La noticia de su muerte fue divulgada por el Centro de Fotografía de Montevideo, que avisó además que la familia había comunicado que no habría velatorio.
Nacido en Montevideo en 1945, Ameal se integró tempranamente a la Juventud Socialista y comenzó su militancia, según él mismo contaba, bajo la influencia de la Revolución Cubana. Durante el gobierno de Jorge Pacheco Areco, en 1970, la actividad política le costó un mes de reclusión en el cuartel del Centro de Reservistas, en el marco de las medidas prontas de seguridad. En 1972 se refugió en Chile, pero allí también el clima político estaba caldeado. Por consejo de algunos compañeros se trasladó desde la capital, Santiago, hasta Concepción. El 11 de setiembre, cuando se dio el golpe de Estado, los extranjeros recibieron la orden de reportarse ante las autoridades militares, que procedieron a detener a los hombres y mandar a las mujeres a un refugio. Dos días después, el 13 de setiembre, los detenidos serían llevados a la isla Quiriquina. Recién en noviembre de ese año Ameal recuperó la libertad, gracias a la intervención de un funcionario de Naciones Unidas de nacionalidad francesa. El 10 de noviembre de 1973 viajó con su familia a Francia, donde fue recibido como refugiado político. Empezó a estudiar fotografía en 1974, en la Escuela Municipal de Artes de París. Precisamente a su vida en esa ciudad dedicó la muestra París en mi memoria, que pudo verse en marzo de este año en la Alliance Française de Montevideo y que también integró el encuentro San José Foto, realizado en la capital maragata en abril.
Cuando retornó a Uruguay en 1986, trabajó como fotógrafo de prensa en los semanarios Brecha y Alternativa Socialista, en las revistas Posdata, Tres y en Galería del semanario Búsqueda. Se dedicó intensamente a la enseñanza: fue docente de fotografía y fotoperiodismo en la universidad Ort y era el encargado de dictar el primer módulo del curso básico de fotografía del Foto Club Uruguayo, cuyo plantel docente integraba desde 1993.
Dentro y fuera de las clases contribuyó a formar a muchos fotógrafos uruguayos, no sólo respecto de los saberes del oficio: su lección mayor fue su compromiso constante, ético y entusiasta con la fotografía. Fue un gran animador del ambiente fotográfico, una presencia entrañable con la que siempre se podía contar: “un cómplice total en el afecto por la fotografía, a quien mucho vamos a extrañar”, dice nuestro compañero Ricardo Antúnez, recordándolo.
“Ya no lo encontraremos en el desfile de Llamadas, en la feria de Tristán Narvaja, en la rambla, en sus clases del Foto Club, en las reuniones del Centro de Fotografía (CdF), en el bar Sporting, siempre con su cámara y siempre dispuesto a conversar. Pero Jorge deja una obra extensa y valiosa que todavía no hemos visto en su totalidad. Es bueno saber que el CdF prepara una muestra grande para fines del año próximo, un proyecto en el que trabajaba desde 2017 junto con su amigo Daniel Caselli”, finaliza Ricardo.