Buenos días. Les comento algunas noticias que pueden leer hoy en la diaria.

Ayer se cumplió medio siglo del golpe de Estado de 1973 en Chile. Esto merece una reflexión profunda, a la que se añade como motivo de preocupación el fortalecimiento de posiciones políticas que quieren presentar aquel hecho como algo inevitable o justificado, culpan a las víctimas, relativizan la condena a la dictadura que encabezó Augusto Pinochet durante casi 17 años e incluso la defienden. Intentan reinstalar el menosprecio a la democracia.

Este relato repugnante pretende ser una “mirada analítica” sobre el proceso que desembocó en el golpe de Estado de Pinochet, y sostiene que este fue ante todo una consecuencia del contexto internacional de Guerra Fría, la situación crítica de la economía chilena, la imprudencia de Allende al intentar cambios profundos que no estaba en condiciones de concretar, y la presencia entre quienes lo apoyaban de sectores que querían una revolución violenta.

Así, dicen, se generaron las condiciones para que una gran parte de la sociedad considerase que el quiebre de la institucionalidad era preferible a que su país cayera bajo el control del “comunismo internacional”.

Se omiten o minimizan, en ese presunto análisis, datos esenciales. Entre ellos, que Allende defendió en forma consecuente la opción por un camino democrático hacia el socialismo, sin dar lugar a sospechas de que planeara mantenerse en el poder un día más allá de su mandato, que iba a terminar en noviembre de 1976, ni manifestar la menor voluntad de alinearse con la Unión Soviética.

Disponemos además de abundante evidencia, por la desclasificación de documentos oficiales en Estados Unidos, sobre causas de la crisis totalmente ajenas a las políticas de Allende. El gobierno de Richard Nixon impulsó en forma encubierta medidas de desestabilización económica y social, y les dio garantías a jefes militares chilenos de que iba a apoyarlos si instalaban una dictadura. Y luego la Casa Blanca los sostuvo durante años, al igual que a muchos otros golpistas de la región.

Por otra parte, es muy obvio que la dictadura chilena, al igual que la uruguaya instalada en el mismo 1973 y las de otros países latinoamericanos, utilizó un discurso de “defensa de la patria contra el comunismo” para encubrir que estaba al servicio de intereses antidemocráticos, antinacionales y antipopulares.

El supuesto “milagro económico” chileno, que aún se invoca como contracara rescatable del terrorismo de Estado, trajo consigo una fuerte caída del salario real, impuesta a trabajadores que no podían sindicalizarse, altas tasas de desempleo, un gran aumento de la desigualdad, privatizaciones masivas en beneficio de quienes apoyaban a Pinochet e incluso de su entorno familiar, y un énfasis en la producción primaria que tuvo luego consecuencias devastadoras.

Fueron tan duros el golpe y la dictadura que Chile sufrió luego una especie de síndrome postraumático prolongado, que le ha costado mucho superar. Hay quienes trabajan arteramente para que recaiga en él y no se atreva a avanzar hacia una democracia más plena, porque quieren todavía, para ese país y los demás en esta parte del mundo, la postración del miedo.

Hasta mañana.