–¿Cómo surgió tu inquietud por investigar el vínculo entre arte y feminismo?

–Fue hace muchísimos años: soy feminista desde los 17 años y ya cumplí 50. Una gran parte de mis proyectos son feministas, y cuando no lo son –o cuando no cuentan con un discurso pretendidamente feminista– siempre procuro la paridad entre los artistas. Esto me interesa muchísimo porque en el arte las mujeres han estado muy ausentes a lo largo de la historia. Y no porque no tuvieran validez artística, sino porque fueron excluidas de la enseñanza, de la educación, de los centros de elaboración del saber y el pensamiento, de los círculos de poder. Y no pudieron estudiar en las escuelas y facultades hasta fines del siglo XIX. Me interesaba recuperar toda esa invisibilización de sus trabajos junto a una nueva genealogía de las mujeres. A partir del siglo XX, y en la segunda oleada de los feminismos, las mujeres se incorporaron masivamente al mundo del arte. Sin embargo, se mantuvo la discriminación y la ausencia a nivel internacional. En MAV [Mujeres en las Artes Visuales] hemos realizado varios informes sobre su situación en el sistema artístico: hay una minoría que cuenta con exposiciones, puestos de dirección o curadurías, aunque somos mayoría en las facultades de arte. Nos empezamos a preguntar qué era lo que estaba sucediendo si en la base de la pirámide había tantas pero según ascendías comenzaban a ser minoría. Cuando indagamos en los distintos puntos del sistema vimos que en algunos casos los que seleccionaban quién dirigía un museo eran comisiones o jurados con mayoría de hombres. Es necesario visibilizar a las mujeres, y no sólo darlas a conocer porque lo sean sino también porque en sus obras elaboran un discurso feminista. Por eso es esencial ofrecer recreaciones y representaciones de la mujer desde distintas miradas que no son la masculina hegemónica, sino las de nosotras mismas.

–¿Esa es la esencia de la muestra?

–La exposición se organiza con siete bloques temáticos internos. Hay un apartado de violencia de género y otros que abordan los clichés de la femineidad. Y hay artistas que trabajan sobre los estereotipos, evidenciándolos. Dos españolas integran un bloque de parodias de esos clichés que nos han impuesto los sistemas culturales sobre cómo debemos ser, y utilizan el humor para deconstruirlos. Hay otro grupo que se refiere a las identidades múltiples, y la española Marina Núñez tiene un trabajo sobre nuevas identidades. En España también hay mujeres lesbianas deconstruyendo visualmente el estereotipo de la lesbiana agresiva, machona, que viste camisa de leñador y no se maquilla. Se trata de romper con las etiquetas, y eso se está plasmando en las obras visuales. También hay un bloque de narrativas corporales, trabajos sobre el cuerpo. Mara León presenta uno muy contundente: ella sufrió una mastectomía y fue al hospital público español a pedir que le reconstruyeran el pecho. Le dieron 730 días de plazo –o sea, dos años– para hacerlo. Entonces ella creó un proyecto que se llama 730, ese plazo tan brutal: fotografiaba su torso desnudo y cada día iba a pegar la imagen en el hall del hospital. Así fundó un movimiento y forzó que le hicieran la reconstrucción. Aquí, todos los trabajos que exponemos son fotografías de su rostro angustiado, rodeado de moscas, marcado, y las fotos de su cuerpo con un pecho menos que organizó en forma de calendario. Con el tiempo creó este movimiento de mujeres mastectomizadas a las que fotografía para luchar por la reconstrucción de sus pechos. De modo que es un movimiento social y reivindicativo pero a la vez artístico, porque está haciendo obras con mujeres desnudas que autoafirman su cuerpo.

–En ese sentido, ¿cómo fue tu experiencia en centros de referencia como el Pompidou o la fundación Cartier?

–Viví en París en los años 90, y allí conecté con muchos artistas. En esa época hubo una gran muestra en el Pompidou dedicada al arte más experimental que se había gestado desde los 60 hasta entonces. Y había artistas feministas muy interesantes. Ahora me planteé que Feminisarte debía ser fundamentalmente iberoamericana, porque es interesante ver cómo mujeres de continentes tan distintos comparten las mismas temáticas. Hay un techo común de vivencias, de discriminaciones, de conductas, del hecho de ser mujer en el mundo. La puesta en común fue la pretensión inicial.

–¿Cómo creés que dialoga el movimiento feminista moderno con el actual?

–Gracias a que existió el feminismo de los años 60 y 70 es que hoy estamos debatiendo estas cosas. Y muchas reivindicaciones de aquella época siguen vigentes. Por ejemplo, en España no hubo ley de divorcio hasta 1981, y hasta el año anterior había una legislación retrógrada con respecto a la mujer, con ideas que hasta hoy persisten en las mentes de muchos. Además de los cánones sobre el cuerpo de la mujer, la juventud y la belleza. Otro ejemplo: la operación más extendida en Japón es la de “desachinarles” los ojos a mujeres. Esto se da por las revistas, la publicidad, los modelos de belleza expandidos del mundo anglosajón (rubias, Barbie) que imperan y son aplastantes. Muchas los reproducen porque implican éxito o ligar más, pero son brutales porque van en contra de la mujer múltiple y diversa. Todo eso es muy tiránico e impositivo. En lo artístico, a partir de los 60 y de comienzos de los 70 la mujer artista reivindicaba más el cuerpo. En aquella época –y ahora– se reclama el derecho al aborto, a la sexualidad sin maternidad, los derechos sobre el propio cuerpo. Hacer valer el propio cuerpo era fundamental. A partir de los 80, con el posmodernismo, los feminismos también comenzaron a incorporar como herramientas el humor y lo paródico, y ahora eso coexiste con la seriedad: el drama y la ironía. Junto al trabajo del cuerpo se añadieron los estudios y la identidad de género.

–¿Identificás algún quiebre en las transiciones democráticas? Algunos teóricos plantearon el riesgo de la institucionalización de los movimientos.

–Es que el feminismo es plural. Hay unos más reivindicativos y otros más ligados a determinados partidos, que reclaman declaraciones y derechos. Eso está muy bien, pero quizás no ahondan. Y hay otros que van más allá. Es lo que en su momento [Michel] Foucault llamaba la microfísica del poder en las relaciones sociales, amorosas, interindividuales, profesionales.

–La chilena Nelly Richard advierte lo compleja que a veces se vuelve la paridad, ya que el hecho de que haya mujeres ocupando puestos de poder no implica que sean “capaces de alterar la simbólica dominante del poder”. ¿Este es otro desafío a atender?

–Claro. Se trata de estar en pie de igualdad en los núcleos de poder, pero no imitando. Porque el hombre siempre ha guerreado y matado, y esa no es una forma deseable de comportamiento ni de estar en el mundo. Queremos estar en el poder pero de otra manera. Que esa otra manera también se expanda, y que pueda haber hombres sensibles y conscientes que rechacen a su vez a la masculinidad estereotipada.