Hace unos días, la agencia AFP publicó una nota en la que anunciaba la apertura al público de Raíces de la paz, un mural pintado por Carlos Páez Vilaró en un túnel subterráneo que comunica dos edificios de la Organización de los Estados Americanos en Washington, tras “permanecer décadas en la sombra”: este fresco de 160 metros de largo había sido pintado en 1960, y recién cuando un especialista lo restauró, en 2002, le añadió su firma.
La agencia también difundió el contexto en el que se produjo la obra: a este espacio se lo había ofrecido el entonces jefe de la División de Artes Visuales de la organización regional (el cubano José Gómez-Sicre) para “consolarlo por una obra suya que había sido destruida en Montevideo”. Así, Páez Vilaró logró que, en Uruguay, una fábrica de pinturas le donara 400 kilos de óleo, y viajó a Washington para concretar el proyecto, que terminó con la colaboración de estudiantes de arte de la Universidad de Maryland y el Instituto Corcoran.
El mural del centro
“En general el trabajo de Páez Vilaró está subestimado, quizás por el impacto mediático y algunas otras cuestiones”, dice el director del Museo Nacional de Artes Visuales, Enrique Aguerre, y recuerda que el artista uruguayo tuvo “una etapa fantástica”, a fines de los 50, cuando se creó el Grupo 8, integrado por él, Lincoln Presno, Raúl Pavlotzky, Alfredo Testoni, Américo Spósito, Óscar García Reino y Julio Verdié. “Ellos cumplieron un rol muy importante dinamizando la escena, que en su momento era muy conservadora. Y por otro lado, Páez Vilaró se dio el permiso –sin pasar por el permiso o la aprobación de los críticos–, en un gesto muy contemporáneo, de dedicarse a hacer murales, ilustraciones, pintura, grabado, cerámica”. Esto, para el director, dificultó la clasificación de su trabajo, “que, en sus puntos altos, era excelente”.
Y recalca el lugar que ocupa el muralismo como disciplina democratizante del arte, sobre todo cuando se ubica en edificios públicos. “Páez Vilaró cruzaba el eje entre la alta y la baja cultura, o el arte popular, el universo del candombe y la cultura afrodescendiente: creo que él y [Pedro] Figari son las personas que mejor han trabajado sobre ese tema. En su caso, iba desde ciertas complejidades hasta resoluciones vinculadas al diseño o la ilustración, que incluía trabajos fantásticos”, dice, evocando el mural que está dentro de un local comercial ubicado en la esquina de Aquiles Lanza y Soriano (pintado en 1958), que “es una maravilla y vale la pena ir a ver”.
“Tenemos que volver a pensar un poquito en Páez Vilaró, y volver a ver su obra sin prejuicios. No ser tan duros y observar su trabajo desde otra perspectiva, porque seguramente en el futuro lo vean de esa manera”; para Aguerre “nosotros todavía cargamos con ciertos prejuicios”: “en el arte se necesita mucho tiempo para juzgar el trabajo de un artista, y creo que su obra será revisitada desde otros lugares”.