Buenos días. Les comento algunas noticias que pueden leer hoy en la diaria.

A la sesión realizada ayer por el Senado se le podría aplicar aquello de ver el vaso medio vacío o medio lleno, pero es muy discutible que lo positivo y lo negativo hayan tenido proporciones iguales.

Gran parte de las intervenciones oficialistas en el largo debate no se centraron en el tema de la convocatoria sino en acusaciones contra el Frente Amplio (FA), intentos de victimización y provocaciones varias. Las visiones optimistas pueden destacar que, pese a esto, al final se logró una declaración unánime, esta quedó tan llena de condicionales y otras relativizaciones que su significado político resultó notoriamente debilitado.

Hasta que tomó la palabra el senador colorado Raúl Batlle, otros representantes de la coalición de gobierno, elegidos por el Partido Nacional y Cabildo Abierto (CA), hicieron cualquier cosa menos lo que era más necesario: dar una señal de que el conjunto del sistema partidario es capaz de poner algunos valores básicos por encima de sus discrepancias y de su continua competencia.

Fue por otro carril el nacionalista Sergio Botana, aunque le dedicó una parte considerable de su tiempo a poner en duda que se tratara realmente de una cuestión de fueros y que valiera la pena dedicarle una sesión al tema. Hubo también una tercera categoría de intervenciones que incluyeron breves expresiones de solidaridad, casi como por cumplir, pero se centraron en el mismo tipo de reparos y en la reiteración de intentos de minimizar o negar responsabilidades del Poder Ejecutivo en los hechos que investiga Fiscalía.

El oficialismo asistió embretado a la sesión, y tenía derecho a creer que una de sus prioridades era evitar que el debate beneficiara intereses políticos del FA. Aun así, habría sido deseable que optara por apegarse en forma estricta a lo que importaba, elevando el nivel en vez de bajarlo. Probablemente esto habría sido también lo más conveniente para su imagen pública, incluso con la vista puesta en lo electoral.

En democracia, la política representa una diversidad de posiciones acerca de muchísimos conflictos presentes en la sociedad. Por lo tanto, es lógico y legítimo que los actores partidarios partan de enfoques diferentes en la mayoría de sus debates. Pero la política no es sólo conflicto, sino también cooperación, o por lo menos intentos de regular, racionalizar y si es posible resolver discrepancias.

Que los partidos sean eficaces en esa representación de la diversidad social es un indicador de calidad democrática, pero también lo es que no prioricen sistemáticamente la polarización y el cuestionamiento mutuo. Y no se trata sólo de que sean capaces de lograr transacciones, sino también, e incluso con más importancia, de que reconozcan que hay algunas cuestiones centrales en las que la división relevante entre un “nosotros” y un “ellos” no es la frontera entre el oficialismo de turno y la oposición de turno, sino, por ejemplo, como en este caso, la que existe entre quienes defienden sus intereses con argumentos y quienes lo hacen con intentos de espionaje y chantaje. Que los políticos no valoren esto sólo conviene a las mafias.

Hasta el lunes.