Esta película está a medias entre varios caminos. Es una sensación extraña porque, por un lado, parece que no arriba a ningún puerto y, por otro, si lo pensamos bien, deja la sensación especial de una obra bien particular, con un clima, un sentido, y una forma de operar que es sólo suya.

El tono es de un naturalismo estricto, salvo por el hecho de que la subnarración en voz over tiene un tonito un poco “literario”, pese a manejar un lenguaje estrictamente popular acorde con el personaje que habla. Esencialmente, tenemos la biografía de un obrero del interior de Minas Gerais. De joven, Cristiano hizo una breve incursión en el crimen (intentó robar un auto) y por ello se comió un año en prisión. Luego deambuló por un montón de municipios haciendo todo tipo de pequeños servicios: recolección de mandarinas y tomates, construcción, carga y descarga, arreglo de motores, y un empleo como obrero metalúrgico. La película sigue su deambular entre un ámbito y otro, se detiene en los distintos paisajes, contemplados por la cámara con imparcialidad; ya sea una bucólica escena campestre o un humeante y ruidoso barrio industrial, todo tiene su modesta belleza, nada deslumbra. La mayor parte de la película está ambientada en Ouro Preto, pero no vemos nunca ninguno de sus muchos atractivos turísticos. Escuchamos algunas charlas entre amigos que hablan del trabajo, filosofan sobre la vida, disfrutan con entusiasmo de una cantarola. En esa vida itinerante las personas importantes vienen y se van: Cristiano conoce y admira a Barreto, pero este se muere enseguida; desarrolla una gran amistad con Nato, pero luego, por determinada circunstancia, tiene que huir de la ciudad y no lo ve nunca más, ni vuelve a saber de él; se reencuentra con Cascão –su ex compañero de celda–, que le consigue el trabajo en la fábrica, pero a los dos meses echan a Cascão y se va de la ciudad; establece un vínculo amoroso aparentemente sólido con Ana, pero luego de un aborto involuntario la pareja se desarregla y Cristiano se muda a Ouro Preto, aunque se siguen carteando y ella confirma que lo ama –pero él no reacciona–.

Esta historia tiene un prólogo: luego de que Cristiano es hospitalizado, André, un muchacho del barrio, va a su casa a recoger ropa y documentos y descubre un cuaderno donde el obrero escribió sobre su vida. Algo suscita la curiosidad de André, que regresa a la casa de Cristiano expresamente para leer esa autobiografía. Así, vemos la vida de Cristiano en flashback mientras escuchamos, en su voz, fragmentos del texto.

João Dumans, uno de los guionistas y directores de este film, fue el guionista de La ciudad donde envejezco (2016), que comparte varios puntos con Arabia: el naturalismo estricto, la ubicación en Minas Gerais y el hecho (extraobra, pero significativo) de que ganaron el Festival de Brasilia en años consecutivos. La ciudad donde envejezco es tremendamente aburrida y anodina; esta es mucho más interesante e intrigante.

Cine obrero

Es una película esencialmente obrera, lo que es poco común, ya que sólo una minoría de películas se ocupan de la mayoría de la humanidad. Y la combinación de clase trabajadora, interior de Brasil y cine de carretera hace pensar en la reciente Boi neon (2015, Gabriel Mascaro). Las conversaciones son muy buenas: hay una, por ejemplo, en que Cristiano y un colega hablan sobre qué cosas son un placer cargar (ración para peces –la bolsa es enorme pero resulta ser bien ligerita–, colchón de espuma) y qué cosas son horribles (cemento –que es pesadísimo–, sal –quema la piel–, leña, tejas). El enigmático título de la película parece tener su origen en un chiste contado por Nato: un sheik necesita cinco obreros, pero de los buenos, esos que trabajan duro y hacen el servicio. ¿Dónde los puede conseguir? En Brasil, obvio. Contrata a cinco que son considerados ideales, pero el avión hace un aterrizaje forzado en el medio del Sahara. Los obreros miran alrededor y sólo ven arena. Uno comenta: “¡La puta que lo parió! ¿Te imaginás cuando traigan el cemento?”.

Pocos minutos después, hay una secuencia de montaje en la carretera con música incidental tunecina. Junto al mencionado chiste, este es el otro elemento que podemos vincular con el título. Uno podría buscar una explicación metafórica, pero sería algo medio tonto (la vida de un laburante como Cristiano es como la de los obreros del chiste). La idea del título, aparte de responder a una forma de denominar que se puso de moda luego de París, Texas (Wim Wenders 1984), más bien parece suscitar cierta intriga, esquivar lo obvio.

El prólogo es desconcertante. Tenemos el largo plano de los créditos de presentación, con André andando en bicicleta al sonido de una canción folk estadounidense; luego nos introducen en detalles de la vida de André (el hermanito enfermo, los padres ausentes, la tía que lo cuida) y tenemos varios primeros planos de él meditando y fumando. Todo eso son indicios de que André cumplirá alguna función importante o, al menos, de que la lectura de las memorias de Cristiano lo afectará de cierta manera. Pero no: André sólo vuelve a aparecer como parte del flashback, cuando Cristiano comenta que conoció al sobrino de su única amiga. La película termina en el momento en que se lee la última línea que Cristiano llegó a escribir, y nunca vemos a André después de haber leído toda –o parte de– la autobiografía.

Al inicio del periplo por localidades y trabajos, Cristiano conoce a un viejo militante que ayudó a organizarse a los campesinos del lugar, y gracias a él ahora sus condiciones son mucho mejores. “No paso hambre, como pasaba mi padre”, comenta el que le cuenta la historia. Eso deja en Cristiano –según cuenta en sus memorias– una profunda impresión, que jamás olvidó. Uno pensaría que la película va a asumir un perfil militante, pero no: en ningún momento Cristiano se va a preocupar por el aspecto político. Es más, de manera algo desconcertante, luego de haber tenido esa charla, vemos que las condiciones de trabajo en la plantación son pésimas (Cristiano trabaja tres meses y no le pagan nunca).

Independientemente de la postura personal del personaje de Cristiano, la película fue descrita como una especie de denuncia de las condiciones de vida de los trabajadores. Pero no lo es tanto, salvo por constatar que el trabajo obrero es arduo, fatigoso, y muchas veces no muy saludable. Hacia el final, hay un momento en que tiene ganas de que la fábrica explote, un sentimiento muy explicable frente a un trabajo tan enajenante como el suyo. Pero parece un sentir impulsivo, no una noción política articulada o, aunque sea, intuida. Cristiano, más bien, parece llevarse por la inquietud de recorrer “el mundo”, es decir, los múltiples parajes de Minas Gerais (un estado cuya superficie es tres veces la de Uruguay, y con una población de 21 millones). En ninguno de esos lugares parece tener dificultades para conseguir trabajo y, salvo por esa primera mala experiencia en la plantación de mandarinas, logra llevar su vidita. Cuando pasa mucho tiempo sin trabajar, se aburre.

Esa indefinición puede sentirse, según el ánimo del espectador, como una carencia frustrante o una interpelación estimulante. El espectador está constantemente preguntándose cuál debería ser su posición, y nunca encuentra una respuesta satisfactoria. La personalidad de Cristiano es curiosa; varias de las conversaciones son una delicia; las canciones de las cantarolas o las que suenan como música incidental son muy lindas, y casi todas son significativas y se vinculan con las cosas que ocurren. Hay unos planos-almohada que son como bellas naturalezas muertas, cuidadosamente iluminadas y compuestas.

La voz over establece cierta distancia: uno nunca está propiamente en cada una de las situaciones y momentos. Las escenas son casi ilustraciones, aclaraciones o complementos de lo que cuenta la voz del diario. Sin embargo, hay algo de conmovedor en la personalidad de Cristiano, y en ese impulso por moverse, que tampoco se explica mucho. Él parece sentirse solo, pero es imposible tener compañía y raíces si se pasa yendo. Extraña a Ana, pero luego de sus declaraciones de amor por carta, no vuelve a ella. Es más: nunca sabremos exactamente qué es lo que siente por ella, salvo que la recuerda con intensidad. Nunca se ex plica por qué decide no volver (su trabajo en la fábrica de telas en que Ana era empleada era mucho más agradable que en la metalurgia).

Hay varios aspectos de la narrativa que son esquivos, lacónicos. ¿Cuál fue el percance de salud que lleva a la hospitalización de Cristiano? “El obrero que se muere en un accidente laboral” sería algo esperable en una película de denuncia social, pero nunca se aclara qué le pasó, y cuando lo llevan en la camilla no se ven rastros de sangre; tampoco se muere, sino que entra en coma, y no sabremos cómo sigue la cosa.

Otro ejemplo es la escena del atropellamiento: vemos a Cristiano manejando la camioneta y escuchamos el ruido. En el plano siguiente, lo vemos arrastrando algo, que inferimos que es un cuerpo (¿humano? ¿bicho?), pero el ángulo no nos permite ver de qué se trata. Cuando cambiamos de ángulo, ahí es la oscuridad la que no nos permite ver. Tendremos que llegar a conclusiones a partir de lo que él hace después (es decir, huye, con miedo a volver a ir en cana, indicio de que mató a una persona).

La mayoría de los actores tiene pocos o ningún antecedente. Es muy probable, por la autenticidad de sus rostros y formas de hablar y moverse, que no sean actores profesionales, sino gente de la región puesta a actuar roles cercanos a su vida real. A ninguno le toca ningún gran desafío de actuación, pero dentro de esos límites, están todos muy bien. Eso nos ayuda a viajar un poco, con agrado y con inevitable melancolía, en compañía de Cristiano.

Arabia (Arábia), dirigida por Affonso Uchôa y João Dumans. Con Arístides de Souza, Renata Cabral, Murilo Caliari. Brasil, 2017. Cinemateca 18.