Pedro Peña, escritor maragato que actualmente cursa la Maestría en Gramática del Español, publicó una nota en su página de Facebook acerca del género en español, en la que discurría acerca de cuestiones tales como la dicotomía entre lo descriptivo y lo normativo, el cambio lingüístico y la intención de algunos colectivos de incidir en la lengua. El texto motivó una de esas habituales colas de comentarios en las que las personas pueden, en escasas ocasiones, aportar puntos de vista interesantes y nuevos ángulos para la mirada, y, en muchos casos, agarrar para cualquier lado. Entre las miradas del primer tipo se pueden contar la del prestigioso Daniel Vidart, quien, en un acto desusado en las redes sociales, recomendaba, glosando editorial y año, la lectura de los conceptos de Benjamin Lee Whorf, uno de los autores de la famosa hipótesis Sapir-Whorf, según la cual las lenguas condicionarían la manera en que los hablantes clasifican la realidad, concepto que, por cierto, ha sido controvertido. También se sumó la voz de la periodista Rosalba Oxandabarat, quien hacía una distinción entre las innovaciones surgidas espontáneamente de la lengua popular y los elementos introducidos por discursos oficiales o grupos de presión. En una línea con algún punto en contacto se expresaba Hoenir Sarthou, quien veía un problema “cuando la evolución espontánea es sustituida por una academia paralela a la RAE [Real Academia Española], la de la corrección política...”, declaración en la que late el sentir tradicional de que nuestro lenguaje es regulado por alguien. Como todo se va relacionando en una vertiginosa asociación libre, una persona identificada por un nombre fantasía –que una rápida investigación reveló como docente de larga data– se declaró “insumisa a la RAE, subsidiaria del rey”, por percibir que la Maestría en Gramática del Español “apunta a la defensa de la RAE”, tras lo cual agregó que “hay una sociedad preocupante: [Administración Nacional de Educación Pública] ANEP-RAE” y que “con la descripción todo se normativiza”, y concluyó que “desde el punto de vista lingüístico, España sigue siendo el centro del imperio hispanoparlante” y que la hipotética asociación entre nuestro sistema educativo y la Academia –cuya publicación de diccionarios también cuestionó– no puede traer nada bueno para nosotros.
La palabra “género”, por estas épocas, no suele asociarse a telas, clases o tipos, taxones, géneros literarios y, mucho menos, al género gramatical. Remite, insistentemente, a la construcción sociocultural que de alguna manera se relaciona con la orientación erótico afectiva de las personas, relacionada a los crímenes de género (en los que la que muere es una mujer), las políticas de género y las cuotas políticas de género; este último apartado consiste en que una senadora acceda a la banca por ser mujer y renuncie de inmediato para que asuma su suplente hombre. Se habla del patriarcado, del machismo, de los estereotipos asociados al género, de personas cisgénero de gente que elige libremente su género y lo hace cuantas veces desea.
Transitamos una época de intensa discusión al respecto y, por supuesto, el lenguaje es herramienta, campo de batalla, arma y objetivo estratégico, y es por eso que se propone que se diga “intendenta”, al mismo tiempo que no se dice “docenta de lengua francesa”, ni “amanta de la cultura francófona”. También ocurre que algunos hablantes sienten la necesidad de instalar una “a” en una palabra como “portavoza”, olvidando en su afán que el vocablo es un compuesto formado por un verbo y un sustantivo (que, casualmente, es intrínsecamente femenino).
Respecto de este concepto en la lingüística, el morfólogo Francis Katamba anota que las lenguas clasifican los sustantivos por género o clase, con una base semántica residual, y que, en muchas lenguas europeas, los sustantivos que designan individuos animados son generalmente masculinos o femeninos si estos son machos o hembras, y que los sustantivos referidos a entidades inanimadas acostumbran ser neutros, una categoría con la que no cuenta el español, salvo en expresiones como “lo lindo”, “lo bueno”, en las que el artículo no tiene género masculino ni masculino intrínseco. Acota que la base semántica –el significado– del sistema del género no debe exagerarse, ya que se trata de una clasificación más gramatical que semántica, y agrega que hay nombres en alemán que se refieren a humanos y son neutros, o cosas inanimadas clasificadas arbitrariamente como sustantivos femeninos o masculinos, como, por cierto, también sucede en español (¿qué tendrán de macho y hembra el plato y la olla?). A estas ideas se puede agregar la noción de término marcado y no marcado, uno de cuyos ejemplos puede ser la palabra “niños”, no marcada, que designa a individuos de ambos sexos en unos casos y sólo a varones en otros, y la palabra “niñas”, marcada, que designa la sola presencia de personas de sexo femenino, del mismo modo que puede suceder con “uruguayos”, “médicos” y un largo etcétera, en las que acaso podríamos postular cierto soslayo de la figura femenina.
La académica mexicana Concepción Company, por su parte, interrogada por un medio español acerca de si es sexista el lenguaje, dijo que la gramática no es sexista, que es aséptica, y que sí puede serlo el uso del lenguaje, como “cuando a un hombre le dan un premio los periódicos mexicanos suelen decir: Juan Pérez fue reconocido con el premio Cervantes. En este caso Juan está a la cabeza de la oración, figura como el tópico, el principal. Pero si es una mujer con frecuencia aparece: el premio Cervantes le fue otorgado a Juana Pérez. Aquí quien aparece a la cabeza es el premio y la pobre Juana está a la cola. Eso sí es discriminatorio. También ocurre que si el premiado es un hombre se escribe un texto con su currículo, y si es una mujer se ponen como mucho tres líneas”. También se refirió a una campaña de su país que rezaba: “Equidad es que te llamen arquitecta”, cuando la verdadera equidad sería cobrar lo mismo y tener iguales oportunidades. Con relación al centralismo español de los diccionarios académicos, hizo hincapié en que la mayoría de los hablantes no somos españoles y que, en muchas ocasiones, las formas lingüísticas hispanoamericanas, pese a ser mayoritarias, son listadas por el diccionario en segundo lugar.
Hay cierta base, pues, para considerar que España guarda para sí ciertas cuotas de poder con respecto a la lengua –y negocios conexos– o que, en algunas estructuras lingüísticas, puede revelarse la ancestral subordinación de la mujer con respecto al hombre. No obstante, sin estudios rigurosos, a puro ojo nomás, hacer afirmaciones genéricas cae en el género discursivo de la charla de bar. Cabría preguntarse si existe algún tipo de correlación entre lenguas que tienen clasificaciones diferentes de la realidad y una estructura social diferente. Y el intento de respuesta sólo podría sustanciarse a partir de un estudio académico, científico, de tales cuestiones.
Generar conocimiento
La Maestría en Gramática del Español que se dicta en Uruguay surgió como una iniciativa del Departamento de Español de Formación Docente y del Departamento de Teoría del Lenguaje y Lingüística General de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la Universidad de la República, que desde hacía tiempo venían trabajando en actividades no sistemáticas de formación y consideraron darle una estructura curricular más sistemática. Marcelo Taibo, uno de los coordinadores de la maestría, explicó que en el país no había estudios sistemáticos sobre la gramática del español y que se consideró importante contribuir al perfeccionamiento de profesionales que puedan dictar cursos en los diversos institutos de formación docente, quienes pueden llegar a ser mejores en la medida que conozcan más a cabalidad el sistema de la lengua. Enfatizó que “el foco no está puesto en lo normativo, sino en lo descriptivo, y la intención, básicamente, es que los estudiantes de la maestría puedan tener un conocimiento actualizado sobre lo que se está publicando ahora sobre la gramática del español y que después esa gente, con el acceso a la información más actualizada posible, pueda generar conocimiento, ya sea en algún tema gramatical puntual o sobre la enseñanza de la gramática”, y que “también haya un trabajo en la metodología de la investigación”, dada la “poca pericia” de los docentes en estas lides. Consultado acerca de los eventuales vínculos con la RAE, puntualizó: “Lo que buscamos desde que empezamos con la maestría fue intentar contar con los mejores docentes que pudiéramos encontrar, así que como viene Bosque, viene Company o viene Di Tullio”, en referencia a algunos de los más destacados gramáticos de nuestra lengua en la actualidad: el español Ignacio Bosque, nuestra ya conocida mexicana y la argentina Ángela Di Tullio. A su vez, mencionó que docentes de la maestría como Marisa Malcuori y Magdalena Coll han sido nombradas miembros de número de la Academia Nacional de Letras con posterioridad a dictar estos cursos y que no existen lazos formales con esta institución ni con la RAE, sino con personas.
Así como sería interesante saber si hay algún estudio científico que analice la eventual ligazón entre las estructuras de la lengua y determinados fenómenos sociales, también sería un aporte interesante poder conocer la correlación entre el desconocimiento del estado del arte en las ciencias y la tendencia de la población al comentario opinológico y a su particular osadía tajante. Sin ir muy lejos, como comentaba Taibo, “la difusión del conocimiento y de la investigación es mala: quedan encapsulados en las instituciones, incluso la investigación sobre el español de Uruguay”, pero si mejorara podría llevar a “democratizar el conocimiento, que más gente esté en esta comunidad y pueda aportar más”. Es posible imaginar que un mayor número de profesionales formados y dedicados a la investigación puedan generar más conocimiento, más difusión de sus propias investigaciones y de los buenos antecedentes nacionales, y que, por tanto, como población, podamos acceder a mejores niveles de conocimiento de nuestra propia lengua, de lo que nosotros mismos decimos. Puede que la clave radique en abandonar la comodidad apoltronada de las ideas que otros tuvieron, las que nos quieren imponer, las que nacen de la ignorancia de pensar que sacar “trabajar en negro” del diccionario va a poner automáticamente a todo el mundo en caja. Puede que la única salida sea la actitud de hacer preguntas, de mantener eternamente la juventud y tener la humildad de prestarse a los sacrificios que puede representar salir sistemáticamente tras el rastro de unas respuestas cada vez más elusivas. La existencia, entonces, de un curso de posgraduación con miras a profundizar y producir conocimiento es precisamente lo contrario a un acto de sumisión: es la posibilidad de ganar en autonomía y solidez.