El mar teñido de negro por el derrame de 11.900 barriles de petróleo, pescadores artesanales manifestándose por ver en peligro sus fuentes de ingresos, y hasta un presidente definiendo la situación como “uno de los ecocidios más grandes que se han suscitado”.

El 15 de enero tuvo lugar un derrame de crudo en la refinería de La Pampilla, ubicada en el mar de Ventanilla, cerca del puerto de Callao, Perú. Diez días después del evento, el gobierno calculó que 116 millones de metros cuadrados se habían visto contaminados, 21 playas aledañas estaban en “grave riesgo para la salud” y dos reservas nacionales también estaban sufriendo los efectos.

La empresa a cargo de la refinería es la petroquímica Repsol, que argumenta que el origen del problema se encuentra en el oleaje registrado en la costa peruana por la erupción de un volcán submarino en el archipiélago de Tonga, en Oceanía. La visión del presidente, Pedro Castillos, es otra: expresó que la empresa deberá “pagar por los daños a la población y recuperar el daño a la naturaleza, el mar”.

Mientras todavía se viven las consecuencias del desastre socioambiental en el territorio, organizaciones ambientalistas se movilizaron el viernes en Perú. Pero no estaban solos: también hubo movilizaciones en Ecuador, Brasil, México, Bolivia, Colombia, Sudáfrica, Egipto, España, Ucrania, Noruega, Dinamarca, Portugal, Serbia, Reino Unido, Estados Unidos, Argentina, entre otros, exigiendo “un mar sin petroleras”. Uruguay no fue la excepción. Una pancarta ocupó parte de la explanada del Edificio del Mercosur en Montevideo: “Ni apocalipsis ni propaganda: sin mar no hay vida”. Una joven ‒de la decena que se hicieron presentes‒ sostenía un cartel donde planteaba: “La contaminación por las petroleras no tiene fronteras”.

Búsqueda de petróleo y gas en Argentina

“Queremos un modelo productivo sin extractivismo, una planificación democrática para transicionar a energías limpias, renovables y al servicio de las necesidades sociales”, manifestó Celeste Fierro, integrante de la Red Ecosocialista de Argentina. El viernes, la población salió a las calles de Buenos Aires, Mar del Plata, Bahía Blanca, Comodoro Rivadavia, Paraná, Córdoba, entre otras provincias, “contra la instalación de petroleras en el Mar Argentino frente a la costa de Mar del Plata”.

El 30 de diciembre, el gobierno vecino otorgó a la empresa noruega Equinor ‒que se unió para esta acción con YPF y Shell‒ permisos para la exploración de petróleo y gas. La superficie donde se buscarán los yacimientos está ubicada a poco más de 300 kilómetros de la costa de Mar del Plata y cubre 9.500 kilómetros cuadrados. Las autoridades plantean que ya existen “36 pozos en producción” en las provincias de Santa Cruz y Tierra de Fuego, y que la exploración sísmica se realiza en el Mar Argentino desde los años 50. Sin embargo, es la primera vez que se busca hidrocarburos en aguas profundas y ultraprofundas.

El procedimiento implica la instalación de diez cables submarinos ‒su extensión puede variar entre 8.000 y 10.000 metros‒ que estarán conectados a tres fuentes de energía con el propósito de generar sonidos muy fuertes. Según explicó el gobierno en un comunicado, la refracción de estos sonidos es captada por micrófonos submarinos que permiten interpretar la información en imágenes. Esta información contribuye a determinar dónde se realizarán las perforaciones. Está pensado que las operaciones duren 150 días y tengan lugar ininterrumpidamente durante las 24 horas del día, según informó Chequeado. Sobre los efectos que pueden traer estas prácticas en el ecosistema u otras formas de producción se hablará un poquito más adelante.

Las petroleras deben cumplir con los criterios establecidos en el plan de gestión ambiental y presentar un “informe final de monitoreo de fauna marina y mitigación” a la Dirección Nacional de Evaluación Ambiental. Un punto importante para comprender la resolución y la posterior respuesta de la sociedad civil es que el “control y fiscalización” de estos puntos serán realizados por la Secretaría de Energía del Ministerio de Economía.

La probabilidad existe

Exploración no es lo mismo que explotación. Por esta razón la diaria consultó a Yamandú Marín, integrante del Laboratorio de Ciencias del Mar de la Facultad de Ciencias de la Universidad de la República. “Un poco el miedo que hay es sobre si hay un derrame o un accidente, y es razonable que la gente proteste por eso. Por más que se tomen todas las precauciones, genera un desastre importante. Hay vertidos por todos lados, llega a las costas, afecta a todo el sistema, incluida una cantidad de usuarios de todas las plataformas, como pescadores, transporte, etcétera. Si llega a haber un problema les impacta y mucho”, comentó. Dijo que los derrames pueden tener lugar al momento de la perforación, no tanto en la exploración sísmica. Al ser consultado sobre cifras respondió: “Los accidentes pasan. ¿Cuál es la probabilidad? Nadie la quiere, pero la probabilidad existe”.

Marín explicó que la exploración en áreas marinas se comenzó a implementar después de la Segunda Guerra Mundial. “Se usaba dinamita y después se leía el eco que iba marcando en las distintas capas. Era tremendo porque dejaba todo un tendal de peces muertos atrás. En ese momento se decía que era ‘el costo necesario’”, planteó. Con el paso del tiempo, la técnica se fue perfeccionando, pero aseguró que en la actualidad ‒con la técnica sísmica‒ de todas formas se genera “sonido fuerte”.

Uno de los grupos más expuestos en estas prácticas son los mamíferos que se encuentran a distancias cercanas y no tanto, como podría ser el caso de ballenas o delfines. “Hay todo un protocolo. Si estás haciendo sísmica y ves una ballena o delfín, tenés que parar todo y empezar después que se hayan alejado. Tienen que empezar gradualmente y aumentar la potencia progresivamente”, explicó Marín.

Sobre el impacto en los peces advirtió que “hay toda una discusión”. Dijo que se ha comprobado en varios lugares, incluido en el océano Atlántico, que a los juveniles de distintas especies la exploración sísima los suele matar, mientras que los más grandes se dispersan. Esa dispersión, por otro lado, puede afectar a los pescadores. “Los pescadores dicen que al dispersarse, no pueden pescar y se quedan sin trabajo. Ahí se vuelve a la discusión de a qué distancia se dispersan. También se han hecho pruebas y, en algunos lugares, pescadores que estaban más lejos se veían un poco beneficiados. Hay todo un tema que sigue abierto”, resaltó.

Planificar en conjunto

“El impacto antropogénico sobre los ecosistemas marinos se ha intensificado en las últimas décadas, particularmente en las zonas costeras. La acción humana está transformando el medio físico-químico y la biota de los océanos del mundo a un ritmo sin precedentes. Además del cambio climático, el reino marino está en riesgo por múltiples actividades humanas como la sobrepesca, la contaminación, la acidificación, aportes de nutrientes o modificación física”. De esta forma comienza el artículo “Oportunidades para la planificación espacial marina en el suroeste del océano Atlántico” que elaboró Marín junto con Omar Defeo, también investigador del Laboratorio de Ciencias del Mar, y Sebastián Horta, especialista en Biodiversidad y Conservación, y que fue publicado en la revista Ocean and Coastal Management. El panorama no parece ser alentador, pero refleja la necesidad de acción. Por esta razón, los autores proponen que es necesario desarrollar formas de planificación espacial marina.

¿Qué es la planificación espacial marina? Lo explican como “un proceso público de análisis y asignación de los espacios y tiempos de distribución de las actividades humanas en las áreas marinas para lograr objetivos ecológicos, económicos y sociales, especificados a través de un proceso político”. Uno de sus principales objetivos es evitar, o por lo menos reducir, conflictos entre los diferentes actores que buscan hacer uso del espacio marino. También busca introducir una gestión que logre un desarrollo sostenible, manteniendo las funciones y resiliencia de los ecosistemas.

Los científicos centraron su área de estudio en el Río de la Plata y en el océano Atlántico adyacente a Uruguay. Hicieron un recorrido sobre las actividades que tuvieron lugar entre 1991 y 2019, sus conflictos y los cambios a lo largo del tiempo. Recuerdan que el suroeste del Atlántico se caracteriza por tener “amplios y dinámicos procesos oceanográficos, alta diversidad biológica e intensa actividad antrópica”. Las principales presiones sobre los ecosistemas son la pesca, el tráfico marítimo, la urbanización, la extracción de petróleo, la contaminación, la eutrofización, las especies invasoras y la acidificación. A su vez sostienen que “la región se ve afectada por una intensa radiación ultravioleta y el marcado aumento de la temperatura de la superficie del mar resultante de uno de los hotspots [puntos calientes] marinos más grandes y con más energía en todo el mundo”.

Sin fronteras

En 1995, la pesquería gestionada por Argentina y Uruguay alcanzó niveles de hasta 350.000 toneladas. Marín, Defeo y Horta aseguran que desde entonces “las capturas han disminuido de manera alarmante”, alcanzando 101.000 toneladas en 2019, “el valor más bajo registrado desde la década de 1970”. Plantean que es una clara evidencia de la necesidad de establecer nuevos enfoques de gestión.

Detectaron que el número de actividades creció de 19 a 27 entre 1991 y 2019. Entre 2008 y 2018 aumentó la actividad del puerto de Montevideo, la cantidad de toneladas exportadas, el número de turistas que llegaban al país vía cruceros, y se reinició la exploración de yacimientos de hidrocarburos en la plataforma continental. Este último punto es crucial; los científicos recuerdan que el tendido de cables submarinos y las exploraciones sísmicas provocaron protestas de organizaciones pesqueras que reclamaron “la ocupación de zonas tradicionales, debido a la disminución en los rendimientos de pesca”.

“El espacio marino debe ser visto como una entidad dinámica compuesta por múltiples interrelaciones”, se señala en el trabajo. “Las tendencias particularmente observadas en los últimos años sugieren que la competencia por el espacio y los conflictos persistirán en ausencia de una planificación espacial marina adaptable y flexible. En la zona costera, las presiones seguirán aumentando debido a la creciente urbanización, el turismo y la creciente demanda. En el Río de la Plata y la plataforma, el transporte y las comunicaciones aumentan en intensidad, generan más equipamientos y conflictos más significativos con las actividades pesqueras”. Hay tensiones que todavía no están resueltas.

Volvamos a la imagen de la joven en la explanada del Edificio del Mercosur que sostiene un cartel donde escribió: “La contaminación por las petroleras no tiene fronteras”.

En el artículo mencionado, una de las conclusiones apunta a la necesidad de consolidar los espacios de gobernanza existentes y avanzar hacia una planificación espacial marina en el suroeste del océano Atlántico. “Los mares y océanos están interconectados y son compartidos entre estados. Esto hace que la gobernanza marina y la formulación de planificación espacial marina sean transfronterizas por naturaleza y exponen la necesidad de interacción e integración”.

Sin jurisdicción

“No hemos desarrollado todavía un sistema de comunicación, coordinación, para llegar a algún acuerdo entre los diferentes actores. Nos viene faltando en Uruguay, entre Uruguay-Argentina es mucho más complicado. Hay que trabajar en este tema de forma conjunta. Sentarnos todos juntos y por lo menos tener un lugar para conversar: eso que parece tan simple es complicadísimo”, admitió Marín.

la diaria consultó a fuentes del Ministerio de Industria, Energía y Minería (MIEM) y del Ministerio de Ambiente (MA) sobre si ha habido reuniones con las autoridades argentinas para conversar sobre la exploración de petróleo en Mar del Plata y la respuesta fue negativa. Cabe aclarar que la búsqueda se realiza en la zona económica exclusiva del país vecino, por lo que Uruguay no tendría jurisdicción.