El arte como herramienta política para construir una agenda emocional antes que mediática, la autogestión en bandada, la otredad monstruosa como bandera son parte de la forma de ser ella entre tanto parecido, entre tanto domesticado. Una trava que entra por la ventana trasera de cualquier institución para romper e inventar.

“Los monstruos son los separados, apartados, los abyectos. Ser monstrua es el rebote de mucha cosa interna”, dice Susy Shock un día antes de presentarse en la sala Zitarrosa para inaugurar la Semana de Arte Trans en Montevideo. Contando qué es reivindicar el derecho a ser un monstruo, parte de su Poemario transpirado, cuyo estribillo se volvió bandera: “Que otros sean lo normal”.

“Durante mucho tiempo nos escondimos y me imagino un otro mundo posible donde los que se escondan sean ellos. Ir nosotres, los freaks, abrazados y gozosos, bajo el empoderamiento de nombrarnos monstruos. Que lo que está deshabilitado se autohabilite. Contra esa autoestima no puede nadie. Nos encierran ellos y no tenemos que creernos ese encierro. El mundo no está preparado para que lo abyecto se rebele, pero si no cambia está condenado a encerrarse en sí mismo”, advierte Susy en el lobby del hotel céntrico donde se hospeda estos días, acompañada por Carla Morales, bailarina que integra la Bandada Colibrí, y por la activista uruguaya y curadora de la Semana de Arte Trans Delfina Martínez.

Creación

Ser autora. Veranearme, otoñarme, cantarme. Tuve que componerme una zamba que me nombre y que muestre cómo amo, cómo me llamo. Empecé a no hallarme en esta historieta hegemónica de Romeo y Julieta. Y, como desde mi casa no me exigieron ser ni uno ni otra, busqué componerme, crear, escribir, habilitar el espacio para que aparezca alguien en músicas y arreglos que son de esta generación.

A lo largo de la historia “los monstruos fueron los negros, las indias e indios, y ahora somos las travas. Me reivindico trava porque quiero resignificar lo que fue insulto, reivindicándome desde una cuestión de clase y desde una parte incómoda. Yo quiero quedarme monstrua. Tengo otros enormes privilegios, que también habilita el arte. Necesito, desde una coyuntura tan terrible como la que están pasando la región y mi país, reivindicarme desde un lugar que les sea incómodo nombrarme: trava. Lo LGTTBI no alcanza para darnos una zona de libertad; eso, más bien, es ser cómplice de una burocratización”.

Esta artista trans sudaca nació en 1968 en Buenos Aires, con raíces pampeanas y tucumanas. Habla desde su cuerpo, cada día intenta dibujar su propia casita, abanica las ideas, golpea su caja bagualera, denuncia, goza y pregona: si las solas se juntaran, la soledad quedaría sola.

En 2011 se presentaba cuestionando: “¿Qué soy? ¿Importa? / ‘Soy arte’, digo, mientras revoleo las caderas y me pierdo entre la gente y su humo de cigarro y su brillo sin estrellas y su hambre de ser. Travesti outlet, bizarría del ángel o el cometa que viene a despabilarte el rato que estemos, el rato que nos toque en suerte transitar”. Siete años después, con lentes enormes para vernos mejor, vestida de negro y con plataformas, habla de luchas, reivindicaciones, exigencias de justicia social y sentencia: “Las travas, travestis, trans, no vamos a agarrar las sobras que nos dan. Si vengo de no tenerlo todo, dame tiempo de ver qué quiero”.

Un mundo otro

En su cosmos colibrí, que no sabe cómo será –eso es parte del juego–, seguramente un mundo bello en lo caótico, de música y poesía como armas poderosas. Sí sabe quiénes estarán: quienes se animen a romper, las travas, los putitos y las tortas que quieran “ir por todo” lo que les corresponde y se les ha negado. Las desclasadas. Las indias y los indios. Las afro. Las olvidadas. Les destinataries de sus coplitas.

“Venimos a romper lo establecido. Parece que es mala palabra romper, pero nosotras vinimos a eso: primero a romper la naturaleza. La aventura travesti trans tiene que enseñarle al resto que se rebela frente a todo y eso es revolucionario. No me interesa abrazarme a esta idea de mundo mediocre, alejado de la belleza, porque es un fracaso. Por eso abrazo al feminismo desde esas compañeras feministas que se cuestionan ‘qué es ser mujer’. ¿Ser una paridora, una reproductora de este hombre? No me interesa aceptar ninguna de las ideas que me hacen aceptar este mundo como es, porque este mundo es el mundo del fracaso. Y nadie me puede demostrar lo contrario. A veces nosotras, que somos las más empobrecidas, las más perseguidas, las más vulneradas, somos las que más desesperadamente queremos entrar. La pregunta sería: ‘¿A qué queremos entrar?’. Creo que pensar eso es el privilegio de algunas de nosotras por sobre otras que tienen que estar paradas en la esquina en la calle. Entonces, desde el arte, elijo no quedarme en esa zona de confort. La gente habla de los autos, de lo que la televisión le vende como novedad. Queremos ir por todo: queremos que no nos maten, queremos educación, queremos vivienda, salud, leyes que nos contemplen, pero no venimos a que nos habiliten. Nosotras tenemos el derecho a exigir a los Estados lo que nos corresponde y además tenemos nuestro derecho de ponernos a pensar qué otro mundo queremos. Me paro desde el ‘yo soy’. Y cuestiono: ‘¿Vos sos?’. Este mundo no es. Es un mundo vacío de su propio deseo. El paradigma son esos países donde ya saben hasta cómo se van a morir, pueden elegir hasta la música para suicidarse. Eso es un fracaso y quienes viven en el fracaso no quieren vernos pasar gozosamente. No quieren tener miedo a la propia bestia”.

Crianzas

“No hay nada más político que lo que aprendés en tu casa, para bien o para mal. En mi casa nunca sobró nada, con un papá obrero textil y una mamá ama de casa y portera de escuela. Pero siempre había alguien que necesitaba más que nosotros, con quien era necesario compartir. Esos primeros gestos te marcan, como me pasó con la maestra Dolores, que nos enseñó que había otro cuaderno para escribir lo que quisiéramos, en plena época de la dictadura militar. Esas son las señales que te forman. Como mi abuela Rosa, condenada desde chiquita a estar con un hombre que quizás no quería, pero que me dijo lo necesario para estar linda: ‘Buena vida y poca vergüenza’”.

Tía

Susy utiliza la figura de una tía en su libro Crianzas. Historias para crecer en toda la diversidad (Muchas nueces, 2016), que recupera relatos de micros radiales en los que cuenta anécdotas vividas por la tía trava de Uriel, en situaciones cotidianas como ir a buscarlo a la escuela y esperar junto a otras madres que la miran raro, responder a vecinos que opinan sobre su identidad de género, describir cómo se vive con una familia que abraza la diversidad.

“Al escribir esto muestro que a mi comunidad no le hicieron eso. Mi familia me abrazó, pero eso no es lo que le ocurre a la mayoría de mis hermanas. Obviamente necesitamos una reparación, que alguien se haga cargo de nuestras infancias y juventudes truncadas o retrasadas en el acceso a derechos. Somos las infancias excluidas. Las niñas que fueron echadas por sus familias heterosexuales. Patologizadas por la medicina hegemónica, sus leyes e instituciones que nos dicen que estamos enfermas, y no podemos seguir creyendo eso. No nos pueden seguir condenando a un mundo de indignidad. Háganse cargo de lo que nos hicieron. Reivindico la figura de esa tía que transitó experiencias, la tía ‘descocada’, la que vive desde lo no-binario, aquella sobre la cual su familia se pregunta por qué se viste así. Entro a las instituciones fachas, disciplinadoras y recontra-binarias porque hay complicidad desde adentro, con quienes están discutiendo este mundo. Voy abrazada por quienes ya no quieren ser ese hombre o esa mujer hegemónicos, que los tienen en una zona de fracaso que no les quieren dejar a les pibes; entro por ese preceptor que es puto, por la maestra que ya no dice que tiene una ‘amiga’, entro por los que dicen: ‘No quiero repetir en vos (niña/o) lo que a mí me inhabilitaron’ los que quieren transitar la incomodidad. La heterosexualidad no tiene más novedad, por eso quienes se animan se acercan a nosotres. Aceptar que no tienen más novedad es difícil porque es aceptar que fracasaron, pero también es muy lindo porque les espera algo nuevo que no sabemos cómo es. Es animarse a ser de otra manera, dejar de mentirse. Hay que ir por todo, y mientras pensar qué sería ese todo”.

Autogestión

¿Cómo no volverse mainstream sabiendo que el sistema tiene pronto el casillero para meterte dentro y convertirte en la artista trans, la cantante, la actriz, que cubra la cuota y deje de cuestionar y disputar sentidos?

El gran tesoro de la autogestión es el tiempo. Ser dueñas de nuestro tiempo, no entregárselo a un otro como parte de la esclavitud del trabajo. Disfrutar de robarle al sistema su tiempo productivo, ese gran cinismo de producir para ser explotadas: “Tenemos que dejar de pensar cómo nos administramos las angustias dentro del capitalismo y animarnos a soñar por fuera de este sistema. Encontrándonos, ensayando en grupo, como una familia, en la bandada, sosteniendo el espíritu crítico y el desafío de la autogestión, aun cuando el público crece y deben sortearse los límites físicos de los espacios autogestionados que tienen capacidad limitada, sin caer en las lógicas del mercado. No nos frivolicen, no nos aniquilen para ser moda. Hay que estar atentas porque el capitalismo siempre va a intentar buscarte un lugarcito para acomodarte y que no jodas más. La agenda del arte es una agenda emocional y política, que reclama por lo que todavía no superamos. Si hay algo de empoderamiento que nos quede, es reclamando esto. Porque con documento de identidad y leyes que nos nombran, nos matan más. Necesitamos urgente otra cosa, otro mundo”.

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