El reciente Piriápolis de Película (2 al 4 de agosto) empezó con el debido tributo a Jorge Jellinek, uno de los fundadores de este festival y principal programador, fallecido hace poco más de un mes. Hablaron críticos de cine de Uruguay, Brasil y Argentina, y también Federico Veiroj, quien dirigió a Jellinek en La vida útil (2010). Se exhibió un breve compilado de escenas de esa película y luego, aun más emotivo, breves registros de algunos de los discursos de Jorge presentando ediciones anteriores del festival, en los que era notoria su satisfacción, año a año, al ver florecer el emprendimiento y que tuviera tan buena afluencia de público. Esas imágenes hicieron aun más palpable su ausencia y arrancaron un extenso aplauso de la platea, de pie.

Piriápolis de Película es un festival muy agradable, que transcurre enteramente en dos salones del hotel Argentino, y es una excelente instancia para encuentros y conversaciones entre espectadores, realizadores, organizadores y críticos. Este año se llevó a cabo con un presupuesto netamente reducido. Fueron notorios el esfuerzo y el empeño de los organizadores en preservar la fluidez del evento y el buen clima de siempre, haciendo el mejor trabajo posible. La reducción presupuestal, de todos modos, se sintió, y si sólo fuera a resaltar los méritos podría dejar la impresión de que en realidad esa plata extra no hace diferencia, cuando sí la hace. Hubo menos títulos, menor proporción de películas llamativas, y las muy buenas condiciones de proyección propiciadas por la infraestructura de Efecto Cine sólo se pudieron disfrutar en una de las salas (en la otra, funcionó un cañón de tipo doméstico, de definición subprofesional).

La única sección competitiva de Piriápolis de Película es la de cortos iberoamericanos. Ganó como mejor película internacional la argentina Una cabrita sin cuernos (de Sebastián Dietsch), y como mejor uruguaya Mandado (de Ignacio Bide y Xavier Bauzá).

De lo que pude ver, lo más impactante fue la función de Maldonado Filma, un ciclo armado con producciones beneficiadas con el Fondo de Incentivo Audiovisual de la Intendencia de Maldonado. Febrero amargo, de Gastón Goicoechea y Agustín Lorenzo, es un documental de mediometraje (60 minutos) sobre el poco conocido, fascinante y controvertido casi-golpe (o quizá el inicio del proceso golpista), ocurrido cuatro meses y medio antes de lo que solemos considerar el inicio oficial de la dictadura. Con entrevistas a eminentes académicos, políticos, periodistas y participantes de aquellos eventos, sumadas a abundante material de archivo fílmico y fotos de periódicos, revisamos la historia sensacional de una Montevideo al borde del enfrentamiento bélico entre la Marina y las demás fuerzas armadas, la confusión generada por los comunicados militares que encendieron la esperanza de un levante “peruanista”, la actitud heroica del contralmirante Juan Zorrilla y la respuesta bochornosa del presidente Juan María Bordaberry. El documental plantea esa situación en forma clara, dinámica, atrapante, y compara las posturas a veces contrastantes de los distintos entrevistados, sin forzar conclusiones en puntos que dan muchísimo para discutir. La muestra incluyó también un sensible corto de ficción sobre la vejez (Olga, de Santiago Edye) y un corto documental (Podríamos ser mejores, de Martín Cuinat) sobre tres músicos de tango y folclorismo que actúan en un boliche en la localidad de Ferona, con el mérito especial de registrar el acompañamiento de ese guitarrista maravilloso que es Silvio Ortega.

El festival abrió con la argentina Gran orquesta. El punto de partida es increíble: hace unos años la directora Peri Azar vio un baúl tirado en una volqueta y decidió revisarlo, descubriendo que contenía un montón de partituras manuscritas. Al investigar un poco, descubrió que se trataba del repertorio de Héctor y su Orquesta, una de las más importantes orquestas porteñas de jazz de aquel momento, y decidió hacerlas volver a sonar con una banda de músicos jóvenes, entre imágenes documentales y testimonios sobre la pujante escena de música bailable durante el primer gobierno de Perón.

Lobos, de Rodolfo Durán, es un competente thriller a la argentina, es decir, con una historia construida en un contexto del conurbano en que la Policía no es el garante de la ley y los derechos, sino un ordenador y partícipe de las actividades criminales. Nada del otro mundo, pero está bien realizada y los actores son convincentes.

Legalidade, de Zeca Brito, cuenta en ficción una historia que puede verse como el equivalente brasileño de lo contado en Febrero amargo, es decir, la resistencia civil, liderada por Leonel Brizola, frente al intento de golpe militar luego de la renuncia del presidente Jânio Quadros (1961). Brizola es exaltado como un héroe, sin matices, y quizá lo fue. Más allá de la apología (que en el festival sirvió como tributo a Leonardo Machado, que hizo el papel y falleció poco después), la narrativa se enfoca en una historia ficticia de triángulo amoroso de una agente de la CIA que se da vuelta y se convierte en guerrillera. Es una producción relativamente cara, aunque el presupuesto fue claramente insuficiente para hacer rendir con dignidad algunas escenas a lo Hollywood totalmente traídas de los pelos (persecuciones, embates guerrilleros, etcétera).

Finalmente, el Fantapiria (ciclo de cine fantástico) trajo una serie de cortometrajes, entre los que destaco dos llamativas producciones uruguayas, muy competentes ambas (Entre las sierras, de Nicolás Croza y Eduardo Granadszteyn, y La inquilina, de Raúl Pierri), y una, excelente, de España (Miedos, de Germán Sancho). De los largos del ciclo pude ver el iraní Mahtab, de Vahid Pakzad, realizada como para dar la impresión de una toma continua (aunque dudo de que se haya hecho realmente así). Describe la carrera loca de una adolescente y su hermanito por Teherán, obedeciendo órdenes impartidas por alguna entidad al parecer omnisciente. Nunca entenderemos muy bien la situación, pero hay varios episodios interesantes y la explicación final implica un estimulante juego metacinematográfico de cajas dentro de cajas.

Eso es lo que pude ver en la noche del viernes y durante el sábado: una bienvenida dosis concentrada de cine poco común, que difícilmente se llegue a exhibir en salas comerciales, incluyendo algunos títulos relevantes.