“En este volumen conviven tres libros”, anuncia la contratapa de la última publicación de Alejandro Ferreiro, que salió a fines del año pasado. En la palabra “libros”, que no es inocente, puede leerse cierta aprensión a definir en términos demasiado exactos las tres piezas que componen La velocidad del entusiasmo. ¿Son cuentos largos?, ¿novelas cortas?, ¿poesía?, ¿narrativa?, ¿teatro? Esa inestabilidad, lejos de ser un punto débil, es la principal fortaleza de Ferreiro, que constantemente juega con las expectativas del lector.

No obstante, “Algo que flota”, que abre el tomo, es un relato bastante convencional en la forma, con personajes definidos, un argumento, etcétera. Así, aunque siempre lo sobrevuele el misterio y se abisme en el espacio borroso entre lo dicho y lo callado, entre la ensoñación y la vigilia (en sus referencias elididas a Alicia a través del espejo, de Lewis Carroll, 1871), a grandes rasgos respeta la estructura narrativa clásica. Aunque no necesariamente por eso, este texto (el único que había aparecido en solitario, publicado originalmente en 2005 por la editorial Artefato) pierde en el conjunto. Ferreiro, que tiende hacia una prosa poética lúdica, por momentos abusa de los recursos líricos, sobre todo deslizamientos semánticos o de las fonéticos. Así, retruécanos del estilo “Tengo que acordarme de olvidarme. Tengo que olvidarme de acordarme”; falsas oposiciones como “En realidad eso le preocupa más que nada. Más que todo”; o versos rimados como “El tiempo que pasa y que todo lo mata. / El tiempo que viene y todo lo va”, se suceden y logran, por momentos, hastiar al lector y, sobre todo, dejarlo afuera, porque en algún sentido pueden ser leídos como meros ejercicios de exhibición y, a la vez, de ocultamiento, característicos de un tipo de literatura impersonal. Estos procedimientos, que se extienden de algún modo en el siguiente texto, “Repelús”, opacan por momentos auténticos hallazgos verbales, que, por otra parte, abundan.

Desarticulaciones

En “Repelús” ya empieza, felizmente, a desarticularse la escritura. De forma velada sitúa al narrador personaje en la cama de un hospital y, mediante breves frases, presenta las observaciones del inmóvil, por medio de un proceso que de algún modo asemeja el fluir de la conciencia perfeccionado por James Joyce y Virginia Woolf en la primera mitad del siglo XX. En este caso, sin embargo, la conciencia aparece no como un desbocado río que desafía la gramática, sino como una serie de relampagueos erráticos, enfermos, que se pueden emparentar con la escritura epigramática. De pronto se enciende y leemos: “Por momentos parecería que el futuro es una obligación”, blanco, y otra vez: “Escucho el noticiario”. Ese ir y venir por la mente del padeciente prepara al lector para el texto que cierra el volumen, a todas luces el mejor logrado.

El vuelo

Así como el nombre de un personaje (pero no necesariamente el personaje) de novelas anteriores de Ferreiro, como Todo lo quieto sueña moverse (2006), puede reaparecer en Pavura (2013), frases atribuidas al protagonista de “Algo que flota” sirven como epígrafes de los otros dos textos, que establecen con aquel una serie de lazos discretos que potencian, en todo caso, la indeterminación que rige este volumen. No sabemos bien dónde están los personajes, quiénes son, por qué hacen lo que hacen, cómo participan (si lo hacen) en las otras narraciones: conocemos apenas algunas circunstancias que se van revelando de a poco y nunca del todo. Por medio de esa indeterminación (de ese no tener que explicar lo superficial, de quedarse con algo así como una esencia) es que Ferreiro alcanza su libertad: cuando más juega con las formas (versos, prosa), con los paratextos (notas al pie, títulos), cuando más deja a las palabras en una suerte de discurrir controlado, más altura alcanza. Y la metáfora no es ingenua: la tercera sección, que comparte nombre con el libro (y tiene como subtítulo “Boceto oracular en tres pactos”), nos encuentra en un viaje en globo aerostático, posible antípoda de la caída de Altazor (Vicente Huidobro, 1931).

Ahí Ferreiro combina en justa medida su fuerza expresiva, su imaginación y su capacidad reflexiva para lograr un texto híbrido y cambiante que logra profundidades y súbitas iluminaciones. En cierto punto, en uno de los apartados publicitarios que cortan el “normal” discurrir de estos fragmentos, se dice: “La escritura se construye con la escritura” y en esa sentencia se puede encontrar una clave de lectura para este final (y, acaso, para el libro todo), construido mediante una montaje de retazos de voces y visiones, una escritura (“Lo real de un texto no mora fuera del texto”) en la que lo gozoso del acto mismo de escribir pasa a primer plano y se convierte en una celebración.

La velocidad del entusiasmo, de Alejandro Ferreiro. Montevideo: Penguin Random House, 2017. 221 páginas.