La comprensible expectativa por el megaespectáculo que Roger Waters traerá a Montevideo a fines de 2018 quizá haya opacado la visita de otro artista de, al menos, igual relevancia cultural e histórica: David Byrne se presentará mañana en el Teatro de Verano.
La afirmación puede sonar exagerada, y es cierto que es imposible hacer comparaciones o medir objetivamente aportes en el terreno artístico. Pero estamos hablando de alguien que tuvo un rol central en el nacimiento del punk, el pospunk y la new wave, que contribuyó a borrar las barreras entre música “para bailar” y “para pensar”, que ayudó a la idea de un pop global no sólo anglosajón, que incorporó el diseño y las artes visuales al mainstream rockero y que sigue siendo uno de los principales pensadores de la música y la cultura popular.
David Byrne es todas estas cosas, además de artista visual, director de cine, teatro y danza, compositor musical para todas esas disciplinas, diseñador, curador, divulgador, escritor y teórico. Digamos que su obra ha sido una parte relevante de la cultura occidental de los últimos 40 años.
Podría decirse que todo empezó con Talking Heads, la banda que, aunque dejó de existir hace 30 años, sigue siendo una de las razones principales por las que David Byrne es quien es.
Byrne conoció a Tina Weymouth y Chris Frantz en la escuela de diseño de Rhode Island, donde los tres estudiaban. Juntos formaron Talking Heads alrededor de 1975. Muy poco después se unió Jerry Harrison.
Los cuatro se radicaron en Nueva York en una época especialmente fermental en materia cultural, cuando el ambiente artístico más contracultural, además de compartir lugar geográfico y pobreza, tenía cantidad de cruces interdisciplinarios. Talking Heads se hermanó con un conjunto de bandas muy distintas entre sí, pero que tenían influencias e inquietudes comunes. Junto a ellos estaban los un poco más experimentados Patti Smith y Television y los noveles The Ramones y Blondie. Todas estas bandas, más otras como B52’s, compartieron escenario en el hoy mítico boliche CBGB en Manhattan, formando una movida muy heterogénea que, pese a ser bastante marginal, marcó musical y estéticamente al rock de fines de la década de 1970 a ambos lados del Atlántico. Byrne y sus compañeros de banda compartían con los otros artistas su admiración por The Velvet Underground, Iggy Pop, el garaje rock y el pop de Phil Spector de los años 60, admiraban a los más cercanos Suicide, New York Dolls y Modern Lovers, y tenían como “enemigo” común al rock entonces mainstream que llenaba estadios y era difundido en la radio.
Estéticamente, Byrne y sus amigos parecían la contracara de sus compañeros de ruta. Talking Heads aparentaba estar lejísimos de la estética punk avant la lettre de Television y Blondie o de la pose rocker “años 50” de The Ramones. Pero su aparente falta de escena exagerando su pinta de nerds de clase media era tan extraña y vanguardista como la de sus colegas, e igual de estudiada. Musicalmente, el primer Talking Heads era un deudor bastante directo de Modern Lovers. No en vano Jerry Harrison, el músico con más experiencia de la banda, había sido parte del grupo de Jonathan Richman en su primera encarnación, de 1970 a 1974.
David Byrne, letrista de la banda, compartía el gusto de Richman por encontrar lo raro en la supuesta normalidad de pueblo estadounidense, si bien era mucho menos positivo y optimista que este. Tenía un humor absurdo y surrealista y una visión muy irónica de su país adoptivo (nació en Escocia, pero vivió desde los ocho años en Estados Unidos). Su origen de estudiante de arte y diseño impregnó desde el inicio su propuesta musical, no sólo en la ya mencionada estética aparentemente casual. Con los años, es posible ver que Talking Heads fue tanto una banda como un proyecto artístico conceptual; algo que se haría mucho más patente en discos y, sobre todo, en shows posteriores.
Sus dos primeros discos, Talking Heads: 77 (1977) y More Songs about Buildings and Food (1978), fueron muy bien recibidos y siguen siendo una excelente muestra de pop inteligente, melodías inesperadas y letras muy particulares. Pero el grupo ampliaría mucho sus miras en su siguiente disco, Fear of Music (1979), producido, como el anterior, por el británico Brian Eno.
Fear of Music abre con un tema que, además de anunciar lo que la banda desarrollaría en su siguiente álbum, es una perfecta síntesis de los aportes del grupo. “I Zimbra” musicaliza un texto del poeta dadaísta Hugo Ball (1886-1927), compuesto por onomatopeyas y palabras inventadas, con una mezcla de funk, polirritmia africana y sonidos “experimentales” cortesía del guitarrista invitado Robert Fripp (fundador de King Crimson) y el productor, Eno. Es una mezcla perfecta de música pop bailable con vanguardia musical y literaria. Por el mismo lado van “Life During Wartime” y “Cities”.
El disco es el más oscuro del grupo, en particular su lado B, con las excelentes “Air”, “Heaven” y “Animals”. Es interesante apreciar lo que Eno estaba haciendo casi contemporáneamente a su trabajo con Talking Heads. El ex Roxy Music había colaborado con David Bowie en los discos Low (1977), Heroes (1977) y Lodger (1979), y había desarrollado su concepto de música ambient en los discos Discreet Music (1975) y, sobre todo, Music for Airports (1978). Hay varios aspectos comunes entre esos discos y Fear of Music, como el tratamiento de los sonidos, las texturas, las repeticiones climáticas o cierta abstracción poco común en la música pop.
La dirección insinuada en Fear of Music se radicalizaría en el siguiente álbum, Remain in Light (1980), también junto a Brian Eno. Enormemente influenciada por el pop africano, especialmente por el nigeriano Fela Kuti, la banda basó sus composiciones en largas improvisaciones apoyadas en riffs, y no en cambios armónicos, que luego fueron cortadas y armadas en el estudio para dar forma a las canciones. El método era una mezcla de las polirritmias hipnóticas de la música africana con la técnica de “recorte y pegue” del naciente hip hop. También es muy probable que Brian Eno trajera a consideración la obra de los alemanes Can y Neu! y su música basada en las repeticiones de células rítmicas. Y en el disco también son fundamentales los aportes del guitarrista Adrian Belew y las profundizaciones de Byrne en las técnicas de escritura automática (recuerden a Hugo Ball y “I Zimbra”), radicalizando su estilo como letrista.
Con ese disco, Talking Heads –que aún sigue sonando moderno, fresco y sorprendente– llegó al punto más alto de creatividad y comenzó a acrecentar su popularidad, que aumentó aun más con el siguiente, Speaking in Tongues (1983), que incluía la canción “Burning Down the House”.
Esa excelente etapa quedó documentada en la que sigue siendo considerada una de las mejores películas (si no la mejor) de un show musical: Stop Making Sense (1984), dirigida por Jonathan Demme. El talento de Demme para meternos dentro del show y de la performance de la banda es fabuloso y revolucionario. Pero también es increíble el concepto del espectáculo creado por Byrne, que parte del despojamiento total de un escenario vacío y va incorporando músicos, equipos y escenografía tema a tema mientras la música y la banda crecen en integrantes y energía. Algunas escenas de la película –que sólo sucede dentro del show, sin escenas previas, reportajes ni casi filmaciones del público– son ya parte de la cultura popular y han sido largamente imitadas, como el comienzo con David Byrne cantando “Psycho Killer” con su guitarra acústica y un radiograbador, o el famoso traje que se va haciendo cada vez más grande, hasta el absurdo saco gigante con el que el músico canta “Girlfriend is Better”. La banda, aumentada por el legendario tecladista Bernie Worrell, el guitarrista Alex Weir, el percusionista Steve Scales y las cantantes Ednah Holt y Lynn Mabry, está, además, en un momento musical superlativo.
Solo y acompañado
Entre Fear of Music y Remain in Light, Byrne trabajó con Eno en un proyecto musical que llevaría las experimentaciones de esos álbumes a terrenos aun más abstractos. El disco My Life in the Bush of Ghosts, editado en 1981, maneja las mismas técnicas e influencias de Remain in Light (Fela Kuti, hip hop, música electrónica), pero dejando de lado el formato canción. Muchos años antes de que la edición digital hiciera mucho más sencillas las técnicas de “recorte y pegue” de sonidos, Byrne y Eno construyeron estas composiciones mezclando instrumentos “reales” con “objetos encontrados” de muy diversa índole. El arte encontrado en este caso –además de las percusiones no tradicionales– fueron las voces de predicadores evangelistas radiales, políticos, cantantes libaneses y coros eclesiásticos, que hacen las veces de cantantes del álbum.
El teórico
Cada disco, recital o videoclip de Talking Heads o de la posterior etapa solista de David Byrne nació de un concepto previo; ni hablar de sus trabajos visuales y textuales. La reflexión en torno a su propia obra ha llevado a Byrne a reflexionar sobre el arte y la cultura en general. Muchos de sus excelentes textos sobre música, industrias culturales, historia del arte pop y estado del mundo pueden leerse (en inglés) en su sitio web, davidbyrne.com. Especialmente recomendables son sus textos sobre música e internet. Su libro "Cómo funciona la música" (How Music Works) conjuga de manera perfecta lo autobiográfico con la teoría musical. Lamentablemente, aunque está traducido al español, nunca fue distribuido en Uruguay. Junto al disco American Utopia, Byrne está desarrollando una serie de presentaciones multimedia llamadas Razones para ser optimista (Reasons To Be Cheerful), que tratan de rescatar aspectos positivos del estado actual del mundo, tanto en materia cultural como social.
Byrne fue adquiriendo un protagonismo cada vez mayor en Talking Heads, que suscitó rispidez entre sus integrantes. La banda se mantuvo unida hasta fines de la década de 1980 y editó ocho discos de estudio. Luego del álbum Naked (1988), el grupo se tomó una pausa que terminó siendo definitiva.
Byrne ya había hecho el disco con Eno, había compuesto música para obras teatrales de Robert Wilson y ganado un Oscar por la música de la película El último emperador, de Bernardo Bertolucci, compuesta junto a Ryuchi Sakamoto. También había dirigido su primer film, True Stories, protagonizado por John Goodman, en 1986. Su interés por la música africana y latinoamericana ya era patente en su obra con Talking Heads, y se hizo explícita cuando, en 1989, el músico creó el sello Luaka Bop, que, en épocas preinternet, difundió la música de artistas como Silvio Rodríguez, Caetano Veloso, Os Mutantes, Tom Zé o Susana Baca a audiencias primermundistas. Su primer álbum solista, Rei Momo, editado ese mismo año, es un compendio de salsa, merengue, son y samba en el que participan músicos como Willie Colon y Johnny Pacheco, además de Arto Lindsay y Herbert Vianna.
La fascinación por los ritmos tropicales se mantuvo en Uh-Oh, de 1992, en el que juntaba una sección de vientos de estilo salsero con el funk y el pop de sus años de Talking Heads. Esa etapa está documentada en el film Between the Teeth, que Byrne realizó junto con David Wild en 1993. Su siguiente disco, llamado simplemente con el nombre del músico, editado en 1994, lo trajo por primera vez a Montevideo. En ese trabajo se mostró mucho más despojado e íntimo que en sus álbumes anteriores y fue uno de los mejores discos de su etapa solista.
El afán de Byrne de colaborar con artistas extremadamente diversos –no sólo músicos– a lo largo de toda su carrera ha sido hasta caricaturizado (literalmente, en un episodio de Los Simpson), pero la idea de que 1+1 = 3, o sea, de que la conjunción de talentos no da un resultado igual a la suma de individualidades, ha sido el motor de su propuesta artística desde Talking Heads.
Desde su álbum de 2004 Grown Backwards, que puede considerarse un disco solista, todos sus siguientes trabajos fueron colaboraciones, algunas de ellas solamente discográficas, como el álbum Everything that Happens will Happen Today (2008), otra vez con Eno. Otras incluyeron disco y gira en vivo, como el excelente Love this Giant, junto con St. Vincent (2012). Here Lies Love (2010) puede ser escuchado como un muy buen disco de temas bailables hecho por Byrne y Fatboy Slim junto con otros 20 cantantes, pero también fue una obra musical basada en la vida de Imelda Marcos, la ex primera dama de Filipinas.
Mucho de este espíritu colaborativo se mantiene en el nuevo álbum del músico, American Utopia, recién editado, y que consideramos un disco solista porque tiene sólo el nombre de Byrne en la tapa.
Varias de las canciones de American Utopia nacieron de intercambios creativos con Eno, uno de los colaboradores más estables y longevos de Byrne. Ese fue el punto de partida para que el músico, junto con el productor escocés Rodaidh McDonald, contactara a un grupo de artistas de entre 19 y 35 años para que arreglaran, interpretaran o intervinieran las canciones de diversas formas. Luego, Byrne y McDonald, junto con Patrick Dillet, eligieron lo que les parecía que funcionaba para cada canción, haciendo una especie de collage creativo.
Es para el estreno de este disco –que es parte de un proyecto multimedia llamado Reasons To Be Cheerful (ver recuadro)– que Byrne llega a Montevideo. Más allá del obvio y enorme atractivo musical de escucharlo en vivo en uno de los mejores escenarios posibles, se suma la parte visual, fundamental en toda la obra del artista. La concepción de este show, que prácticamente se estrena en Montevideo, está, según el músico, entre las más elaboradas de su carrera desde Stop Making Sense.
Cinco momentos musicales
• Remain in Light (1980). Peleando con Fear of Music por el podio a mejor disco de Talking Heads, Remain in Light sigue siendo una aplanadora rítmica en la que lo bailable y lo experimental se dan la mano de manera única. • My Life in the Bush of Ghosts (1981). Siguiendo en parte el concepto de Remain in Light, Byrne y Eno armaron un álbum pionero en el uso de samples y loops, abriendo el camino a la idea de un pop global. • David Byrne (1994). Uno de los discos más introspectivos y cancionísticos de Byrne. Es uno de sus trabajos menos conocidos, pero está a la altura de los mejores, aun siendo muy distinto. • Love this Giant (2012). Vista desde lejos, la unión de David Byrne con Annie Clark (St. Vincent) resulta obvia, pese a su distancia estilística y generacional. Lo rítmico y bailable da lugar a cierta incómoda inquietud, con los excelentes arreglos de viento jugando un papel principal. • American Utopia (2018). Lanzado hace menos de una semana, el último disco de Byrne explora de manera muy personal, en sus letras, el estado de situación de Estados Unidos, con un extenso y muy joven grupo de colaboradores musicales. Hay canciones excelentes, como “Doing the Right Thing”, “Everybody’s Coming to my House” y “Gasoline and Dirty Sheets”. (Todos estos discos están disponibles en los sitios de streaming y descarga digital como Spotify, entre otros).
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