Buenos días. Les comento algunas noticias que pueden leer hoy en la diaria.

Uno de los problemas sobre los que más se insiste al discutir el sistema de seguridad social es la mala relación en Uruguay entre quienes aportan y quienes reciben. Las tendencias demográficas señalan que esto se agravará, porque la población total va rumbo a la disminución, con un crecimiento en la proporción de personas mayores.

Por otro lado, y pese a que también se insiste mucho acerca de los ahorros individuales, el dinero para pagar las prestaciones de seguridad social proviene de los aportes que realizan cada mes los trabajadores en actividad y los empleadores, de lo recaudado por tributos destinados a este fin y de la asistencia a la que el Estado está obligado.

Por lo tanto, todo lo que tiene que ver con la actividad laboral actual y sus tendencias futuras repercute en la seguridad social. Como es obvio, si los aportes de trabajadores y empleadores disminuyen, y no sucede lo mismo con la cantidad de dinero que hay que desembolsar todos los meses, será preciso que aumenten las otras fuentes de financiamiento del sistema, que son precisamente las que el Poder Ejecutivo no muestra la menor intención de incrementar: la asistencia estatal y los tributos destinados al sistema.

En este marco, una de las señales de alerta que deberíamos tener muy en cuenta surge de un estudio realizado por la Organización Internacional del Trabajo y el Instituto Cuesta Duarte del PIT-CNT acerca del impacto de la pandemia en el mercado laboral. De acuerdo con los resultados de la investigación, ese impacto “se concentró con mayor intensidad en los trabajadores más jóvenes” y, en la actualidad, 69% de las personas menores de 25 años que están empleadas reciben “salarios sumergidos”, inferiores a 25.000 pesos líquidos por 40 horas semanales.

No es nuevo que la población de trabajadores jóvenes sea la que está peor remunerada y presenta condiciones laborales más precarias. Tampoco lo es que esto se verifica bastante más allá de lo que se puede considerar razonable al comienzo de las trayectorias laborales, y agrava la situación de los sectores sociales que ya están peor, asociándose a mayores tasas de fecundidad y multiplicando la pobreza infantil.

Lo nuevo, pero muy previsible, es que la crisis profundizó las desigualdades, tanto en perjuicio de la población juvenil como de las mujeres (que llevan una carga desproporcionada de las tareas de cuidado y el trabajo no remunerado).

La caída del empleo asociada con el período de pandemia (pero no debido exclusivamente a ella) fue más profunda para las personas menores de 25 según el estudio, y la recuperación resultó menor. Durante 2020, no llegaron a cobrar 25.000 pesos por mes más de 650.000 personas, que eran 42% del total de trabajadores, pero entre menores de 25 años la proporción fue mucho más alta, con el 69% mencionado.

Además, y para peor, 19% de la población ocupada menor de 25 no llegó ni siquiera a cobrar 15.000 pesos líquidos por mes. En esta franja etaria, quienes ganaron de 35.000 a 50.000 pesos fueron apenas 7% del total, y quienes recibieron remuneraciones por encima de esa cifra, 4%. Aquello de “juventud, divino tesoro” parece un chiste de mal gusto.

Hasta mañana.