Buenos días. Les comento algunas noticias que pueden leer hoy en la diaria.

Por séptimo año consecutivo la Intersocial Feminista (IF) les plantea a los sindicatos integrantes del PIT-CNT, y a este como tal, que convoquen a un paro general de mujeres de 24 horas el 8 de marzo, y una vez más se activan las discusiones al respecto. Es muy poco probable que deje de ocurrir lo mismo año tras año: por un lado, los feminismos vienen fortaleciéndose en Uruguay (muy especialmente en el mismo período desde 2017) y nada indica que vayan a “rendirse” en este terreno; por otro, formular la propuesta permite ampliar y profundizar la reflexión en todo el movimiento sindical.

Es indeseable que esto se convierta en una especie de rutina infértil. Por eso, y sin la menor pretensión de resolver el asunto, puede tener alguna utilidad recapitular algunos de los ejes habituales del debate con la esperanza de que el de este año, iniciado con bastante anticipación, no se limite a reiterarlos.

Empecemos por las dudas razonables. En la experiencia internacional, los objetivos de la medida incluyen destacar la gran importancia social de todas las actividades que llevan a cabo las mujeres. La convocatoria a parar no se refiere sólo a las realizadas con remuneración, ni viene sólo de mujeres encuadradas en sindicatos. Este es uno de los aspectos, pero no el único, en que el paro de mujeres tiene una racionalidad distinta de los estrictamente sindicales, aunque la convocatoria del PIT-CNT es necesaria como respaldo para que la medida sea respetada por las patronales.

Además, tanto la central sindical como las organizaciones que la integran tienen definiciones que habilitan, sin el menor inconveniente, el apoyo a reivindicaciones y luchas emancipatorias que no se refieren a relaciones laborales.

Otro de esos aspectos tiene que ver con que en los lugares de trabajo y en las ramas de actividad varían mucho las proporciones de mujeres y varones. En algunos casos es viable que estos cubran las tareas de aquellas, lo cual crea más de una complicación. No se logra visibilizar la relevancia de esas tareas y a unos cuantos varones les incomoda contribuir a ello, supliendo el trabajo de sus compañeras y en el límite de “carnerear”, pero a la vez la idea de la IF es que los varones no paren.

A la inversa, en otros casos la proporción de mujeres es tan alta que si todas paran resulta inviable mantener servicios básicos, y la racionalidad propia de los paros del 8 de marzo complica en cierta medida que algunas trabajadoras realicen “guardias”.

Otra cuestión de importancia es que, de acuerdo con los estatutos del PIT-CNT, las propuestas de paro pasan a la consideración de cada sindicato, y se decide sobre la base de lo que estos devuelvan a la Mesa Representativa, que no puede resolver por sí y ante sí. Y están los debates acerca de la participación o no participación de varones en las movilizaciones callejeras, que son en parte otro tema.

Por supuesto, a problemas como los mencionados se suman otros vinculados con el machismo, la incomprensión de las luchas feministas e incluso la tolerancia ante desigualdades y violencias de género por parte de unos cuantos sindicalistas varones. Que esto es grave e inaceptable no debería ser motivo de debate.

Hasta mañana.