Buenos días. Les comento algunas noticias que pueden leer hoy en la diaria.

La Mutual de jugadores de fútbol decidió ayer levantar el paro que había resuelto para reclamar medidas contra la oleada de violencia en torno al Club Villa Española. En reuniones con autoridades nacionales y de la Asociación Uruguaya de Fútbol, logró compromisos en este sentido y, para quienes estaban preocupados sólo por la suspensión del Torneo Intermedio, se terminó el problema, pero la cuestión es mucho más complicada.

La situación en Villa Española se agravó cuando el Ministerio de Educación y Cultura (MEC) anunció la intervención del club, en una decisión que probablemente se precipitó porque, en el oficialismo, muchos ven a directivos de la institución y referentes de su plantel de jugadores como activistas opositores.

Si el ministro Pablo da Silveira tuviera más visión de cancha, o hubiera consultado a las personas adecuadas, quizá se habría percatado de que en este conflicto inciden enfrentamientos en otros planos y fuertes intereses económicos, como los vinculados con los derechos de televisación. Más allá de esto, que obviamente es percibido por otras autoridades, importa señalar el papel desempeñado por la Mutual.

La forma en que se partidizó el debate sobre Villa Española podría haber determinado que la agremiación de futbolistas tomara distancia y se refugiara en la “prescindencia en materia política” que el MEC le reclama al club. Pero adoptó medidas y esto vale mucho, aunque la Mutual diste de ser un sindicato típico.

Su actual directiva llegó a conducir la agremiación debido a la valiente y saludable irrupción del movimiento Más Unidos que Nunca. No es una continuidad de este, y una parte importante del espíritu que animó aquella gesta quedó por el camino, pero mucho menos es la continuidad de lo que había antes. El cambio fue positivo, aunque quede mucho camino por delante.

Lograr una genuina sindicalización de los futbolistas es dificilísimo. Durante mucho tiempo su situación laboral tuvo semejanzas con la esclavitud, y la noción de que un club puede decidir si “deja libre” a un jugador deriva de situaciones que estuvieron naturalizadas y que sólo en las últimas décadas comenzaron a mejorar, aún en forma relativa.

El mundo institucional del fútbol tiene sus propias leyes, y rechaza con éxito la intervención de los estados. Mueve, y a veces lava, cantidades obscenas de dinero, y las desigualdades son enormes tanto entre los jugadores como entre los clubes (esto último se ha acentuado, además, por el avance de megaempresas en poder de magnates).

En este marco, y con carreras de relativamente pocos años para los deportistas, que muy a menudo los apartan del sistema educativo y los aíslan en un mundo codificado por otros, se complica mucho sostener una organización que mantenga en alto principios básicos del sindicalismo, sin entrar en componendas con los poderosos para cambiar algunas cosas pero no demasiadas.

De todo esto sabía mucho el venerado Obdulio Varela, líder de una huelga de jugadores, que duró más de seis meses antes del Mundial de 1950, para lograr que los clubes aceptaran la sindicalización de los jugadores. El mismo Obdulio cuyo nombre lleva el estadio de Villa Española.

Hasta mañana.