En marzo, nuestra región comenzó a vivir los primeros casos de contagios por coronavirus. Las incógnitas se multiplicaron, el término “protocolo” se hizo pan de cada día y, por algunas semanas, los uruguayos sentimos cómo la parálisis de actividades transformaba en un eterno fin de semana el espacio público. Dentro de los hogares se atrincheraron espacios de teletrabajo y muchos se convirtieron en un cowork familiar, estallando todas las posibilidades que permite la convivencia.

Rápidamente, la cultura mediática generó códigos visuales e iconicidad para el nuevo coronavirus. Los portales de noticias oscilaron entre franjas negras y detalles fríos de azules o verdes. Naturalizamos los retratos de ojos como marca de identidad a partir de la inclusión del tapabocas. Muchas agencias adoptaron nuevas reglas o permisos para el registro fotográfico, como alterar escenas en algunos casos, usar drones para mantener la distancia en otros, o incluso registrar a partir de cámaras térmicas para preservar la identidad y apostar por una estética de los tiempos.

En marzo, la AMBA, Área Metropolitana de Buenos Aires, naturalizó de manera estricta lo que en términos oficiales de este lado del río se llamó “nueva normalidad”. La circulación, el uso de espacios públicos y la gran mayoría de servicios no esenciales se restringieron. La pandemia no es indiferente a la grieta, y la situación se politizó rápidamente. Los medios masivos dieron cuenta del campo de batalla ideológico: de un lado, el sector de la sociedad alineado a los intereses macristas que ponen como bastiones el eje Trump-Bolsonaro y la cloroquina; del otro, las medidas sanitarias del gobierno.

En el correr de estos meses vimos la reacción de distintas disciplinas y, en particular, de la fotografía. Tanto museos como galerías pausaron sus calendarios de exhibiciones y en algunos casos se pasaron a una programación virtual con charlas valiosas que lograron acortar distancias. Hoy, cuando Argentina sostiene el confinamiento más largo del mundo, muchos perfiles en redes sociales se transformaron en nutridas galerías virtuales de fotografía. Denuncias sociales, revisiones de archivos, testimonios en primera persona, investigaciones intimistas o técnicas se hicieron públicas con la premura de una catástrofe.

¿Cómo viven los fotógrafos porteños estas medidas?

Eduardo Longoni toma nuevas fotos domésticas al tiempo que revisa un archivo imprescindible para la fotografía contemporánea. Eduardo es el hombre que inmortalizó el instante en que Diego Maradona hizo el gol con la mano en el Mundial de 1986. Ver la selección de archivo que va publicando es como recorrer un libro de hitos históricos de la Argentina en la segunda mitad del siglo XX. Captó el Juicio a las Juntas realizado por la Justicia civil a las juntas militares, decretado por Raúl Alfonsín en 1985, y la represión a las Madres de Plaza de Mayo: en bellos textos testimoniales recuerda retratos de seres queridos, en los que se destaca uno magnífico a su abuela. Al final de la recorrida, una foto icónica de Mercedes Sosa y Charly García que se puso a la venta en este período para colaborar con Fotógrafes x los barrios, un colectivo conformado por más de 130 profesionales para colaborar con la organización La Poderosa en este contexto. Longoni se las ingenia para que su obra cruce el río en tiempos de cierre de fronteras y se encuentra exponiendo una serie de fotos muy recomendables que realizó entre 1996 y 1997 al escritor Mario Benedetti, en la Fotogalería del Parque Rodó.

Marcos López, santafesino radicado en Buenos Aires desde larga data, creador de la consagrada serie Pop latino, fotógrafo, performer, pintor y escritor, se vale de las redes para mediatizar una catarsis diaria. Es un fotógrafo destacado en distintas líneas: las cuidadas fotografías de estudio con vestuarios que oscilan entre la cultura pop, lo retro y el barroco, iluminados modelos (en general no profesionales) que Marcos dirige con precisión. Su producción escrita es singular en una disciplina que en general le escapa al texto, apoyada en la malsana –o no tanto– frase “una imagen vale más que mil palabras”. En este contexto pudimos conocer casi a diario su vida. Atribulado de cotidianidades, Marcos nos cuenta que hacer los mandados por su barrio, Parque Lezama, puede resultar una aventura. Atento observador del diseño, se detiene en las posibilidades ergonómicas y el rediseño industrial de objetos cotidianos, en este caso el carrito de feria. A diario practica yoga, se hace autorretratos con su celular, a los que adjunta un texto descriptivo de la experiencia, pinta sobre viejas fotografías o libros que transforma en obras únicas. Este nuevo capítulo de su producción me hizo reír mucho, algo no menor en este momento.

Sarah Pabst es una fotógrafa alemana radicada en la capital porteña, con varios proyectos que oscilan entre documentar aspectos sociales y económicos, como su Proyecto La Salada, e intimistas, como Zukunft, en el que, a partir de la profunda intimidad familiar, indaga en el dolor y el pasado de una Alemania dominada por el nazismo. En este ínterin, Sarah explota en colores, se saca las ganas contra todo pronóstico personal y se sorprende a sí misma registrando su ambiente familiar desde una apuesta costumbrista que no reniega de la belleza de la intimidad hogareña que comparte con su hija y su pareja. Descubre la luz más suave que puede otorgar el departamento, espera horas, y las horas la descubren entre bodegones circunstanciales o la belleza de una pareja que contempla el tiempo.

Pablo Piovano acostumbra moverse en el área de la denuncia social con una mirada documental sin censuras o contemplaciones, como lo evidenció en su trabajo Mapuche y en el terrible testimonio de El costo humano de los agrotóxicos. En este caso, el registro fotográfico en escala de grises y alto contraste se ve trastocado a la intimidad lúdica en colores. En los encuentros con su padre, también fotógrafo, el juego cómplice de ambos sorprende con una puesta en escena entre onírica, surreal y pictórica. La mirada del hijo al padre junto a guiños intergeneracionales y masculinidades exploradas llega a un resultado muy interesante de la mano de la belleza, el humor y el color.

El colectivo Sub Cooperativa de Fotógrafxs ha incursionado en la palabra y la voz, inaugurando un programa radial vía podcast que ya cuenta con 12 ediciones: en Nada que ver se destaca la entrevista que hicieron en plena madrugada al fotógrafo Antoine D’Agata, que habita un hospital en París y lleva adelante un recomendable proyecto. Allí Antoine relata cómo deambula por los pasillos de un hospital con una cámara térmica, y el resultado es por demás recomendable si lo pensamos como obra original en este contexto.

María Eugenia Cerutti trabajó en el diario Clarín entre 1998 y 2016, y hoy en día desarrolla su búsqueda a partir de múltiples proyectos. Kirchner, un libro realizado entre 2003 y 2010 que va por la segunda edición, tiene emblemáticos registros del ex presidente; Con toda la muerte al aire desarrolla un proyecto fotográfico potente a nivel conceptual y formal, en el que investiga el femicidio de Alcira Methyger, llevado a cabo en 1955. El resultado de su investigación visual y narrativa se amplió luego a una performance junto al periodista Alejandro Marinelli en el Laboratorio de Periodismo Performático, desarrollado por la revista Anfibia.

Una imagen suya cierra esta breve imaginería de la pandemia porteña: un runner oficialista y trajeado se golpea contra el destello de un flash en el jardín de Olivos. Es Juan Pablo Biondi, el vocero del presidente argentino, que corre en el invierno porteño, durante la noche del 12 de agosto. “La vacuna está cada vez más cerca y Argentina la fabricará para Latinoamérica”, sostiene la autora en el texto del pie de foto.