde los relatos hasta la magia negra. Los interesados en curiosear pueden fijarse, sin ir más lejos, en los textos titulados Necronomicón que se ofrecen mediante el sitio Mercado Libre.

Una de las características de los relatos de Lovecraft es que nunca terminan de revelar cómo son esos seres ni en qué consisten los horrores que descubren los protagonistas, sino que los esboza mediante apuntes parciales y analogías improbables, dejando mucho a la imaginación del lector. Ese recurso, que potencia la sensación de lo terrible más que cualquier descripción detallada, es uno de los más apreciados por los admiradores del escritor, que se fueron multiplicando en el siglo XX y entre los que hubo figuras tan dispares como Jorge Luis Borges, Robert E Howard (el creador de Conan) y William S Burroughs. Y es también una de las dificultades más importantes para adaptar la obra de Lovecraft al cine, el cómic o cualquier otro medio que utilice imágenes.

El primer trabajo de Moore relacionado con Lovecraft entre los que nos ocupan fue The Courtyard (el patio), un texto publicado en 1994, que fue adaptado por Antony Johnston con asesoramiento del autor y lanzado como cómic en 2003, dibujado por el estadounidense Jacen Burrows como todas las demás historietas que se comentan en esta nota. Le siguieron Neonomicon (publicado en 2010 y 2011) y Providence (de 2015 a 2017), directamente guionados por Moore. La relación entre estas obras tiene sus complicaciones, ahora aminoradas para los lectores en español con la disponibilidad de dos ediciones de Panini, una que reúne The Courtyard y Neonomicon, y otra que incluye Providence completa.

Las tres transcurren en un mundo cuyas diferencias con el nuestro no se deben sólo a la presencia de seres fantásticos, sino que se extienden al terreno de “lo normal”. The Courtyard y Neonomicon están ambientadas en este siglo, con agentes del FBI que investigan asesinatos relacionados con cultos esotéricos, y terminan involucrados mucho más de lo que esperaban. Providence cuenta la historia de Robert Black, un periodista que, en 1919, resuelve viajar en busca de la cara oculta de Estados Unidos con la ambición, compartida por tantos, de escribir “la gran novela americana”. En el desarrollo de estas obras se va viendo el plan de Moore para homenajear a Lovecraft por la vía de recrear, expandir y resignificar las historias de su mundo ficcional. En algunas ocasiones invierte las valoraciones del estadounidense o las ubica en nuevos contextos; en otras, introduce y muestra detalladamente lo que él soslayaba, eludía o rechazaba. Así, mientras que a Lovecraft no le gustaba ni oír hablar de sexo, en Neonomicon hay una orgía, más de una violación y relaciones con monstruos, y el moroso estilo narrativo del guionista, combinado con la fría y detallada línea de Burrows, producen una secuencia que dura un capítulo y medio y que desafía la resistencia del lector (como lo había hecho Moore, junto al dibujante Eddie Campbell, en Desde el infierno, cuando ambos dedicaron un capítulo entero a mostrar cómo Jack el Destripador destazaba meticulosamente a una de sus víctimas).

A su vez, el personaje de Black, homosexual y judío, representa mucho de lo que menos aceptaba Lovecraft, notorio racista y homófobo. Esto se vuelve particularmente interesante cuando ese periodista ficticio conoce a Lovecraft, y se entabla una relación de mutua admiración entre ellos.

Cada uno de los diez primeros capítulos de Providence termina con ocho o diez páginas de prosa manuscrita, que reproducen el cuaderno de notas de Black. El personaje cuenta lo que le ocurrió antes, durante y después de los acontecimientos del episodio, de un modo que va revelando su intimidad y sus conflictos. Así, Moore complementa lo que se ha narrado en las páginas de historieta con los temores, sorpresas, inseguridades, miedos, extrañezas y, sobre todo, pujas consigo mismo del protagonista. A medida que este avanza en su investigación, y entrevista a distintas personas en busca de los rastros de un libro presuntamente maldito que no es el Necronomicon, se encuentra con cosas cada vez más raras, sórdidas, amenazantes o directamente sobrenaturales. Lo notable es que la mente racional de Black le hace bloquear el sentido de sus experiencias, o justificarlas con argumentos a veces inverosímiles. El lector es así testigo de cómo el personaje se engaña a sí mismo, como defensa ante el horror que insinúa o evidencia lo que va descubriendo. Este mecanismo estuvo muy presente en la obra de Lovecraft, y lo que Black va encontrando tiene múltiples referencias a lo narrado por el escritor, pero sucede antes de que este escribiera sus textos. Las situaciones y los nombres de personajes pueden aparecer con modificaciones (y esto se explica hacia el final), pero ahí están las matrices de lo que se cuenta en “El color que cayó del cielo”, “El método de Pickman” (ambos de 1927) o La sombra sobre Innsmouth (1931), entre muchos otros escritos de Lovecraft.

Por ese motivo, Providence es una obra que requiere cierta investigación paralela o mucha memoria de parte de lectores especializados en Lovecraft y en autores relacionados con él (en particular, Arthur Machen y Robert Chambers). Soy uno de los que googlearon apasionadamente y se valieron del obsesivo blog Facts in the Case of Alan Moore’s Providence, en el que se señalan referencias y conexiones de cada una de las viñetas de ese cómic, así como de las de Neonomicon y The Courtyard.

Moore incluye, además en estos libros, muchos de los elementos con los que siempre ha jugado: conceptos jungianos, el tiempo como plano y no como una secuencia, abstracciones matemáticas, elementos simbólicos que aparecen en numerosas ocasiones, guiños culturales, juegos de palabras y metalecturas, combinando como es su costumbre diversos recursos narrativos. Y a todo eso se suma el tema de la capacidad del lenguaje y las creencias para determinar lo que es “real”. Así, el guionista produce una de sus obras más caprichosas y elitistas después de Promethea (1999-2005). Elitista en el sentido de que es ante todo para cierto tipo de lectores, que poseen conocimientos necesarios para decodificar las abundantes referencias y comprender algunos enredos de la trama.

Quienes prefieran seguir el orden cronológico de publicación y entrar en el juego de comprensión retroactiva planteado por Moore leerán primero The Courtyard, luego Neonomicon y finalmente Providence. Un itinerario más lineal por la trama comienza con Providence hasta llegar el capítulo 11 (que es un recorrido por breves descripciones de hechos a lo largo de varias décadas), y pasa luego a The Courtyard y Neonomicon, antes de seguir con la última parte de Providence.

Esta forma de narrar, que espera tanto del lector, es un lujo que se puede dar Moore, todo un mito viviente de la literatura en general. De la edición original en inglés se vendieron cantidades relativamente bajas, pero fue presentada con diversas variantes, apuntando específicamente al mercado de coleccionistas y especialistas en Lovecraft, que no forman multitudes pero sí son personas muy fieles y dedicadas, el tipo de lector que demanda el viejo Alan.

Providence, tomos 1 al 3; y Neonomicon, de Alan Moore y Jacen Burrows. Panini Comics, España, 2016-2017. 176 páginas cada uno.