Con otro excepcional partido de Lionel Messi muy bien secundado por Rodrigo de Paul y el resto del equipo, Argentina ganó 2-1 y el viernes enfrentará a Países Bajos buscando un lugar entre los mejores cuatro. Lionel Messi anotó el 1-0 en el primer tiempo, aumentó en la segunda parte Julián Álvarez y sobre el cierre del partido Australia puso el descuento y la incertidumbre con el gol de Goodwin.
Lo hizo muy bien el equipo de Lionel Scaloni, entendiendo cómo y de qué manera podía hacer la diferencia ante el rocoso juego australiano, y tomando a Messi como eje ofensivo, distribuidor de espacios y de juego colectivo.
Cuesta abajo en mi rodada, las ilusiones pasadas ya no las puedo arrancar
El dolor persiste, pero la vida sigue. El fútbol sigue. Y ahí están los octavos de final, con Argentina en la cancha, que, claro está, no somos nosotros, pero es lo más parecido que tenemos. El incómodo e inocuo bálsamo que nos puede quedar a la salida de la llaga aún abierta y dolorosa.
Me acomodo. Estoy trabajando, y si los coreanos no hubiesen hecho ese gol puñalada estaría igual, porque a los primos hermanos se los quiere bien. No hay vuelta. Además, si yo no fuese uruguayo, sería argentino.
Hubiese querido llegar a este estadio, a este lugar donde veo tres cuartas canchas como si estuviese mirando desde la Ámsterdam para el Palermo, con mucho mejor ánimo, para poder enredarme sin problema con esos miles que cantan, empujan, gritan, como lo haríamos nosotros, pero no puedo; duele la eliminación de los míos, aunque a estos que juegan los conozco tanto casi como a los míos.
Tanto es así que al final del partido, cuando impensadamente se complicó un partido fácil, terminé metiendo gamba entre las butacas donde me habían acomodado con mi compu a upa y el corazón casi en la mano, terminé trancado contra la silla de adelante y tirándome en palomita con mi recontrapariente argentino.
¡Mamita, qué partido! Fue enorme el juego y la prevalencia por calidad de Lionel Messi, acompañado ayer por el inobjetable esfuerzo e idoneidad de todos sus compañeros, pero con una exuberante noche de Rodrigo de Paul.
Duros como piedras
Al principio resultó un juego duro. Bastante brutal y sin cuidados por parte de los amarillos.
El juego extremadamente físico y bastante tosco de los australianos, con sus dos líneas de cuatro pegando y tirando el lomo arriba de cuanto albiceleste pasara por ahí, fue desgastando las posibilidades de juego argentinas, que se apoyaba en los avances y caracoleos de Messi, muy rodeado.
A los veinte minutos Australia tuvo su mejor premio: un córner, y a los 24 otro, esta vez con un cabezazo neto. Eso es todo.
Mucho esfuerzo, muchísimo, pero muy poca calidad la de Australia, que con esas herramientas la iba llevando, durmiendo, cansando a la selección albiceleste. Pero está claro que con eso no alcanza, entonces Messi peleó una pelota contra el córner, su marcador lo pechereó y el chiquito aguantó y levantó desaforadamente la tribuna con un “Vamo’, Argentina, que tenemos que ganar”. Y vino el tiro libre, un despeje y una combinación de precisión y velocidad para que la pelota terminara en la zurda de Messi, que avanzó con sus dos saltitos, de zurda y con su marca, como si fuese un golpe de los preestablecidos de PlayStation, la cruzó y la acomodó contra el palo derecho del arquero australiano.
Y el estadio empezó a moverse con el “Y ya lo ve, y ya lo ve, el que no salta es un inglés”, y el partido se desató en fiesta.
La plenitud física de Julián Álvarez, jugando como punta por delante de Messi, más el aporte de Mac Allister, De Paul y Gómez empezó a ser determinante para robar pelota en campo australiano cuando buscaban refugiarse y salir desde atrás. Más en las tribunas que en la cancha donde el 1-0 quedaba chiquito, y cortito, para lo que era el partido y para lo expuesto en campo.
Hoy hay que ganar
Hay partidos como este que valen mucho más que lo que se juega, porque de su resultado depende dar un salto trascendental en el campeonato para quedarse entre los mejores. Allí pesa la experiencia, la de la vida futbolística, pero también la mundialista, y en Argentina hay varios que lo saben.
Para el inicio de la segunda parte, el muro de los australianos se vino más adelante porque ya no era aguantar el cero, sino que había que ir por algo más, y entonces a los cinco minutos el entrerriano Lisandro Martínez entró a pararse entre sus centrales y quedar con línea de cinco cuando los grandotes australianos pretendían ir al área contraria.
La pelota empezó a estar más cerca de Otamendi que de Messi, y eso no es un buen índice de proyección de juego. Todo eso hasta que una presión desaforada de Rodrigo de Paul, acompañada por la vitalidad y oportunismo de Julián Álvarez, terminó en el segundo albiceleste cuando iban 13 del segundo tiempo.
Después de eso definitivamente se abrió el juego y Messi dio clase y mostró arte, todo a la vez, encarando, gambeteando, pasando y pateando. Todo estaba bien, hasta que, medio de sorpresa y de rebote, literal y metafórico, llegó el descuento oceánico con un remate de Goodwin que dio en Enzo Fernández y se la cambió de palo a Martínez. Y ahí vino lo raro, o lo esperable del fútbol, que un cuadro que estaba desaparecido ofensivamente, por no decir de la cancha, empezó a atacar y tuvo dos veces el empate de manera poco creíble, sobre todo en un cierre único e inolvidable de Lisandro Martínez cuando una apilada en progresión de Behich lo había dejado de cara al arquero argentino.
El trámite del partido no parecía llevarnos a eso, pero así fue, estuvo más cerca Argentina del tercero que Australia del empate, pero ya en los descuentos Emiliano Martínez hizo una tapada monumental que terminó salvando el empate.
Una gran victoria argentina que los deja merecidamente entre los ocho mejores del mundo.