Buenos días. Les comento algunas noticias que pueden leer hoy en la diaria.

En la última cumbre del Mercosur, una vez más la delegación de Uruguay se dedicó a cuestionar la situación del bloque regional y anunciar la voluntad de recorrer un camino propio para mejorar nuestras relaciones comerciales con el resto del mundo. El canciller Francisco Bustillo agregó, en diálogo con periodistas, que esto podría implicar un abandono de la sociedad formada en 1991 o el pasaje a la condición de Estado asociado, con menores obligaciones (y, hay que decirlo, también con menores beneficios).

Las demás delegaciones no parecieron muy preocupadas por estos planteamientos, reiterados durante años sin consecuencias concretas que nadie espera en lo que resta del mandato de Luis Lacalle Pou.

Tenía razón Bustillo cuando dijo que el Mercosur no es en realidad, a casi un tercio de siglo de su creación, un mercado común, y que ni siquiera ha alcanzado el objetivo mucho más modesto de constituirse como una zona de libre comercio. También cuando señaló que ha avanzado muy poco en la conquista de nuevos mercados. Sin embargo, simplemente no es cierto que el desarrollo del comercio exterior uruguayo esté trabado por la pertenencia al Mercosur, por sus normas o por la forma en que las interpretan o violan nuestros socios.

La insistencia del oficialismo en este relato alimenta la ilusión de soluciones simples a nuestros problemas de inserción en el mundo actual, y poco contribuye a que encaremos las tareas que realmente podrían mejorar tal inserción.

Ocurre que en el mundo no hay nada semejante a un retroceso del proteccionismo y un auge de los tratados de libre comercio. Uruguay ha salido a buscar este tipo de acuerdos con cualquier interesado, y no los ha logrado por factores de la realidad internacional que incluyen tendencias a la disminución del crecimiento económico, altos niveles de endeudamientos nacionales, dificultades en el manejo de la inflación, forcejeos por el predominio geopolítico y la invasión rusa a Ucrania.

Las exportaciones uruguayas tuvieron un período extraordinario de auge que ya finalizó, y hoy nos perjudica la combinación de la nueva coyuntura internacional posterior a la pandemia, el fuerte descenso de la cotización del dólar en nuestro país y los impactos de la prolongada sequía. En este marco, el comercio con Brasil se ha vuelto más importante, y por cierto no es este el momento más propicio para hablar de un eventual abandono del Mercosur o del pasaje a la condición de Estado asociado.

El gobierno de Argentina va a cambiar este año, pero sea cual fuere el resultado de las elecciones de octubre, es muy improbable que la grave crisis en el país vecino sea superada con rapidez, y mientras esto no suceda será ilusorio esperar que las relaciones con Uruguay se vuelvan más ordenadas, previsibles y beneficiosas para nuestro país.

Los eventuales acuerdos del Mercosur con la Unión Europea y China dependerán en gran medida de lo que pueda lograr Luiz Inácio Lula da Silva, y sólo cabe desear que le vaya bien. Hoy las metas al alcance de Uruguay tienen que ver, ante todo, con la negociación inteligente en las relaciones bilaterales, y para eso de nada sirve reiterar provocaciones vacías.

Hasta mañana.