Buenos días. Les comento algunas noticias que pueden leer hoy en la diaria.

El segundo ciclo de Óscar Washington Tabárez como director técnico de la selección uruguaya de fútbol comenzó en marzo de 2006, y coincidió en su mayor parte con los gobiernos nacionales del Frente Amplio (FA). Tabárez es además, notoriamente, una persona a la que se identifica con el FA, aunque no haga declaraciones sobre política partidaria. Estos datos han determinado que, desde hace años y con bastante independencia de las consideraciones futbolísticas, mucha gente de derecha lo ataque y mucha de izquierda lo defienda.

Así sucedió una vez más, con inusual intensidad, en los últimos días, ante los malos resultados de la celeste en las Eliminatorias para el Mundial de Catar, que incluyeron dos duras derrotas como visitante ante las selecciones de Argentina y Brasil. Hubo agresiones feroces y circularon rumores, no necesariamente casuales, de que los dirigentes de la Asociación Uruguaya de Fútbol consideraban la posibilidad de despedir a Tabárez. Aunque finalmente decidieron que permaneciera en el cargo, la tan mentada grieta se ahondó en este terreno. Así están las cosas en Uruguay, y realmente no parece un motivo de orgullo.

El fútbol apasiona a multitudes e involucra a grandes poderes económicos. Esto determina, en escala nacional e internacional, que tenga mucho que ver con la política. Todos sabemos que hay dirigentes que actúan en las dos actividades, que se adoptan decisiones en cada una de ellas por intereses propios de la otra, que muchos gobiernos aspiran a que se los identifique con logros y alegrías futboleras, y que las frustraciones y rabias vinculadas con lo deportivo pueden complicarles la existencia. Pero el juego es un juego.

Se puede decir que hay maneras de vincularse con el mundo del fútbol relativamente más progresistas y más reaccionarias, pero la idea de que existe un fútbol de izquierda y otro de derecha no se sostiene. Es una creencia ingenua, como la de que los artistas que más nos fascinan tienen, además, otras características que consideramos virtudes.

Muchas personas de izquierda –no todas– sintieron, por ejemplo, una gran simpatía por Maradona, debido a algunos gestos suyos expresamente políticos y a otros que mostraron, simplemente, su rebeldía ante grandes poderes que inciden en el fútbol (pero no ante todos ellos).

Sin embargo, es obvio que Maradona distó mucho de ser un modelo de virtudes progresistas, que su exaltación politizada ni siquiera es fácil desde la peculiar ideología del peronismo y que, por último pero no con menor importancia, evaluar sus enormes méritos como jugador de fútbol no es una cuestión política.

En “el proceso” conducido por Tabárez hay ciertos valores más compatibles con el pensamiento de izquierda que con el de derecha, pero considerar que la forma de juego de la selección que dirige es de izquierda, o que hay que cambiarla por una de derecha, resulta realmente disparatado.

La celeste está en problemas y sólo cabe desear que los supere. Con la convivencia política en este país pasa lo mismo, y no hace falta señalar cuál de los dos asuntos es más grave. Uruguay necesita, para que el fútbol y la política sean mejores, gente capaz de distinguir entre ambas cosas.

Hasta mañana.