Tarde en la entrevista, casi prontos para subirse al camión rumbo a un tablado en Las Piedras, Rafa Cotelo recuerda el cuplé “Padre Propóleo” de los Arlequines de 1993, con Pablo Barrios como el padre y Claudio Rojo como el monaguillo bandido. A Yamandú Cardozo, sentado en una mesa para juegos de cartas en el club Rowing, su memoria le hace chispear la figura del “niño Calatrava” (interpretado por Jaime Urrutia) y su maestra (Ruben Urrutia) en los míticos humoristas La Escuelita del Crimen.
No lo saben con certeza, pero la dupla conformada por Yamandú (un eterno joven murguista con fuertes ideales y cierta inocencia) y Rafael (un ser salvaje carcomido por el pragmatismo de lo cotidiano, disfrazado de sí mismo o interpretando a la tía de Yamandú) seguro lleva en su ADN algo de aquellas figuras de oro del carnaval, y –como cuenta Cardozo– también de duplas célebres en la televisión, como las de Borges (Alberto Olmedo) y Álvarez (Javier Portales) y Mangacha Pertini (Sánchez) y su maestra (Imilce Viñas).
La primera vez que probaron suerte con esta dinámica humorística fue en el carnaval de 2004. Agarrate Catalina presentó su espectáculo El tiempo, que tenía como principales protagonistas a Nelsa y a su sobrino Yamandú, que, según su tía, debía abandonar la vagancia, las drogas y algunas ideas raras en su cabeza, como el “tiempo surreal”.
18 años después los dos amigos volvieron juntos al carnaval de la mano de la Catalina y en un momento social del país que se parece bastante al de los inicios de la murga. Esta vez, el personaje de Yamandú sigue peleando por sus viejos ideales, y el de Rafael, incrédulo y cínico, se burla de las viejas utopías, de las picardías del presidente y del deterioro del Frente Amplio.
Nada parece haber cambiado. La gente se ríe de todos sus disparates, en el teatro y en los tablados, aunque parezcan más reales que nunca.
Sobre el nacimiento de esta dupla y su regreso, la diaria conversó con Yamandú Cardozo y Rafael Cotelo.
¿Se acuerdan de cómo arranca la idea de esta dupla?
Rafael Cotelo (RC): La tía me parece que empezó con Tabaré [Cardozo] en unos toques que hizo en Espacio Guambia. Si bien ya era conocido en el ambiente del carnaval, estaba dando los primeros pasos de su carrera solista. Y para chivear, armó una especie de currículum oculto. Viste que siempre en los currículums ponés las mejores cosas, los goles. Y en eso que él había escrito eran todos los tiros afuera, todas cagadas.
Yamandú Cardozo (YC): Era una biografía con datos de su vida profesional, pero también familiar. Cosas completamente ocultables. Y él las sacaba a la luz a través de una tía que hacía Rafa.
RC: Yo hacía como una tía fanática de su sobrino. Yamandú venía a hablar bien de su hermano y la tía saltaba con otra cosa horrible.
YC: Con Rafa hacíamos como la apertura del show de Tabaré.
RC: Me acuerdo de que el único que se reía de eso que hacíamos era Federico Moreira [músico que trabajó con Tabaré Cardozo y Agarrate Catalina]. “Me muero con la tía Berta”, decía.
YC: ¿O Nelsa?
RC: Así le ponemos en la murga. Nelsa es el nombre de la abuela de un amigo mío, el Manzana, y cuando los gurises se pusieron a escribir el espectáculo 2004 pensaron que podía ser buena idea reciclar esos personajes.
YC: Nos habían quedado bien y de alguna manera funcionaban.
RC: A mi personaje lo hacía con un trajecito gris de mi tía Esther, que ya falleció, una peluca que no sé de dónde habíamos sacado y unos lentes.
YC: Y eso era toda la producción que teníamos. Es un rol que disfruto mucho hacer y siento que me queda muy natural, porque es un poco una caricatura de nuestra personalidad.
RC: Claro, lo que hacemos es exagerar alguna característica propia.
YC: O por lo menos de cómo son percibidas nuestras personalidades.
RC: Claro, de cómo son percibidas. Porque la gente cree que Yamandú es buenísimo y es una mierda. Sin embargo, en mi caso, la gente piensa que yo soy una mierda, y soy una mierda. Nadie cree que yo sea bueno.
¿Identifican un antecedente de esa dupla en el carnaval?
RC: Seguro que antes se hizo algo, pero en el momento no había una referencia directa con algo.
YC: De hecho, cuando empezamos a escribir para la Catalina, respondíamos a un fenómeno de imitación ilusionada. En nuestros primeros espectáculos hay trazos claros de influencias.
RC: De lo que nos gustaba, como una banda que recién empieza a tocar y decís: “A estos guachos les gusta tal otra banda”.
YC: Claro, en el proceso de encontrar nuestra propia voz y nuestra manera de armado había partes de una murga, musicalidad de otra; lo primero que aparece es la diversión de quien es espectador enamorado del género y reproduce lo que le gusta.
Y luego el estilo de la Catalina influyó a otras murgas, que hicieron cosas parecidas.
YC: Ahí ocurren dos cosas. Hay una que está ligada a lo que pasa con las premiaciones del concurso, que influyen directamente sobre la conformación artística de la fiesta. Las murgas que ganan, o las que no ganan pero son un bombazo, influyen decididamente en los espectáculos o los conjuntos que se presentan en los siguientes carnavales. Desde nuestro lugar ese dúo que armamos surge como una imitación, como un juego de algo que aprendiste y te gustó, y también por esa cuestión de que eso funcionó en el concurso. Pasa en todas las murgas.
Por ponerte un ejemplo, el cuplé/canción de Metele que son Pasteles (2020) de “Vamos a la plaza” fue una de esas cosas que suceden o no suceden; lo hablamos con ellos cuando nos cruzamos en los tablados. Ese tipo de cosas no hay formas de inventarlas; aparecen y conectan de tal modo con la gente que impactan de una manera muy profunda. Y en este carnaval vimos un montón de cosas de otros conjuntos relacionadas a la modalidad, a la estética, al vínculo de forma y contenido que tenía ese bloque de los Pasteles. Y pasa por todo, por la competencia y también por reflejo honesto de algo que te gustó. A veces no es algo consciente.
Cuando debuta la dupla con la Catalina, ¿cuánto hacía que se conocían?
YC: Tres años. No teníamos mucha chance de no conocernos en un barrio como el Cerro y en una Montevideo donde tampoco había tanto lugar para hacer cosas para gente de nuestra edad. Seguro que en algún momento nos íbamos a cruzar. Por un lado, Tabaré trabajaba haciendo una canción para un grupo de teatro en el que estaba Rafa.
RC: Ahí lo conocí a Tabaré, pero a la vez había un lazo familiar rarísimo: la suegra de Yamandú trabajaba con una tía mía que le llenaba las bolas con que tenía un sobrino al que le encantaba la murga, que lo llevara. Yo nunca había salido, pero me encantaba la murga.
YC: No era por falta de interés que no salías.
RC: Por falta de capacidad.
YC: No sé si saben, pero Rafa tuvo un intento tan valiente como infructuoso. Fue a un ensayo de Falta y Resto, pero no para probarse. Llegó y dijo: “Quiero salir acá”.
RC: Recién en el tercer ensayo me escucharon y ese fue el problema, que me escucharon. “No vengas más”, me dijeron. Un papelón, pero bueno, cosas que uno hace de adolescente.
YC: La tía Lucy del Rafa era compañera de laburo de Alicia. A su vez, Tabaré fue a ver aquella obra, y también mi madre y mi padre, y tan insistente como su tía Lucy se puso mi madre: “Tienen que contratarlo, es muy gracioso”, y Tabaré también decía: “Es muy descarado, nunca vi a una persona que haga reír así, tenés que traerlo para la Catalina”.
RC: El teatro Florencio Sánchez queda en una punta de la calle Grecia y nosotros vivíamos casi que en la otra punta, como a 20 cuadras. No daban los recursos como para tomarse un ómnibus y nos íbamos caminando. Yo calculo que ahí le comí mucho la oreja a Tabaré de que quería salir. Él ya les escribía a Contrafarsa y otras murgas.
Y un día se alinearon los planetas. Año 2002, voy a ver a los Curtidores de Hongos (al Teatro de Verano) y cuando termina la actuación, arranco para el pedregullo a comerme un chorizo; ahí me lo crucé a Tabaré y me dice: “¡Ah, justo estuve pensando en vos! Mi hermano armó una murga joven con unos amigos”, y ta, al otro día estaba en la casa de Yamandú.
¿Qué recuerdan de ese carnaval 2004 con la murga? Lo del dúo funcionó de inmediato.
YC: El tiempo que le dedicamos a ese cuadro en el espectáculo fue un montón. Eran tres intervenciones y bastante intensas, y nuestro segundo carnaval, aprendiendo de todo. Por ejemplo, entre las cosas de inexperientes que hacíamos estaba que esos diálogos que eran larguísimos, que funcionaban y eran todos goles, eran sin batería.
Estábamos nosotros dos solos en el escenario y podíamos quedarnos una hora. En un momento los compañeros, que ya hacía rato que se habían cambiado para la próxima canción, empezaron a decir: “Bueno, a esto hay que meterle más ritmo”.
Yo tengo el recuerdo de las primeras salvajadas que le hacíamos decir a Rafael con una oleada de risa que venía de la platea y nos pegaba.
Contábamos, además, con el enorme beneficio de la sorpresa. La gente prácticamente no nos conocía, y al mismo tiempo nos quería muchísimo porque, después de grandes espectáculos de La Mojigata y Demi Murga, fuimos la primera murga joven que clasificó a la liguilla y dimos el batacazo.
Eran carnavales como el de 2002, 2003, 2004, con fotos necesarias, pero crudas por las crisis. Con espectáculos entristecidos, o, mejor dicho, furiosos. Yo mismo en 2003 escribí un espectáculo de Momolandia. También fue gracioso porque estaba Cucuzú [Brilka] haciendo del Payaso Jorgito, pero había una cosa de oscuridad que se absorbía de la propia realidad, con gente que se iba todos los fines de semana y con deportados que volvían.
Entonces, en 2004 aparecieron dos tipos –que no conocía nadie– a reírse un montón y sin ningún cuidado de las formas carnavaleras, y podía haber sido un desastre, ahora que lo pienso, pero funcionó.
18 años después, ¿cómo es?
YC: Nos pasa una cosa con Rafa y es que ahora que volvió a la murga, nos parece increíble que haya estado fuera tanto tiempo. Desde la percepción, porque hacíamos otras cosas o estaba cerca de la murga.
Porque a su vez, el tiempo de componer un espectáculo en conjunto, y de ejercerlo todos los días en el escenario, con ilusión, cansancio, fastidio, rutina encima, o con euforia y excitación, nos permite el ejercicio de la amistad y que disfrutemos cosas que alguna vez vivimos.
Si eso no pasa en algún momento, corrés el riesgo de que esa amistad se transforme en un museo de cera de tu propia amistad.
A veces te encontrás con personas con las que te quedó el título de amigo, pero no ejercés ese músculo de la amistad, en que te reís de otras cosas que no tienen que ver con tu trabajo.
Este año pasamos increíblemente bien en el Teatro de Verano, ojalá la pasemos bien la madrugada de los fallos, pero estoy seguro de que tenemos un podio de dos o tres noches de carnaval que no tienen nada que ver con lo que hicimos en escena. Y esas cosas son el sustento real de ese algo más que la gente encuentra en lo que hacemos.
Me imagino que se divirtieron mucho en los tablados.
RC: Sí, nos divertimos. Un poco jugando con eso de tirar la cuerda para ver hasta dónde Yamandú me está diciendo que no pero es un sí y cuando me está diciendo que no de verdad.
YC: Rafa siempre igual va un poquito más allá.
Rafa, hay como una energía de la que vos te alimentás y que te hace redoblar la apuesta.
RC: Sí. Es un cóctel medio explosivo con la devolución de la gente.
YC: Yo siento que el humor es un montón de cosas, pero sobre todo complicidad. Muchas cosas de las más crudas que ha dicho Rafa son guionadas o pergeñadas por mí o por Tabaré, que es el más cuidadoso.
Si yo hago una milésima parte de esa “ida de moto” del Rafa, es una catástrofe. Si las hace Rafa, es otra cosa. Alguien te puede decir las cosas más crudas, pero si estableciste un lazo de complicidad seguramente se lo permitas. Y eso está buenísimo, porque habla del talento de Rafa, que es de esas personas con las que enganchás wifi de forma directa. Conectás enseguida, como ha pasado con un montón de cupleteros.
RC: Antes de la segunda rueda [del concurso] nos juntamos en mi casa para repasar un poco los diálogos, porque los teníamos medio fríos. En un momento llama por teléfono la madre de los gurises [los hermanos Tabaré, Yamandú y Martín Cardozo], atiende Yamandú y le dice: “Justo quería decirle algo al Rafa. Hay un momento en que dice que tu hermano [Tabaré] es sorete. Quería saber si en vez de ‘sorete’ puede decir ‘malito’. Porque él no es sorete, es malito”. Y ese chiste lo escribió Tabaré.
En tu personaje, Yamandú, es donde la murga resguarda su idealismo.
YC: Claro. Acá, cuando tenés que depositar algo de nuestro editorial que viene desde la maldad, le va a caer a Rafael. Y cuando también es una burla, aguda o cruda, pero necesitamos una figura que la defienda desde el idealismo, me va a caer a mí. Lo que nos permite esa dinámica es generar el humor desde cualquiera de esos lugares.