“Es un carnaval muy particular”, dice Milita antes de cualquier pregunta.

Es historiadora, escritora y profesora. Se especializa en estudios sobre carnaval en Uruguay. En diálogo con la diaria Milita Alfaro reflexionó sobre el vínculo de los conjuntos con la política, la partidización, la crítica y las consecuencias de tener el concurso pocos meses antes del referéndum sobre 135 artículos de la ley de urgente consideración (LUC).

¿Por qué particular?

Por un lado, venimos de un año sin carnaval en que el escenario político registró transformaciones. Esto coincidió con la pandemia, entonces son dos años en que había necesidad y ganas impresionantes de salir a decir cosas. Además, por esto muy particular de que carnaval cae en medio de una campaña electoral por el referéndum, que supone una polarización muy marcada. Eso se traslada naturalmente a la fiesta, lo que ha dado como consecuencia este carnaval, que encuentro crispado y en algunos aspectos monotemático. Eso generó comentarios y reclamos de quienes hablan de un carnaval politizado, partidizado.

Que no son lo mismo.

No, para nada. Carnaval siempre fue político. He oído en estos últimos tiempos hablar de que esta politización viene de fines del siglo pasado. La apreciación es equivocada. Nos vamos al XIX y el carnaval ventiló todas las las controversias, los enfrentamientos y las grietas feroces [de la época], porque grietas eran aquellas. Es lógico que nuestro carnaval sea muy político, porque es el resultado de una sociedad muy politizada. No se puede separar lo que pasa en carnaval de lo que pasa en la sociedad. Pero hay que diferenciar los usos políticos de la fiesta de lo que se dice arriba del tablado por parte de las agrupaciones y de la gente que encuentra en el carnaval un canal de expresión para dar sus opiniones, comentar, tomar posición frente a los conflictos que atraviesan a la sociedad.

¿Cómo es eso de los usos políticos?

Carnaval es un lugar en el que se disputan espacios de poder. Tiene una proyección en cuanto a la posibilidad de transmitir un determinado modelo, también es un vehículo clave de simbolización de las identidades. Ahí la hegemonía está en disputa, eso da lugar a los usos políticos de la fiesta. De eso sabe muchísimo el Partido Colorado. A partir de 1900, Carnaval es prácticamente una hechura del Partido Colorado, que estuvo durante décadas al frente de la Intendencia de Montevideo. La estructura y las características del carnaval como lo conocemos vienen de ahí. A partir de 1989 esa hegemonía pasa a tenerla el Frente Amplio.

¿Entonces hay una conexión entre el carnaval y la izquierda?

Pasa que el carnaval nace de un imaginario que es muy montevideano, urbano, popular, anticlerical, y decir todas esas cosas es decir batllismo; estoy hablando del de Don Pepe [Batlle]. Hay una articulación brutal entre el carnaval y lo que fue el batllismo del 900.

No es que hubo una cooptación política del discurso, sino que la sensibilidad del carnaval estaba alineada con una postura política batllista.

Totalmente. Yo no sé si por desconocimiento, por ignorancia, a veces uno piensa que es con mala intención, se dicen cosas tan erradas y alejadas de la realidad que llama la atención. Que se diga que la Intendencia, desde que ganó el Frente Amplio, salió a subvencionar conjuntos y que a partir de ahí las agrupaciones perdieron independencia y dicen lo que al partido le conviene es un invento que no sé de dónde salió. De hecho, el Partido Colorado daba adelantos a los conjuntos que después, se suponía, les descontaba de los premios; pero si no ganaban tantos premios como esperaban, esa deuda se les perdonaba. La fiesta también es una fuente inagotable de prebendas, de clientelismo, de una cantidad de pequeños favores que vinculan necesariamente a quienes hacen carnaval con quienes lo gestionan.

Y eso que el carnaval se presenta como contrario al poder. ¿Cómo se da esa articulación contradictoria?

Es complejo y apasionante. Carnaval es una fiesta ambivalente, es imposible definirla porque siempre se te escapa por otro lado. La esencia de Momo es esa, le encanta confundirnos y decirnos: “Ah, ¿te creías que era así? También soy asá”. Teóricamente la simbología carnavalera está asociada con conductas reñidas con el orden imperante, con transgresiones a la norma. Sin embargo, eso no impide que exista el otro costado en que carnaval y oficialismo no son contrarios. De hecho, carnaval tiene una proyección ejemplarizante, pedagógica; como fiesta que se da al pueblo es una manera de exhibir un determinado modelo y manera de entender la identidad. Opera también como paréntesis en el que los sectores que no son dominantes tienen la oportunidad de decir. El carnaval es irreverente, denuncia al poder con sátira. Su esencia es poner el dedito en las incoherencias, en las miserias, en las contradicciones, en las injusticias, en los aspectos más bizarros del poder para exhibirlos.

¿Cómo ha sido el vínculo del carnaval con el Partido Nacional?

El Partido Nacional siempre estuvo como por fuera, por esa hegemonía que tenía el Partido Colorado desde el punto de vista del ejercicio del poder, tanto a nivel nacional como departamental de la Intendencia, pero también hay una cuestión cultural. El Partido Nacional tiene una cosa más aristocratizante; es más lo rural, el gauchaje, las caballadas, la exaltación de la tradición de los símbolos patrios, incluso con algún componente cristiano. Tiene sus propias tradiciones, pero pasan por otro lado. El diálogo entre el carnaval y el Partido Nacional es muy difícil.

En sus inicios, antes de la gestión estatal, ¿cómo se relacionaba el carnaval con la izquierda?

Tenemos que remontarnos al siglo XIX. Hay pequeños destellos de esa presencia de izquierda en el conjunto de las agrupaciones, pero el discurso oficial de las izquierdas, que eran muy incipientes, era absolutamente crítico y demoledor con el carnaval. Los socialistas, los comunistas y los anarquistas decían que era el opio de los pueblos, espejitos de colores que la burguesía les mostraba a las masas para distraerla de lo importante, la revolución. Había una oposición frontal al carnaval. Eso no significa que determinadas personas con una sensibilidad de izquierda no hicieran oídos sordos y salieran.

Así como en su momento las murgas tenían puntos de encuentro con el batllismo, ¿ahora los tienen con el Frente Amplio?

Puede que las murgas en muchos temas coincidan en determinadas reivindicaciones con el Frente Amplio. Por ejemplo, el tema de los desaparecidos ha sido una constante. Eso no ha impedido que innumerables conjuntos hayan criticado al Frente Amplio por considerar que sus políticas respecto de estos temas han sido insuficientes, ineficaces. Hoy, que casi todas las murgas se pronuncian en contra de la LUC, no lo hacen desde una postura frenteamplista, sino desde su visión de determinadas problemáticas. Se confunden las cosas, me parece. Que una murga hable desde una sensibilidad de izquierda no significa que hable desde el Frente Amplio.

¿Se acabó la crítica cuando el FA llegó al poder?

Eso es una falsedad total y completa. Este no es un tema de opiniones. Abrimos los repertorios y vemos qué dicen. Las cosas que les dijeron las murgas al Frente Amplio desde arriba del tablado en los últimos 15 años no se pueden creer. Es absolutamente falso que no hubo crítica o que si la hubo fue muy livianita, por cumplir. La crítica, la postura política está siempre, con mayor o menor fuerza de acuerdo a la coyuntura que se está viviendo. Hay carnavales en que los conflictos no están tan al rojo vivo, y hay momentos en que la cosa se polariza y esa crítica se hace mucho más fuerte.

¿No sería lógico pensar que si las murgas tienen una sensibilidad de izquierda critiquen más elementos estructurales de los gobiernos de derecha?

Claro. A veces pasa eso y a mí me choca un poquito. A veces el tablado se convierte en una especie de ámbito de análisis de determinadas cosas. Yo entiendo más el carnaval como la cosa ingeniosa que con una cortita y al pie te mete una plancha.

¿Qué opinás del posicionamiento explícito de casi todas las murgas a favor del Sí en el referéndum antes de las actuaciones en los tablados?

Eso es lo que no me gusta tanto de que Carnaval esté metido en una campaña electoral. Lo estoy pensando mientras está en transcurso, voy sacando conclusiones. Capaz que hubiera sido mejor poder mirar estos mismos temas y de pronto tomar la misma postura con un poco más de distancia. La inminencia ha llevado justamente a estas declaraciones políticas. Creo que no le hizo tanto bien. Pero no es nuevo. Recuerdo la cantidad de murgas que, después de las elecciones del 66, en el carnaval del 67 salieron a festejar el triunfo de [Óscar] Gestido porque era el retorno del Partido Colorado al gobierno, y lo decían abiertamente, no formaba parte de sus repertorios. Hay gente que se pone muy nerviosa por cosas que tienen una larga tradición.

Figuras políticas de la coalición afirmaron, incluso antes del inicio del carnaval, que las murgas sólo critican a la derecha.

Pienso que mucha de esa gente no va al tablado, no le interesa el carnaval. Habla desde su espacio político. Acá no está en juego resolver si el carnaval fue de tal forma o fue de tal otra, [sino] la necesidad y el interés de instalar un determinado discurso que no tiene absolutamente nada que ver con la realidad. La famosa “posverdad”: no importa lo que pasa, lo que importa es la manera en que presento esa realidad para que traiga agua a mi molino. Sabiendo que las cosas no son así, una dice “no importa”, pero llega un momento en que la gente lo confunde con la realidad.

¿Lo ves como un intento de deslegitimar los discursos carnavaleros?

Por supuesto. Es un intento muy claro de eso por parte del gobierno. Creo que estamos todos un poco desbocados. Ellos estuvieron 15 años encerraditos en la jaula y se les abrió y salieron por todo y por todos. Las murgas estuvieron dos años sin poder hablar y salieron también desbocadas a decir de todo. Acá lo que hay en juego es una disputa de relatos. También está la creencia, muy propia de las dirigencias partidarias y ahora parecería que también de algunos periodistas, de creer que la gente no es capaz de pensar y de hablar por sí misma, que son títeres y hay alguna fuerza en las sombras que los está manejando y haciendo decir.

¿Cómo afecta al carnaval que haya una respuesta política inmediata a lo que dice?

Está bueno porque significa que el carnaval importa, que es algo que llega y que no se puede ignorar. Lo preocupante sería que la coalición multicolor lo alabara. Y después hay otra cosa: el carnaval critica a todo el mundo, si lo critican a él que se la banque. Estaría buenísimo que salieran murgas desde otras posturas a decir otras cosas, creo que enriquecería el debate. No vienen porque no quieren, nadie los echó. Lo que pasa es que se desentendieron del carnaval, como declararon los propios diputados [Álvaro] Viviano y [Felipe] Schipani, a sus sectores políticos no les interesó más. Dejaron un vacío que otros vinieron a llenar.

¿Por qué molesta el carnaval?

Los sectores que hegemonizan la agenda y los medios, no contentos con eso, no quieren que haya nada que escape a su control. Y resulta que el carnaval es un medio de comunicación alternativo donde se escuchan voces y se ventilan temas que el poder silencia o minimiza. Eso les molesta y ponen el grito en el cielo.