La banda Spoon, formada en la artísticamente extravagante ciudad de Austin (Texas) en 1993, llegó un poco tarde para sumarse a la notable e inquieta generación del rock indie estadounidense de principios de los años 90, generación que tuvo como más notorio exponente a Nirvana, pero de la que también formaron parte decenas de bandas más osadas en lo musical, que transitaban el pop y el rock buscando una personalidad propia. Spoon fue y es una de esas formaciones con voz y estilo propios, y consiguió destacarse a pesar de que, en el momento en que emergió, la corriente musical se estaba alejando de los grupos que utilizaban texturas intrincadas de guitarras, y melodías y letras trabajadas, y atrajo sobre sí una atención que la convirtió en una de las bandas favoritas de la crítica en los últimos 15 años. Su seguidilla de discos editados para el sello Merge en ese período –entre los que se destacan particularmente Girls Can Tell (2001) y Ga Ga Ga Ga Ga (2007)– ha sido razonablemente exitosa en ventas y recibió la aclamación de la crítica en medios especializados, a tal punto que los álbumes se ubicaron casi siempre en las listas de los mejores correspondientes al año en que se editaron.

En 2017 iniciaron una nueva etapa con el lanzamiento de su primer disco para el sello clásico del rock independiente de los 90 –Matador– titulado Hot Thoughts, en el que desarrollan una vertiente más rítmica, y excéntricamente bailable, que en sus obras anteriores. La gira de presentación de este trabajo es la que los traerá a Uruguay, donde tocarán en La Trastienda (Fernández Crespo 1763) el jueves 15 de este mes. Será una gran oportunidad de ver a una de las mayores –aunque no masivas– bandas del rock estadounidense actual.

Hace unos días pudimos conversar con Britt Daniels –guitarrista, vocalista y principal compositor de la banda– sobre el momento actual de Spoon y los gustos sobre los que se formaron.

–¿Es la primera vez que vienen a América Latina? ​ –No, ya estuvimos un par de veces. Nunca en Uruguay, pero sí un par de veces en Buenos Aires, en San Pablo, en Santiago...

–¿Hubo algo que te llamara la atención, alguna diferencia con el público estadounidense? ​ –En Argentina el público es muy suelto y no tiene miedo de demostrar que le gusta la música. Como un tipo que está arriba del escenario, aprecio mucho eso. Funciona en ambas direcciones: vos ves que eso está pasando y te resulta más fácil hacer un buen show.

–Ustedes son muy detallistas y elaborados en la producción de sus discos. ¿Cuál creés que es la principal diferencia entre sus grabaciones y los espectáculos en vivo? ​ –En el show en vivo sólo tenés la posibilidad de hacer una toma... Pero en este disco y este show en particular pusimos mucha atención en cómo una canción se continúa en la otra. Es lo más cerca que podemos estar de un show “épico” de rock, cambiando un poco el orden de las canciones de Hot Thoughts.

Hot Thoughts ha sido definido como el disco dance de la banda, y de hecho tiene mucho de funky. ¿Esa era la idea desde el principio? ​ –Yo siempre quise hacer un disco para bailar, pero no pensé que fuera eso lo que estábamos haciendo esta vez. Para mí era un disco de rock que no se apoyaba en las guitarras, sino en los teclados, los procesadores, las cuerdas y cosas así.

–Los bajos suenan mucho como los del pop de los años 80.

–Sí... cuando pienso en los mejores discos de esa década, pienso en la sucesión de discos que sacó The Cure, los que editaron de 1980 a 1987 [Seventeen Seconds, Faith, Pornography, The Top, Concert: The Cure Live, The Head on the Door y Kiss Me, Kiss Me, Kiss Me]. Fue una época mágica en lo musical, y no sé si se les ha dado el crédito que se merecen a todas esas cosas sorprendentes que estaban ocurriendo. Sí, es una gran inspiración para mí.

–Venís de Texas, que tiene –en términos de rock independiente– una larga tradición de bandas muy extrañas, desde los 13th Floor Elevators a los Butthole Surfers. ¿Crées que Spoon es, de alguna forma, parte de esa tradición? ¿Hay algo propiamente “texano” en su música? ​ –Tal vez... Cuando me mudé a Austin –yo crecí en un pueblo chico [Temple, de unos 50.000 habitantes y a unos 100 kilómetros de Austin]–, uno de los motivos, si no el principal motivo, era la escena musical de la ciudad. Pero los grandes en Austin en aquel momento eran Stevie Ray Vaughan, los Fabulous Thunderbirds y Willie Nelson; me gustaban y los respetaba, pero ninguno de ellos hacía el tipo de música que yo quería tocar. Lo que yo estaba pensando en relación con Austin eran los 13th Floor Elevators y Roky Erickson, y la música que estaba editando el sello Trance Syndicate [creado por el baterista de Butthole Surfers, King Coffey]. Ese tipo de cosas raras. Recuerdo haber ido a ver a los Butthole Surfers y a los Flaming Lips; era la clase de música a la que le tenía más afecto.

–¿Fue por eso que elegiste a Dave Fridmann [habitual colaborador de Flaming Lips y Mercury Rev, que fue bajista de esta última banda] como productor del disco? ​ –Sí, él ha hecho muchos trabajos buenos además de sus produciones para los Flaming Lips, pero fue especialmente por un par de discos con ellos que él hizo, y también por The Great Destroyer [2005], de Low, y The Woods [2005], de Sleater-Kinney, que eran un tipo de discos en los que había una buena calidad de canciones y Dave las presentaba sólidamente, pero al mismo tiempo haciendo todo lo posible para hacer mierda el sonido, hacerlo tan raro y grande como se pudiera, y eso me hizo pensar: “En una de esas, tendríamos que trabajar con este tipo”.

–Ustedes salieron en un momento particular del rock indie, cuando las bandas del estilo del sello Matador (Pavement, Sebadoh, Yo La Tengo) habían pasado un poco de moda, pero antes de que llegara la generación de The Strokes o The White Stripes. ¿Se sentían un tanto aislados en ese momento musical? ​ –Nirvana tuvo su explosión en 1991, y nosotros empezamos a tocar juntos en 1993 pero no sacamos álbumes hasta 1996. Los sellos discográficos primero habían pasado de Nirvana a Green Day o Weezer, y en ese momento ya estaban para bandas tipo Papa Roach, así que cuando llegamos ya había un espíritu de que estábamos en la nuestra; no teníamos mucha relación con la música que se estaba produciendo, y nadie nos dio pelota. Cuando aparecieron The Strokes, ya hacía un tiempo que andábamos en la vuelta, pero ellos volvieron el centro de la música hacia un lugar más raro, más rockero, más punk, y eso nos ayudó.

–Pero ustedes siempre tuvieron una orientación un poco más británica en su sonido.

–Me gusta ese tipo de sonido. Cuando estaba creciendo, todos los discos buenos venían de Inglaterra... The Cure, Julian Cope, Wire... De vez en cuando había una banda estadounidense que me gustaba, pero no tanto como The Clash o Sex Pistols: mis preferidos eran todos ingleses. Me sentí desilusionado cuando tenía 18 años y lo nuevo que venía de allá era Oasis. Es una relación extraña la que tengo con Inglaterra, pero me he inspirado mucho en las bandas de allá.

–Leí que tu padre es un coleccionista de guitarras. Contame sobre eso.

–Sí, él toca la guitarra y tiene un montón de guitarras –en su mayoría acústicas, pero también un par de eléctricas–, tiene un gran garaje y las guarda ahí... Yo también tengo ese hábito. De hecho, ahora tengo más guitarras que él.

–¿Alguna vez le robaste alguna?

–Tal vez una... y la perdí. Me había prestado una guitarra española para una de nuestras grabaciones. Él sólo estuvo en un par de bandas muy chicas que esencialmente tocaban en fiestas de garaje. Nunca se hizo profesional, pero siempre estaba mirando la televisión y tocando la guitarra.

–Mark E Smith [compositor y cantante de The Fall] murió hace unos días. ¿Era él también uno de tus héroes ingleses?

–Sí, era una personalidad tan grande... Hubo un tiempo, cuando estábamos haciendo nuestro primer álbum [Telephono, de 1996], en el que no había nada en Austin tan cool como Wire, The Fall y Gang of Four, y eso era lo que queríamos hacer. Él era el más cool de todos, y yo afané de sus letras, que eran fantásticas. Llegué a verlo en vivo un par de veces y estoy seguro de que va a ser extrañado.