Buenos días. Les comento algunas noticias que pueden leer hoy en la diaria.

¿Qué más decir un 20 de mayo? Hace 25 años de la primera Marcha del Silencio, 45 de los asesinatos en Buenos Aires de Rosario Barredo, Héctor Gutiérrez Ruiz, Zelmar Michelini y William Whitelaw, y de la desaparición de Manuel Liberoff. Las respuestas al reclamo de verdad y justicia todavía son escasas.

Seguimos sin esclarecer la gran mayoría de las desapariciones forzadas; sólo se han hallado los restos de seis víctimas de ese tipo especialmente cruel de delito en Uruguay. Las condenas por el terrorismo de Estado han sido importantes, y aumentaron en forma notoria desde que actúa la Fiscalía Especializada en Crímenes de Lesa Humanidad. Pero todavía son pocas en relación con los procesamientos iniciados, y estos no abarcan ni por asomo todas las responsabilidades directas e indirectas.

Nada indica que sea inaccesible la información que falta para responder a las preguntas planteadas durante décadas. Siguen vivas personas que la manejaron, juramentadas para mantener su impunidad de rebaño. Además, es altamente probable que consten, en documentos estatales, por lo menos datos necesarios para acercarse bastante más a la verdad. Pero estamos en el octavo período de gobierno posterior a la dictadura, hubo presidentes colorados, nacionalistas y frenteamplistas, y aún no se han empleado todos los recursos que la Constitución y las leyes permiten para realizar una búsqueda exhaustiva de esos documentos.

En cambio, se dan a conocer papeles de muy escaso aporte a lo que importa, como los presuntamente hallados por casualidad en el Grupo de Artillería 5, y se los envuelve en un despliegue publicitario digno de mejor causa. Como si este drama pudiera, como tantas otras cosas, reducirse a una competencia entre partidos por la opinión pública.

Mientras tanto, se reiteran planteamientos inaceptables del problema, como el de quienes insisten en que sería posible canjear información por impunidad, y aparecen propuestas retrógradas como la de “reinstalar” (no se sabe cómo, a esta altura) la Ley de Caducidad. A esto se le agregan infamias como el intento de desprestigiar a las víctimas, que ahora son señaladas incluso, en el colmo del disparate, como culpables de los problemas de la seguridad social. Seguimos lejos.

¿Qué decir, entonces? Lo de siempre, que esto continuará mientras haga falta; que no hay resignación ni olvido, y que no es posible perdonar si no se sabe a quién ni por qué, si el perdón no se pide a título personal o institucional.

Quienes éramos jóvenes cuando se realizó la primera marcha somos ya veteranos, y mucha gente veterana de entonces ya no está, pero cada año se suman jóvenes. Quedan pocas madres de detenidos desaparecidos, pero cada año hay personas nuevas asumiendo que “todos somos familiares”, y se ponen de verdad la camiseta.

Esto no se va a resolver cuando todos estemos muertos, sino en la medida en que nos mantengamos con vida, y en eso se puede confiar. Hasta siempre, con ausencias muy presentes a la cabeza de nuestra marcha. Seguimos lejos, pero seguimos.

Hasta mañana.