Con una alquimia perfecta, la fotógrafa argentina Carla Lucarella ensambla el desborde del archivo familiar y la exploración del vínculo con una madre que apenas conoció. Su singular exposición fotográfica, Mamushkas, que se encuentra en el primer piso del Centro de Fotografía de Montevideo, ensaya posibles abordajes de una ruptura a través de una cuidada selección de fotografías, a las que acompaña con un breve texto descriptivo. La protagonista, Rosa Mogilevich, murió a los 26 años, en 1978, cuando Carla sólo tenía cuatro. La muestra sigue una línea del tiempo compuesta por fotografías que pertenecen a diversos archivos familiares que retratan a Rosa en distintos momentos de su vida. Casi que acoplándose a la consigna de Borges, cuando advertía “somos nuestra memoria, somos / ese quimérico museo de formas / inconstantes, ese montón de / espejos rotos”, Lucarella apuesta a la revisión histórica de las imágenes y a las variantes que conforman la recuperación de la memoria: frente a la supremacía del olvido, presenta un intenso friso autobiográfico que la incluye en el relato y que propone reglas y rituales propios.

Foto del artículo 'El abrigo de la memoria'

En esta inagotable búsqueda de sentido, que hace de la intimidad su materia prima, se traza una ruta hipnótica y diversa (que la sigue en su luna de miel, cumpleaños, recorridas en barco, picnics, separación, “como una nouvelle vague patagónica”, propone la autora) en la que sorprenden los encuadres y la calidad fotográfica de los retratos, que expanden la mirada propia y ajena e interpelan lo significativa que se puede volver la decisión más intrascendente.

Expandiendo las interpretaciones en un juego infinito, Mamushkas transforma lo privado en algo público, y hace posible que nos encontremos en esas marcas, en esos gestos y en cómo un suceso cotidiano llega a transmitir algo tan universal. En la presencia de esa ausencia, y en ese recuerdo de lo que ya no está, aparecen conflictos familiares que evidencian cómo lo inesperado y lo cotidiano se puede convertir en amenaza: el padre de Rosa era un fotógrafo ruso que recorría pueblos y caseríos con un carro y su cámara. La madre dejó a Rosa al cuidado de unos vecinos cuando ella tenía cinco años, y prometió que volvería. Pero los vecinos estaban viejos y decidieron mandarla a Buenos Aires, que, en definitiva, era la misma ciudad a la que había viajado la madre. Así fue como Rosa llegó a un orfanato de San Telmo, en el que trabajaba Haydée, que decidió llevarla a su casa por si su madre la buscaba. Pero su madre no apareció, y Haydée se quedó con ella. Años después, Rosa conoció a Osvaldo. A los 19 se casó con él y a los 21 nació Carla. Tres años después tuvo otro hijo, pero a los seis meses decidió separarse y empezar una relación con su psicólogo. Al poco tiempo, le diagnosticaron linfoma de Hodgkin.

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El trabajo de Lucarella descubre esta realidad, a la vez que nos enfrenta a la alienación (¿la suya y la de tantos?) y nos vincula con ella. “La obra está conformada a partir de distintos archivos que me fueron revelados a lo largo de toda mi vida”, dice la autora a la diaria. El archivo de su padre, por ejemplo, siempre estuvo a su alcance. “De chica mi padre me ofreció proyectar las diapositivas en varias oportunidades y siempre estuvieron disponibles, aunque las vi pocas veces. Su madre adoptiva me fue entregando todas las fotos en las que apareció mi madre, y todas las cartas y los pequeños recuerdos que tenía de ella a medida que yo iba creciendo. Cuando cumplí 18 años recibí el material que mi madre me había dejado al cuidado de su pareja. Él me lo entregó según las instrucciones que ella le había dado antes de morir. Pero el que impulsó la idea de hacer este trabajo fue el último material que recibí: el archivo que fue de su padre adoptivo, y que recibí por mail cuando yo estaba a punto de tener a mi hija. Eran fotos de mi madre de niña y adolescente, una etapa de la que yo no tenía fotografías. Todo esto está relatado y detallado en la obra, y es parte importante de la historia que cuento: la obra no es sólo la de Rosa y la de los personajes que la protagonizan, sino también la historia de un archivo”.

La historia recordada

Antes de pensar en la reconstrucción de este personaje tan íntimo y desconocido y de componer su mirada para, así, autoconstruirse, Lucarella se hizo eco de una vivencia conmovedora, cuando recibió esta carta de su madre proyectada desde el pasado. Para ella “fue como una flecha disparada 14 años antes de ese día, y que, finalmente, llegó al destino. Aunque quien escribe lo hace sabiendo que no va a estar para hablar, ni para entregarla. Es muy impactante”.

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Pero estas simetrías impensadas que le propuso la realidad no formaron parte de Mamushkas. El disparador creativo de la muestra fueron aquellas fotos que recibió cuando estaba por tener a su hija, y que la llevaron a retomar todo el material que había acopiado, entre fotos, cartas y objetos, que finalmente digitalizó y convirtió en su “archivo”.

Después de un largo recorrido, a Lucarella le sigue impactando la belleza de estas fotografías. Por eso, dice, “más allá del relato, lo que me puso en marcha fueron las fotos, porque sentía que merecían ser vistas, retocadas, impresas, redimensionadas”. Pero desde el comienzo supo que su voz era necesaria para la organización del relato, y que se iba a revelar a partir del dato duro del archivo: “Orden, fecha, procedencia, quiénes estaban en la foto, dónde se tomó y en que ocasión. El ítem ‘observaciones’ respondió a la necesidad de hacer aclaraciones, de contar lo que estaba pasando en ese momento. Y se fue convirtiendo en el guion de la película, el lugar donde yo aparecía y donde también podía desplegar la idea de cuento, de ficción, que era algo de lo que me interesaba hablar”, indica.

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Sobre esta redefinición de la identidad y la herencia reconoce que toda su vida ha estado reconstruyendo a este personaje, al vínculo y a las variantes del reencuentro y el desencuentro. Mamushkas, cuenta, le “llevó cinco años de trabajo, pero el proceso de investigación, de acopio de material, de desentrañar al personaje, me llevó toda la vida. Las fotos fueron lo poco que tenía para anclarme en ella, en su imagen; fueron el instrumento para que no se desvaneciera de mis recuerdos. Y Mamushkas fue la materialización de todo esto”, a partir de un discurso directo, cotidiano y brutal que no esquiva su historia, sino que la transforma.