Siempre ha negado que la poesía sirviera para “otra cosa”. Cree que cada verso tiene su propia tarea, que “no requiere ideologías ni propicia fanatismos”. Y que la poesía no se inculca, sino que se trata de una “experiencia”. Estas son algunas máximas de Ida Vitale, la poeta uruguaya que hace un tiempo comenzó a recibir una sucesión de destacadísimas distinciones, desde los premios Octavio Paz y Alfonso Reyes hasta el Reina Sofía –conocido como el Cervantes de la poesía– y el Max Jacob (en 2016 fue la primera sudamericana en recibir este galardón francés). Hoy, en el marco del Día Internacional de la Poesía, la Academia Nacional de Letras decidió homenajearla (a las 19.00, en el Museo de Bellas Artes Juan Manuel Blanes): luego de la presentación a cargo de Wilfredo Penco y Rafael Courtoisie y de la lectura de poemas por los actores Jorge Bolani y Estela Medina, Vitale conversará con el público.

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Esta gran poeta de la generación del 45 uruguaya, que cultivó la traducción y la crítica, dirigió la revista Clinamen y fue una ensayista que colaboró con Marcha e integró el equipo de Vuelta –la decisiva revista de Octavio Paz–, admite que en el proceso creativo “la frustración siempre viene después”. Y que la duda “está desde el principio”, ya que el único recurso “es no dejar dormir las cosas y verlas como si leyeras las de otro. Es decir, con un poco de maldad”.

Tal vez por eso José Bergamín advirtió que su pulso da “fuego a sombra, en la ceniza llama”, y tiempo después Julio Cortázar le rindió un sincero “Gracias por ser vos, por tu poesía ceñida y necesaria”.

Desde el comienzo, a su obra la distinguió tanto el rigor formal como versos eruditos despojados de efectismo, que trazan una personalísima resonancia poética. Entre la memoria, el sueño incierto y el poder de la distancia, Vitale ha consolidado una persistente búsqueda de la perfección.

De hecho, como señaló la académica Beatriz Vegh (cuando integró el jurado del premio Cervantes 2017, al que la poeta ha sido candidata en varias ocasiones), la crítica literaria se ha encargado de señalar la calidad y la intensidad de una escritura que le permite “en la brevedad de un poema, de un relato o de un párrafo ensayístico, conversar poética e íntimamente con su lector en torno a lo más cotidiano y a la vez lo más hondo del meditar y del sentir”, “pasando por sutiles andariveles de pensamiento y erudición”.

En cuanto al género que más trabajó –también escribió obras en prosa, como El ABC de Byobu (2004)–, el año pasado, frente a un gran auditorio español, recordó que, en verdad, a ella nunca le dijeron que debía leer poesía. “A mi familia no le interesaba. Pero creo que a los niños hay que tentarlos, darles la oportunidad de que se enteren de que hay otra manera de escribir”, sostuvo. Recordó el momento en que una practicante le dictó un poema que no comprendió, “y quizá no entenderlo me incentivó, igual que los libros escritos en francés o en italiano me llevaron a querer aprender la lengua para leer. La poesía tiene una posibilidad de atracción propia cuando llega el momento”, señaló.