Buenos días. Les comento algunas noticias que pueden leer hoy en la diaria.

En el acto de homenaje al Grupo Asesor Científico Honorario (GACH), organizado por el Poder Ejecutivo y realizado ayer, los oradores no consideraron que correspondiera mencionar expresamente que, desde comienzos de este año, el presidente Luis Lacalle Pou decidió apartarse de las recomendaciones planteadas por ese grupo.

Aquí tampoco se abundará hoy sobre ese hecho ni sobre sus grandes costos sociales; esto ya ha sido tratado a menudo en la diaria y seguramente seguiremos publicando información y opiniones al respecto. En cambio, puede ser útil considerar qué nos deja la experiencia en otros terrenos.

El aporte del GACH fue, sin duda, muy relevante. Por un lado, ordenó y racionalizó las informaciones disponibles sobre la covid-19 y el modo de hacerle frente. Por otro, planteó sobre esas bases, y a partir del análisis de datos locales, recomendaciones adecuadas al modo en que se manifestó la pandemia en Uruguay y a los recursos disponibles. Lo hizo, además, con criterios de trabajo multidisciplinario que dieron muy buenos resultados, aunque la ausencia o la incorporación tardía de algunas disciplinas acotó su potencia.

Lo antedicho es bastante reconocido, pero cabe destacar algo inusual en nuestro país que no ha sido muy comentado.

En Uruguay, los políticos prefieren por lo general asesorarse con “sus” especialistas. Un caso claro y extremo es que cada integrante del Poder Legislativo suele elegir asesores propios sobre los temas que prioriza.

Esto muestra una extendida concepción instrumental de lo técnico, que apunta más a justificar lo que de antemano se quiere proponer que a considerar (con criterio, justamente, científico) primero los hechos y luego, en forma rigurosa, distintas alternativas. Es escaso y muy parcial el desarrollo de un asesoramiento al conjunto de los parlamentarios, hasta en lo referido a la redacción adecuada de las leyes, y más de una vez el país ha pagado por ello.

En este caso el criterio fue otro, y los integrantes del GACH fueron elegidos ante todo por su competencia. Esto no significa que estuvieran “por encima” de ideologías (nadie lo está), ni que sólo se representaran a sí mismos. La manera en que cada persona ve el mundo, las ideas que se le pueden ocurrir y su conciencia ética dependen mucho de su experiencia de inserción social. Es bueno que quienes se dedican a la ciencia sean conscientes de esto y traten de minimizar el sesgo, pero no se les puede pedir que dejen de lado su humanidad.

La experiencia del GACH muestra, de todos modos, la necesidad y conveniencia de que la base técnica para las decisiones políticas aumente sus niveles de calidad y autonomía. Sin embargo, parece muy poco probable que eso suceda en algunas áreas, donde los criterios del método científico chocan en forma inevitable con el hecho de que la política es representación de intereses.

Esto último tiene que ver, sin duda, con las decisiones de Lacalle Pou sobre las que no abundamos aquí. A algo se debe, por ejemplo, que la postura planteada en el Mercosur no se apoye en ninguna estimación técnica conocida de eventuales beneficios y perjuicios, para el país en su conjunto y discriminada por sectores.

Hasta el lunes.