Fue importante para Uruguay y Uruguay fue importante para él. En 1952, Milton Vanger llegó a Montevideo para estudiar al primer batllismo. Su director de tesis en Harvard se lo había sugerido porque intuía que José Batlle y Ordóñez había generado algo que anticipaba las políticas de justicia social del New Deal estadounidense. Estuvo dos años en el país y obtuvo con creces lo que había venido a buscar como académico: Batlle se transformó en el eje de su prolongada carrera.

Pero, además, aquí consiguió pareja para el resto de su vida: en 1954 se casó con Elsa Oribe, hija del filósofo Emilio Oribe. La había conocido en la Biblioteca Nacional, donde ella trabajaba y él pasaba horas consultando referencias. La boda se hizo a distancia, porque él ya había vuelto a Estados Unidos y ella todavía estaba aquí; en el Registro Civil, el apoderado de Vanger fue Juan Pivel Devoto, el mayor historiador uruguayo de la época.

Una década después, en 1963, llegó su tesis doctoral convertida en libro: José Batlle y Ordóñez: the Creator of His Times (1902-1907), que en 1968 pasó a ser José Batlle y Ordóñez: pensador, político, historiador, antropólogo en la edición argentina de Eudeba, y luego, más fielmente, ajustó el subtítulo a Creador de su tiempo. Fue, como el volumen que le seguiría, un libro imprescindible en su campo, porque durante su estadía montevideana Vanger había conseguido lo que ningún otro historiador: acceder al archivo privado del ex presidente uruguayo, custodiado celosamente hasta hoy por sus herederos. Las credenciales de investigador profesional y la xenofilia selectiva jugaron a su favor.

“Hace 60 años César, Rafael y Lorenzo Batlle Pacheco eran muy activos políticamente. El Partido Colorado estaba dividido entre ellos y su primo, Luis Batlle Berres, que había vivido en la casa familiar hasta que se casó. Por eso los Batlle Pacheco tenían muchas reservas, pero por suerte intervino un amigo mío, Próspero Fernández Prando, que estaba interesado en estudiar a Prudencio Vázquez y Vega, compañero de Batlle y Ordóñez en sus estudios de filosofía. Mi amigo creía que en los archivos de la familia podría haber algo, y además él trabajaba en el periódico El Día; también fue encargado de la biblioteca del Palacio Legislativo. Yo era un recién llegado, pero él convenció a César y al final no fue tan complicado”, decía Vanger cuando lo entrevistamos con el historiador Jaime Yaffé en 2009, a propósito del lanzamiento por parte de Banda Oriental de José Batlle y Ordóñez: 1915-1917, su tercer libro sobre el tema.

El primero –volvamos a él– fue un hito no sólo porque hacía uso de fuentes privilegiadas, sino por su acercamiento metódico al período y a la figura central, para el que debió cruzar materiales diversos. Entre otras cosas, entrevistó a antiguos allegados a Batlle y Ordóñez de primerísimo nivel: presidentes o ex presidentes como su sobrino Luis, el economista José Serrato y el abogado Claudio Williman, y líderes destacados de otras tiendas políticas, como el socialista Emilio Frugoni y el nacionalista Luis Alberto de Herrera. Relevó toda la prensa de la época, y, en contra de lo que pensaban muchos colegas valoró, la sectorización de los periódicos de principios del siglo XX, porque expresaban directamente la opinión de los dirigentes políticos. Revisó las actas del directorio del Partido Nacional, que le había facilitado el cercano Pivel. Consultó comunicaciones diplomáticas estadounidenses, en las que comprobó, entre otras cosas, que Batlle había considerado pedir ayuda a los marines para asegurar la no intervención argentina en la guerra civil de 1904. Ya dentro del archivo familiar, examinó correspondencia y analizó los telegramas que enviaba y recibía Batlle durante el levantamiento blanco: intensos partes de guerra que muestran al presidente como un auténtico general en combate. También pudo leer el diario personal que llevaba don Pepe en su juventud, e iluminar con él al intelectual en ciernes. Y, no menos importante, Vanger leyó las correcciones al margen que Batlle llegó a anotar en sus propias biografías políticas, a menudo exageradamente halagüeñas.

Con todo ese material, Vanger hiló un relato ordenado y sistemático, que permite aproximarse al entramado político de la época; aun un crítico de su obra como Carlos Real de Azúa admitía que el estadounidense, a pesar de su falta de conocimiento sobre los antecedentes decimonónicos de la historia uruguaya, conseguía volver inteligible, por caso, al intrincado (“maquiavélico”, según el uruguayo) mecanismo parlamentario con el que Batlle llegó a su primera presidencia. Además, Vanger le dio sentido a su relato sobre la primera presidencia de Batlle, que de algún modo abonaba la noción de la “excepcionalidad uruguaya” como consecuencia del ideario y el accionar de los primeros batllistas: su cancelación de la política armada en favor de la política electoral, su apuntalamiento del “hombre común” como ciudadano activo, su avanzada desarrollista (“Batlle y Serrato aprendieron lo que los planificadores posteriores aún están descubriendo”), su hábil utilización del aparato colorado para imponer un programa político nada tradicional.

Un círculo

Vanger nació en 1925 en Nueva York, en una familia de inmigrantes judíos europeos. Fue reclutado por el Ejército de su país en 1942 y se desempeñó como telegrafista en Alemania y Francia, lo que le valió una beca de ex combatiente para terminar sus estudios universitarios; luego, la Fundación Doherty le permitió viajar a Guatemala y a Uruguay. Ya firmemente orientado a la historia latinoamericana, y especialmente a la uruguaya, se estableció en la Universidad Brandeis. Allí escribió El creador de su tiempo y sus secuelas: El país modelo: Batlle y Ordóñez 1907-1915, sobre los notables avances sociales durante la segunda presidencia de Batlle, que llegaría en 1980, y el ya mencionado de 2009, sobre lo que aconteció en los años posteriores.

Vanger siguió vinculado a nuestro país mediante su familia uruguaya y su cercanía con los Batlle Pacheco; asistió, entre otras ceremonias, a la asunción presidencial de Julio María Sanguinetti, que marcó el retorno de la democracia en 1985. En 2011 donó su archivo sobre Uruguay (microfilmes, recortes de prensa, bibliografías, fichas) al Departamento de Historia Uruguaya de la Facultad de Humanidades de la Udelar, de la que Emilio Oribe había sido decano, y destinó su biblioteca de historia al Instituto de Formación Docente de Melo, que lleva por nombre el de su ilustre suegro. Hace unos días se conoció la noticia de su muerte, acaecida el 20 de junio en Cambridge, Massachusetts.