Dos rivales, a menudo maestro y discípulo. A grandes rasgos, el esquema se repite en todas las novelas de Guillermo Martínez y es el núcleo de Crímenes imperceptibles. Arthur Seldom es un matemático consagrado que se dedica a escribir libros de divulgación sobre lógica, en los que utiliza como ejemplos la resolución de algunos casos policiales. El protagonista y narrador de la historia es un estudiante argentino que va a doctorarse a Oxford, en donde reside Seldom, con quien se ve envuelto en la investigación de una serie de asesinatos que comienza con la muerte de su casera. En lugar de ser tutor y doctorando, Seldom y el estudiante argentino se transforman en detective y ayudante para luego devenir competidores por el prestigio intelectual y por la admiración de una mujer.
Varias cosas -entre ellas, su condición de bestseller- emparentan a Crímenes imperceptibles con la familia fundada por Umberto Eco y El nombre de la rosa (1980), compuesta por novelas cuyo trasfondo científico filosófico no es un simple accesorio decorativo, sino que se entrecruza íntimamente con el argumento principal.
Como en Una investigación filosófica (Philip Kerr, 1992), en la historia de Martínez el debate sobre ideas (específicamente, sobre las posibilidades del conocimiento humano tal como fueron cuestionadas por Ludwig Wittgenstein) influye directamente en el desenlace de una cadena de crímenes. Y como en En busca de Klingsor (Jorge Volpi, 1999), los desarrollos teóricos de la ciencia del siglo XX alimentan la idea de que no todo misterio tiene una resolución única o previsible.
En Crímenes imperceptibles, la reflexión, más allá de lo simplemente policial, incluye varios de esos conceptos provenientes de la ciencia que han cautivado a artistas y a pensadores de las humanidades, pero también agrega algunos temas nuevos a la lista. Por ejemplo, está el famoso teorema de la incompletitud de Kurt Gödel, pero aquí no es una metáfora del sinsentido, como en la novela de Volpi, sino que ilustra la explicación de que no todo lo verdadero es demostrable. También está, en medio de la discusión sobre las distintas vertientes de la lógica que florecieron en los últimos 150 años, la idea de que todos los razonamientos humanos tienen una desviación provocada por la matriz biológica. Esto choca con la concepción de la matemática como ámbito aislado y entra en posible paralelo con determinado tipo de abordaje de los asuntos artísticos.
Adopción, adaptación
Además de la condensación exigida por el cine, la transformación de Crímenes imperceptibles en Los crímenes de Oxford a manos del director español Álex de la Iglesia significó otros cambios importantes en el espíritu de la historia. Como explica Guillermo Martínez desde Buenos Aires, “lo que ocurre es que la novela tiene un discurso de tipo lógico matemático que se ajusta más a la posibilidad de los lectores de ir para atrás, de pensar con detenimiento línea por línea; en el discurso cinematográfico es mucho más difícil seguir algo que esté presentado con mucha precisión y que hable de teoremas con cierto rigor. Álex de la Iglesia es profesor de filosofía y tiene su propia pasión por algunos personajes, en particular por Wittgenstein, que es como el gran enganche que él tuvo con la novela. De manera que él prefirió hacer una versión más inclinada al problema general de la verdad como aparece en el Tractatus, de Wittgenstein; conserva el espíritu de la lógica matemática, pero con un planteo más dramático. Es decir, un planteo que pueda ponerse en escena, por ejemplo, en el duelo inicial de inteligencias que se da en el aula. Me parece que eligió una versión más teatral del tema: los matemáticos tienden a ser más minimalistas en cuanto a los enunciados y a las consecuencias mientras intercambian hipótesis, y los problemas son planteados de manera más general”.
Hay otro detalle -nada menor para aquellos atentos a las asimetrías del multiculturalismo- que diferencia a la película de la novela: mientras que en el texto el protagonista es argentino, en la película es norteamericano y lo encarna el por siempre joven Elijah Frodo Wood. Para Martínez, el cambio se debe al casting: “Inicialmente se tuvieron conversaciones serias con Gael García Bernal, que iba a hacer una vez más de argentino, e incluso Álex de la Iglesia había pensado en convocar a su compañero en Amores perros, Jorge Salinas, que todavía le interesaba más por el tema de la piel: prefería que hubiera una piel un poco más oscura que la de los ingleses”.
En la novela, las diferencias entre los ingleses y el estudiante rioplatense están directamente conectadas con el desciframiento de una clave final, lo que en el filme es traducido por una filosófica pista en alemán. Sobre la desaparición de ese contraste entre idiosincrasias, Martínez opina: “Es una de las líneas de la novela, de cierta ironía cariñosa hacia algunas de las costumbres inglesas. Pero finalmente predominó el peso de la gran figura que habían conseguido, Elijah Wood, y se optó por una variante no tan lejana: el Midwest norteamericano comparado con Inglaterra mantiene el contraste entre la simplicidad y el supuesto refinamiento de Oxford”.
Made in Argentina
Lo argentino, sin embargo, es siempre parte de la ficción de Martínez. El cuento que da título a su primer libro, la colección de relatos Infierno grande (1989), es un sorprendente cruce entre drama pueblerino e historia terrorífica que denuncia desde un costado casi absurdo la existencia de fosas comunes durante la última dictadura militar.
De todos modos, en el resto de su obra la situación “nacional” no está presente de forma tan directa, sino más bien de esa manera entre indirecta y quejosa cultivada por el más notorio escritor suizo-argentino. Martínez ha dicho que Crímenes imperceptibles no podía estar ambientada en Argentina porque la corrupción policial volvería inverosímil la percepción de que un conjunto de asesinatos puede constituir un mensaje lógico; frente a este prejuicio, Inglaterra sí se presenta como un escenario verosímil para la asepsia matemática de la historia.
En la novela, además, hay otro “embajador” elidido en el filme: “Para mí el verdadero elemento argentino es el mago René Lavand y su discurso sobre las migas de pan”, dice Martínez. “Es el argentino que queda dando vueltas en el exterior sin poder volver. Es un ejemplar prototípico de Argentina, y también los uruguayos tienen gente que está en una especie de exilio interior de su país. No es un exilio claramente político, sino que han ido a buscar una vida mejor a otro país mientras siguen siendo profundamente, e incluso caricaturescamente, uruguayos o argentinos”.
La teoría autobiográfica
Luego de Infierno grande, Martínez publicó cuatro novelas y un par de libros de ensayos. La que siguió a su debut editorial, Acerca de Roderer (1992), cuenta la relación entre un joven extraño que llega a Puente Viejo -especie de Santa María de Martínez- para distorsionar la vida del protagonista, hasta entonces el mejor alumno de la clase. Los dos amigos-rivales emprenden distintas aproximaciones al saber: Roderer se ensimisma en una especie de pacto fáustico para acceder directamente al conocimiento, en tanto que el protagonista se desvía del carril humanístico para encauzar una brillante carrera como matemático, tal como cierto autor real nacido en 1962 en Bahía Blanca.
¿Suena autorreferencial? Habría que agregar que La mujer del maestro (1998) y La muerte lenta de Luciana B. (2007) son protagonizadas por escritores, y que en Crímenes imperceptibles se dice, al pasar, que a un personaje inglés le cuesta pronunciar la ll del nombre del protagonista.
Martínez tiene algo para decir sobre el asunto: “Lo llamo impostación autobiográfica. Es como un acorde inicial para dar lo que a mí me gusta llamar también autoridad narrativa, la sensación de que el que narra sabe de qué está hablando, lo ha vivido de primera mano, es un testigo privilegiado. Es un acorde de verosimilitud para historias que luego no tienen nada que ver. Por ejemplo, el narrador de Crímenes imperceptibles tiene diez años menos que los que tenía yo cuando viajé a Oxford: yo fui allí ya casado, con una hija, y con una vida totalmente diferente. No hay más que esa especie de impostación de la primera persona”.
De "Crímenes imperceptibles"
"¿Por qué se hizo usted matemático?", me preguntó sorpresivamente. "No sé", dije. "Quizás fue una equivocación, siempre creí que iba a seguir una carrera humanística. Supongo que lo que me atrajo es la clase de verdad que encierran los teoremas: atemporal, inmortal, suficiente en sí misma y, a la vez, absolutamente democrática. ¿Qué fue lo que lo decidió a usted?" "Que fuera inofensiva", dijo Seldom. "Que fuera un mundo que no se toca con la realidad".
"¿Qué somos usted y yo, qué somos los matemáticos? [...] Somos, como dijo un poeta de su país, los arduos alumnos de Pitágoras."
Si su primera y su tercera novela son protagonizadas por matemáticos y la segunda y la cuarta por artistas, podría predecirse -contra todas las advertencias sobre las trampas de las series lógicas que hay en Crímenes imperceptibles- que en la quinta volverán los matemáticos. Al principio a Martínez le hace la gracia la idea (“No, la próxima es tan extraña que todavía no logro decidirme por las posibilidades que tengo. Digamos que viene por el lado filosófico-religioso”), pero al final concede: “Sí, no está tan lejos de lo que sería la matemática como juego de abalorios. Creo que va a tener bastante que ver desde el punto de vista conceptual -no de la trama- con la novela El juego de los abalorios, de Herman Hesse”.
La secuencia, además, parece continuar: “Es cierto que hay una especie de intercalación de novelas en que yo tomo el pulso del estado literario: me interesan los personajes escritores. Entonces tengo pensada una más, para el futuro, sobre la vida literaria. Es una clase de novelas que a mí me resulta interesante leer, y, aunque no tiene muchos lectores potenciales, me interesa escribirla”.
Lo peor de la literatura
Las observaciones literarias de Martínez, sin embargo, no se limitan a las opiniones generales que da desde la ficción. La mujer del maestro y La muerte lenta de Luciana B. son inversiones sutiles del relato La lección del maestro, de Henry James, sobre la relación admirador-admirado entre los escritores; en cambio, en sus ensayos e intervenciones periodísticas -reunidos mayoritariamente en La fórmula de la inmortalidad (2005)-, el hombre es bastante directo. El apartado “Un ejercicio de esgrima”, por ejemplo, es una respuesta al libro Literatura de izquierda, del también escritor Damián Tabarovsky.
Entre otras cosas, Tabarovsky plantea el estancamiento de los procedimientos vanguardistas, que habrían conducido a una literatura ligada al progresismo solamente por la filiación política de sus autores, pero esencialmente conservadora en lo estético. Martínez desmonta varios de los argumentos de Tabarovsky haciendo su propia descripción del campo literario argentino: denuncia amiguismos editoriales y el poder de ciertos medios en el ascenso de los escritores-periodistas durante los 90, al tiempo que reivindica el mecanismo del concurso literario.
Al respecto, Martínez aclara: “No es solamente Tabarovsky; es el discurso único de la crítica argentina. Tabarovsky fue uno de los que se animaron a enunciarlos de una manera un poco más organizada y explícita, pero ésos son los nuevos lugares comunes de la crítica que uno viene escuchando en Argentina desde hace veinte años. Me pareció que era una buena ocasión para dar una discusión. Estoy pensando en un nuevo artículo sobre la mitología y los clichés de las discusiones literarias: cuáles son los lugares comunes que, como una calesita, se suceden una y otra vez, y que nadie examina ni piensa seriamente. Son como armas arrojadizas que se usan para descalificar, para separar aguas, para dividir bandos, pero sobre las que nadie piensa si tienen algún sentido”.
Tabarovsky, además, apunta contra lo que llama “los jóvenes serios”, escritores que “basados en la efectividad” (Pablo de Santis, Leopoldo Brizuela, Marcelo Birmajer y el propio Martínez) habrían conseguido éxitos de ventas. “El éxito es lo único que molesta. Porque nosotros escribimos desde hace veinte años y recién ahora se acuerdan de que somos lo peor de la literatura argentina. Solamente molesta cuando hay un éxito. Mi primer libro tuvo una dedicatoria admirativa de Tabarovsky. Él se empieza a molestar cuando lo de otros tiene alguna clase de éxito, y la clase de éxito que se supone que es lo que ellos desprecian. Se supone que todo eso, que uno tenga lectores, etcétera, es lo que no quieren para su literatura”, contesta Martínez.
Doble carrera
“Siempre digo que me siento un poco extraño con la serie de novelas que he escrito hasta ahora, por que es como si fueran los primeros registros. Creo que el hecho de haber sido matemático durante tantos años impidió que escribiera más libros; de algún modo ese conjunto inicial de novelas no representa todos los registros que yo creo que me sería más natural tocar”.
En cuanto a la efectividad, la situación de los “serios” se ha intensificado: al éxito de Crímenes imperceptibles, traducida a más de treinta idiomas, se le ha agregado el de De Santis, premio iberoamericano Planeta 2007 (la editorial de Martínez) con El enigma de París, y la adaptación de la novela de Martínez por parte de un equipo cinematográfico internacional.
A Martínez no le parece muy adecuado agregar al universo de “los jóvenes serios” al guionista y director Damián Szifrón (Tiempo de valientes, Hermanos y detectives): “Él tiene dos vertientes. Los simuladores se puede mirar como un programa 'aireano', porque tiene algo de parodia de las series de Batman y Robin de los 60, tiene algo de absurdo; era muy divertido. Por otro lado, tiene sus películas, que son como más graves. No me animaría a identificar literariamente con una corriente a Szifrón”.
Lo de “aireano” viene por César Aira, el escritor que para Martínez encarna la frivolidad inútil de la literatura favorecida por la crítica argentina. Cabe aclarar también que Martínez es de aquellos que le asignan a la palabra “posmoderno” un contenido puramente negativo, y que concentran en lo posmoderno el conjunto de ataques a la racionalidad nacido en las últimas décadas.
La lección del alumno
Infierno grande reúne cuentos bastante heterogéneos, sobre todo si se los compara con las novelas que le siguieron. Hay, por ejemplo, mucho del polaco Witold Gombrowicz, a quien no sólo se homenajea explícitamente en un título, “Brindis con Witold”, sino también en el léxico (“el culeiforme Antonio”, “la conversación se pañalizaba irremediablemente”) y en la visión del mundo desde la molestia adolescente que practicaba el autor de Ferdydurke. En las novelas de Martínez, en cambio, se percibe un acercamiento a otro polo, enfrentado a Gombrowicz y a todas las posibles oposiciones en las letras argentinas del siglo XX: Jorge Luis Borges.
Martínez lo relativiza: “Una escritora que respeto mucho como crítica me dijo que si Crímenes imperceptibles está más cerca de la estética borgeana, La muerte lenta de Luciana B. toma la otra tradición argentina, la de Arlt, Dostoievsky, de lo psicológico-dramático, y creo que es así. Luciana B. es una novela muy intensa, casi romántica, en ella aparece el tema de la inspiración como una encarnación casi demoníaca; en fin, son los temas del romanticismo los que estaban dando vuelta en Acerca de Roderer. Yo no me considero tan cercano a lo borgeano como en general lo hacen los lectores. Eso depende de la clase de lectura que se haga, porque para mí Crímenes imperceptibles es una novela más bien epistemológica, o sea, yo no sigo el orden de los cuentos paradójicos borgeanos”.
Pero Borges no es sólo una serie de temas: es también un estilo, y en esto es innegable su influencia, por atracción o rechazo, sobre lo que se escribe en el Río de la Plata. Martínez tiene una posición definida: “Él es muy importante para mí, pero en otro sentido. Borges es una medida en cuanto a la exigencia, la corrección en la escritura; en cuanto a lo que es cierta transparencia del lenguaje, cierta búsqueda de tipo formal. Pero en cuanto a los temas, yo no me siento muy cercano a Borges”.
Hay algo más, sin embargo. Una manera de leer Crímenes imperceptibles es como corrección del cuento “La muerte y la brújula”, cuyo remate en Borges y la matemática (2005) critica Martínez. “Esa vinculación la he hecho yo mismo a posteriori. Cuando escribí la novela no tenía presente el cuento de Borges, sino otro relato, 'El signo de la espada rota' [de El candor del Padre Brown, de GK Chesterton]. Ése es el relato que está por debajo. Luego me hicieron notar esa similitud; entonces, en las clases sobre Borges hago esa observación sobre la no unicidad de las series lógicas. Borges parece no reparar en esa cuestión, parece pensar en ese cuento en que las series tienen solución única, sobre todo en el segundo final, en donde plantea la posibilidad de un laberinto sobre una línea recta: ahí él piensa que es clara y única la solución entre los puntos. De esa observación sí se puede derivar un poco el esquema de Crímenes imperceptibles, que habla de una serie que tendría soluciones múltiples”. Igual que la conexión con el maestro.