La 20ª edición del Bafici (Buenos Aires Festival Internacional de Cine Independiente) tuvo una concurrencia estimada en unos 390.000 espectadores, que frecuentaron las 36 sedes repartidas por la ciudad de Buenos Aires. El festival cerró con Isla de perros, la aguardada nueva producción del estadounidense Wes Anderson, el más estelar de los indies del mundo, pero abrió con una producción argentina (Las Vegas, de Juan Villegas). El premio más importante (Mejor Película en la Competencia Internacional) fue para La flor, otra producción argentina, dirigida por el extraordinario Mariano Llinás. No encontré oportunidad para asistir a las 14 horas (sí, 14 horas) que dura esta obra, pero qué alegría que un jurado aplauda la desmesura en lugar de achicarse frente a ella. Con esa premiación, el Bafici refuerza la definición de un perfil estético específico (algo siempre valioso en un festival), que incluye el aprecio orgulloso del cine nacional y, dentro de este, otorga un reconocimiento (no exclusivo, pero neto) a una escuela o movimiento determinado (que incluiría a Llinás y también a Alejo Moguillansky, Santiago Loza, Iván Fund y Santiago Mitre, todos ellos receptores de importantes premios en distintas ediciones del Bafici). La Competencia Argentina fue ganada por Las hijas del fuego, de la valiente e inquieta Albertina Carri. El premio a la Mejor Película Latinoamericana fue para Averno, una coproducción boliviano-uruguaya (estrenada en Uruguay en el último festival de Punta del Este, y comentada en la ocasión).

Este festival que celebra, homenajea, difunde y promociona el cine independiente es el principal emblema de la política cultural del Pro (el partido de Mauricio Macri), el mismo que, en forma incongruente, viene modificando la política argentina con respecto al cine de una manera que tiende a ahogar la producción independiente y privilegiar a los grandes medios de comunicación. Casi todos los directores argentinos que subieron a presentar películas en el festival alertaron sobre ese estado de cosas que puede comprometer una de las cinematografías más ricas del momento, y se coordinaron con el eslogan “Sin cine independiente no hay Bafici”.

Las 11 películas que pude ver en tres días fueron una porción minúscula de los casi 400 títulos exhibidos. Acá van los comentarios sobre las más interesantes.

Documentales argentinos

Teatro de guerra (Lola Arias, Argentina). Un grupo de veteranos de la guerra de las Malvinas (dos británicos, un nepalés que combatió con los británicos y tres argentinos) hacen una especie de psicodrama frente a cámara. El espectador visualiza en su cabeza las historias de 1982 que ellos cuentan o actúan, y al mismo tiempo estamos viendo a esos hombres hoy, en la situación menos extrema, pero también movilizadora, de volver a entablar contacto con aquellos episodios. Uno cuenta a otro que su tarea era disparar morteros sobre una posición determinada, y lo precisa, con cierta consternación: “Donde estabas tú...”. Hay cabezas parlantes, discusiones, conversaciones, una escena narrada manipulando soldaditos y objetos (pero sonorizada con un viento naturalista), presentaciones para los alumnos de un liceo, tableaux vivants, las instrucciones de cada uno de los veteranos a jóvenes actores que los van a representar en otras circunstancias, conversaciones entre los británicos que critican a los argentinos y otra en que los argentinos comentan las actitudes que les molestan de los británicos; Lou instruye a una maquilladora para reproducir en un actor la apariencia de un cadáver baleado en la cabeza que él nunca pudo olvidar. Algunas escenas establecen un distanciamiento más que brechtiano (se ven los reflectores, el fondo infinito de papel y la sonidista con su boom) y otras están actuadas en un escenario naturalista. Nos encontramos con la locura de la guerra, la violencia extrema, el acto de matar, el relativo abandono de los ex combatientes, los traumas y secuelas. Una película original, osada, por momentos desgarradora.

Tiburcio. Cristian Pauls, el director, regresa luego de 50 años a Fortín Tiburcio, un pueblito de la provincia de Buenos Aires en el que pasó algunas de sus vacaciones cuando niño. Lo motiva reunir recuerdos de su abuela entre los lugareños, pero esa indagación es también un reencuentro con la propia infancia, el pasado, las raíces. El foco temático parece dispersarse cuando la atención de Pauls es atrapada por las historias y personalidades de sus entrevistados, y ahí nos maravillamos con lo fascinante que puede ser la gente, como en los documentales de Eduardo Coutinho. Pero todo eso rebota en la línea inicial, ya que todos los cuentos lidian con la pérdida, lo irrecuperable, el paso del tiempo. El exterior de Tiburcio, musicalizado con el punzante “Heiliger Dankgesang” de Beethoven, resuena en el interior del autor de la película, verbalizado en su subnarración en voz over y mostrado en imágenes vinculadas a su memoria personal de niño: Giuliano Gemma, Cassius Clay, Salvador Allende. El alcance de esta obra sumamente sensible es mucho más amplio que lo que su temática parece sugerir.

Mujeres

Virus tropical (Santiago Caicedo, Colombia) es una animación basada en la historieta de coming of age autobiográfica de Powerpaola. Su vida es común, es decir, tan excepcional e intransferible como cualquier otra. Paola es la menor de tres hermanas de una familia medio disfuncional; nació en Quito en 1977 y se hizo adolescente en Cali, en el auge del cartel de los Rodríguez Orijuela. Vemos el nacimiento de las inclinaciones artísticas, la educación católica, los preceptos sobre cómo debe comportarse una niña/mujer, las transgresiones a todos esos preceptos, el descubrimiento paulatino del sexo, los afectos entre las hermanas, las fantasías propiciadas por Barbies, telenovelas y varones fascinados con rock y cocaína. Powerpaola hizo los dibujos básicos de la película, vectorializados y espacializados luego en computadora. Es un estilo visual peculiar, de blancos y negros plenos adornados con algunos elementos grises en los fondos. Cada escena es una sorpresa gráfica: la manera creativa y sugerente de dibujar y animar una piscina, el mar, la lluvia, el humo, las montañas de Cali o la naturaleza de Galápagos, o los increíbles paisajes urbanos. Lo femenino está encarado de manera singularmente franca y casual, incluidos desnudos infantiles y adultos y un breve plano de sexo explícito no pornográfico.

The Widowed Witch (Xiao gua fu cheng xian ji, China) es la ópera prima de Cai Chengjie. Cuenta la historia de una joven, Erhao, que tras la muerte de su tercer marido empieza a ser considerada una chamán por los lugareños de una zona de la China rural. Hay cierto humor en lo ridículo de algunas situaciones, que se mezcla con elementos sensibles y dramáticos, mostrados siempre en forma extrañamente distanciada. Las manifestaciones sobrenaturales tienen un estatus indefinido –alucinaciones, imaginaciones o realidad– como en el cine de Apichatpong Weerasethakul. Lo estilístico configura un discurso paralelo, a veces sin vínculo discernible con el relato (¿por qué algunos pocos planos, u objetos dentro de algunos planos, aparecen en color en una película que es casi toda en blanco y negro?). Hay muchos planos en que los personajes están tomados desde lejos, y esa distancia propicia algunas tensiones cognitivas (cuando Erhao encuentra el cuerpo de Siye y dialoga con él es imposible discernir si están moviendo los labios o si esa conversación con un muerto se da a nivel mental o espiritual). Casi al inicio hay una escena de violación mostrada con cámara subjetiva desde la perspectiva de la víctima, algo que no recuerdo haber visto antes en una película. La violación quizá sea la motivación para que Erhao, que no parece creer en sus poderes de bruja, decida algunas veces usar la superstición de los pueblerinos para propiciar algunas causas feministas.

When She Runs (Robert Machoian y Rodrigo Ojeda-Beck) es una producción estadounidense súper independiente. Acompañamos el día a día de una corredora de un pueblito de Utah en los días anteriores a la prueba para ver si saldrá seleccionada para otra serie de pruebas, con la perspectiva muy lejana de una participación en las Olimpíadas. El tratamiento es totalmente naturalista: escenas de la vida (el entrenamiento, el hijo, el ex marido, una fiesta) sin una función narrativa precisa. Los tiempos “muertos” son la vida de la película, ya que, por acumulación, terminan investidos de un estatuto poético que los realizadores construyen con delicada habilidad: la reacción entretenida y fascinada ante los fuegos artificiales, la nenita que canta, la explicación sobre cómo preparar helados tipo raspadita: cada una de esas acciones se ve completa, y la película sólo funcionará si el espectador sabe disfrutar del pasar del tiempo, de la cotidianidad. Al inicio llegamos a sospechar si no se tratará de un documental. No, es pura ficción minimalista. La carrera-clímax se da en un gimnasio deslucido, alrededor de una cancha de handball en la que dos equipos se enfrentan indiferentes a lo que, para nosotros, es el centro de la atención.

Otros

Black Cop (Cory Bowles, Canadá). Un policía negro parece ser impermeable a los reproches de los activistas negros que se manifiestan contra el gatillo fácil y que lo consideran un traidor. Eso cambia cuando, en un día de descanso, vestido de civil, él mismo es acosado por policías blancos que consideran su actitud sospechosa. Decide entonces salir por ahí a asediar a blancos cualesquiera, tal como él ve que los policías blancos asedian a los negros. El espectador es golpeado por la imagen de gente “normal” y, en principio, “inocente” (es decir, blancos de clase media) que es atacada en forma flagrantemente caprichosa y que, cuando manifiesta su justa indignación, es castigada por “desacato”, “resistencia” o “agresión”. La película está filmada en forma potente y el protagonista, Ronnie Rowe Jr., es una masa de energía y furia acumuladas.

Hitler’s Hollywood: German Cinema in the Age of Propaganda 1933-45 (Hitlers Hollywood: Das deutsche Kino im Zeitalter der Propaganda 1933-1945, de Rüdiger Suchsland, Alemania) es un fascinante montaje de fragmentos de la abundante y casi olvidada producción cinematográfica alemana durante el gobierno de Hitler. Esas imágenes preciosas o ridículas o repugnantes ayudan a entender la “normalidad” de un momento excepcional y, al mismo tiempo, vuelven aun más misteriosa la demencia del nazismo, con la carga de enajenación evidenciada en su jovialidad histérica. Vemos hundirse el Titanic por primera vez en el cine sonoro (por responsabilidad de hombres de negocio judíos británicos), vemos al barón de Münchhausen volar arriba de la bala de un cañón, un culto a la muerte cercano a la necrofilia, frases patrióticas, la grandilocuencia de superposiciones fotográficas con carácter simbólico, antisemitismo y una inverosímil superproducción multimillonaria (Kolberg) bancada por el Estado en plena miseria del último año de la guerra. La película explora el infantilismo y la ausencia de ironía de muchas de las historias, sazonadas con comentarios teóricos de Siegfried Kracauer, Susan Sontag y Hannah Arendt. Conocemos a grandes estrellas olvidadas (Gustaf Gründgens, Hans Albers o Ilse Werner) y episodios casi ocultos de las carreras de Ingrid Bergman o Douglas Sirk. Se muestran también las maneras increíbles en que cineastas como Georg Pabst o Helmut Käutner se las arreglaron para filtrar sentidos resistentes pese al estricto control ejercido por Goebbels.

Ryuichi Sakamoto: Coda (de Stephen Nomura Schible, Japón/Estados Unidos) acompaña al gran músico japonés cuando empezaba a reponerse del tratamiento contra un cáncer de garganta. La cámara lo filma en su vida diaria, volviendo a trabajar luego de dos años de forzosa inactividad. Sakamoto habla a la cámara, comunica sus ideas, intereses, fuentes de inspiración, motivaciones. Comenta la manera en que los sonidos ambientales del cine de Tarkovsky le sugirieron un nuevo enfoque musical, nos cuenta anécdotas sobre sus creaciones pasadas. Alternado con eso, vemos material de archivo de espectáculos en vivo (desde la Yellow Magic Orchestra en 1979 hasta un concierto reciente junto a Jaques Morelenbaum), de las grabaciones de sus músicas para películas de Bertolucci, de sus excursiones por Guinea, el Ártico o Fukushima para “pescar sonidos” que luego oímos integrarse mágicamente en su computadora, frente a su propia mirada de entusiasmo. La película está tremendamente bien hecha, él es un personaje interesante y entrañable, y la música es formidable.