Buenos días. Les comento algunas noticias que pueden leer hoy en la diaria.

No está en duda la conveniencia de que el Instituto Nacional del Niño y el Adolescente de Uruguay (INAU) facilite el acceso a educación de quienes están a su cargo. También es claro que puede realizar, a tal efecto, acuerdos con instituciones públicas o privadas. Lo que corresponde discutir es el criterio empleado para tomar decisiones que, con la mejor intención, pueden expresar prejuicios, e incluso comprometer la protección y promoción integral de derechos que es misión prioritaria del INAU.

Ayer se firmó un acuerdo para que el Ministerio de Defensa Nacional (MDN) brinde formación en oficios a adolescentes del departamento de Florida vinculados con el INAU, que sean mayores de 16 años y hayan interrumpido su educación formal. El ministerio dispone de dependencias y personal para brindar tal formación a militares, dado que las Fuerzas Armadas requieren servicios de albañilería, carpintería, herrería y otros oficios, que a menudo prefieren no comprar a proveedores externos.

Obviamente, se llegó a la conclusión de que resultará provechoso emplear esos recursos del MDN para satisfacer una necesidad del INAU. Quizá convenga pensar un poco más la cuestión.

Los prejuicios mencionados al comienzo tienen que ver con la noción, bastante extendida, de que insertar a un adolescente “problemático” en ambientes militares resulta beneficioso porque le inculca hábitos de disciplina. Cuando el senador Guido Manini Ríos era comandante en jefe del Ejército, propuso con el mismo criterio que esa fuerza se ocupara de convertir a jóvenes que no estudian ni trabajan en personas de provecho para la sociedad.

Una noción parecida subyace a la idea –que no sólo ha sido defendida por derechistas– de que el aislamiento, el rigor y el trabajo forzado, preferentemente rural, sirven para dejar atrás el consumo problemático de drogas. Tratemos de examinar estas premisas sin caer en un antimilitarismo vulgar.

Las instituciones castrenses imponen normas de obediencia que pueden ser muy funcionales para situaciones de combate, pero lo que realmente contribuye a la consolidación de una cultura del trabajo en cualquier persona, con independencia de que sea militar o civil, es el desarrollo libre y voluntario de la autodisciplina y la cooperación. Sin ellas, el imperio del rigor es un sustituto de mala calidad: puede producir personas sometidas, resentidas o con tendencia a reproducir relaciones autoritarias; esas características no ayudan a trabajar mejor, ni al ejercicio sano y pleno de la ciudadanía en democracia.

Por otra parte, el convenio entre el INAU y el MDN parece ubicarse en un terreno ideológico que oscila entre dos criterios muy discutibles: el de “reconciliar” a las Fuerzas Armadas con el resto de la sociedad a partir de actividades que no tienen que ver con sus funciones específicas; y el de asumir que, como existen y seguirán existiendo, hay que tratar de que “sirvan para algo”.

El INAU es una institución del Estado que, entre muchas otras tareas relevantes, puede y debe facilitar el acceso a educación de una parte de la población adolescente. Pero la educación es muchísimo más que el aprendizaje de un oficio para ganarse la vida.

Hasta mañana.