A edad muy temprana, el mercedario Ricardo Canario Villalba seguía con entusiasmo el concurso de carnaval de Montevideo, a pesar de la dificultosa sintonía de la frecuencia de amplitud modulada que llegaba hasta la antena de la radio de su casa. Sin embargo, la curiosidad y el gusto por la murga de Ricardo eran tal que a la noche y junto a un pariente salían en auto hacia la ruta y avanzaban 100 kilómetros para mejorar el sonido y la nitidez de, por ejemplo, un mítico coro de Los Satimbanquis. Años más tarde, aquel joven se iba a convertir en figura de esa y otra decena de murgas, y una voz inconfundible de la historia de nuestro carnaval.

Gastón Lepra me cuenta esta historia, a la pasada y con su habitual rapidez mental y discursiva, en medio de otra respuesta que contesta mientras relojea desde su cabina el movimiento de la comparsa Valores y el del Teatro de Verano en general, un rato antes de que el público corra por el pasillo entre plateas y vaya a buscar el asiento que le indica su entrada.

La eligió porque, igual que a él, sabe que a mí me gustan tanto la radio como el carnaval. Su conocimiento humano y personal no es para nada excluyente. Así, escuchando y aprendiendo en forma constante de cualquiera que se le cruce, hizo de su nombre un sinónimo de carnaval, un “erudito” según algunos, y, sin dudas, unos de los mejores profesionales del periodismo que ama esta fiesta y le dedica parte de su vida.

Su característica voz, entre ronca y siempre juvenil, puede sonar desde el comienzo de la transmisión del programa Colados al Camión (FM Latina, 92.5) protegido por la buena acústica de la cabina asignada a la emisora, al costado de la cúpula del Ramón Collazo; en un móvil de imprevisto para robarle unas palabras a un protagonista de los que no hablan con nadie, salvo con él; desde su casa o mientras camina de un lugar hacia el otro, con un auricular en una de sus orejas con el cable conectado a una pequeña radio de bolsillo; también en su columna sabatina del programa Espectadores de la radio El Espectador.

Todo el mundo del carnaval conoce a Gastón, pero antes él se encargó de conocer a todo el mundo del carnaval, y con los años y mucha dedicación se ganó el respeto, la admiración y el afecto de figuras como el Flaco Castro y Ariel Pinocho Sosa. En la lista infinita hay murguistas, parodistas, utileros, maquilladoras, vestuaristas, taxistas, cuidacoches, porteros, el presentador, la figura máxima, los que ya se retiraron y los que están buscando salir en un conjunto.

la diaria fue a su encuentro, antes de una de las últimas etapas de este concurso.

Foto del artículo 'Gastón Lepra: “Yo no me imagino otra cosa que no sea carnaval”'

Foto: Natalia Rovira

Sos uno de los periodistas que más tiempo le dedica al carnaval desde que comienza hasta que termina. ¿Cómo hacés?

Lo que pasa es que carnaval es los siete los días de la semana, en un horario impropio para la vida normal. Nosotros [él y sus compañeros de Colados al camión] estamos diciendo “buenas noches” a las ocho y media de la noche y “hasta mañana” a las cuatro menos cuarto de la madrugada. En esa cuestión de que en Colados al camión entendemos que la radio es siempre en vivo. Pero además lo disfrutamos mucho.

A esa última hora en esta cabina hay cuatro periodistas analizando los conjuntos, un operador, una conductora; y a mí, como productor, me toca la tarea de subir los contenidos a las redes. No todo el mundo se queda hasta tan tarde, pero para nosotros es muy importante que vos al otro día puedas escuchar lo que dijimos de Zíngaros, lo que dijo Aldo Martínez, y lo más importante que haya pasado en la etapa.

A veces es complicado cumplir con todo. Y si bien es un trabajo, si uno no tiene algo de pasión la razón le va a ganar. A los que trabajamos en carnaval nos gusta el carnaval. Y en mi caso en particular, por mi personalidad, me gusta estar en todo, y si no estoy acá [en el Teatro], estoy escuchando la transmisión hasta que mi compañero Gustavo Seijas dice “hasta mañana”.

Algo que no me deja de llamar la atención, después de verte trabajar varias veces, es que cuando vos y tus colegas salen de las cabinas a fumar o, tal vez, a distraerse del trabajo, siguen discutiendo acaloradamente sobre carnaval.

Ahí es donde está la pasión. El arte es muy subjetivo, pero además hay que poner en contexto, esto que pasa acá. Yo no conozco muchos otros lugares donde se le ponga puntaje al arte. Vos no vas a ver una obra de arte y decís “la puesta en escena no me convenció” o “el texto, más o menos”. Ves la integralidad del espectáculo.

El concurso del carnaval tiene relato matemático. Todos sabemos que el jurado va a puntuar de 1 a 12, y entonces se da la polémica con un colega o con cualquier carnavalero sobre si tal cosa de tal rubro está para un 8 o para un 10.

Y después, pasa que estamos en un momento de una revolución en el carnaval. Nuestros grandes referentes, los que nos enamoraron, se nos están yendo de a poco, y estamos viendo a otras personas ser parte del carnaval, que si bien todas tienen un gran respeto por lo anterior, cada uno le va agregando su impronta.

Yo tengo la suerte de laburar con Eduardo Rigaud, que escribió el “Padre Propóleo” en el 93 [murga Arlequines], que es el cuplé que más escuché en mi vida. Me gusta escuchar a Eduardo, pero una cosa es cuando estás al aire y otra fuera de la cabina. Y el carnaval es tan democrático que a mí me permite pararme frente a Rigaud o Jorge Natale [otro de sus compañeros de radio] y decirles lo que yo opino de las murgas. Si lo pienso racionalmente, no lo podría hacer de par en par. Pero el carnaval permite que vos, yo, el director de la Filarmónica y el que vende caramelos, podamos hablar y polemizar desde el mismo lugar y con gustos diferentes.

¿Fuiste desde siempre periodista de carnaval? Porque también trabajaste en el rol de productor de periodísticos como Mundo Cañón, en la televisión, y en transmisiones de fútbol.

Carnaval es mi puerta de entrada a todo lo que vino después. En ese sentido siempre voy a estar muy agradecido con Gustavo Seijas, que ha sido un tipo muy generoso conmigo a la hora de convocarme para trabajar. Veinte años después de empezar a hacer este trabajo, es muy sencillo decir “ta, esto lo hace Gastón”. Cuando Gustavo tomó la decisión de confiar en mí por primera vez yo tenía 20 años y un recorrido por los medios muy breve. Yo venía de ser pasante en la vieja Sarandí Sport, y la secretaria de la radio, Carol Peña, me dijo “a vos que te gusta el carnaval, acá empieza un programa, ¿por qué no te metés a laburar ahí?”. Además, me dijo una de las cosas más importantes en todo mi paso por los medios: “mucho o poco, cobrá por tu trabajo. Por más que te guste, no deja de ser un trabajo.” Y de esa manera me manejo hasta el día de hoy.

¿Eso ya era Colados al camión?

Ese primer programa se llamaba Carnaval Sport, en 1999-2000. En el invierno de 2001, para el carnaval 2002, nace Colados al camión y nosotros nos movemos para la 1410 AM, que recién arrancaba. Después volvimos a la 890 Sport, en 2005 tuvimos un pasaje por M24 y de vuelta a la Sport 890, y ahí empezamos con la simbiosis de la AM con la 102.9 de FM. Este año estamos en FM Latina [92.5], que también se puede escuchar por internet.

A través de la radio le llevamos los espectáculos a la gente que no los puede seguir de otra forma, al que está en el taxi, en su casa, o trabajando en otro lugar, y para eso la calidad sonora es primordial. Siempre le pusimos un particular cuidado a ese aspecto en nuestras transmisiones.

¿Cómo es este mundo de pasar todos los días del carnaval en el Teatro de Verano?

En esta época, yo no me imagino otra cosa que no sea carnaval. Atraviesa mi vida. Tengo 41 años y desde el 99 vengo al Teatro. Hay gente que la veo únicamente acá y no te voy a decir que es parte de mi familia, pero yo paso ahora por el pedregullo y lo tengo a Sergio Correa, un referente de la murga; siempre tiene una palabra de aliento, o algo para decirme. Cada vez que me lo cruzo me canta “Estamos de acuerdo”, de Los Ocho de Momo.

Al aire siempre decimos que “nos mudamos al Teatro de verano”. Cuando empieza el carnaval y venimos para acá es como volver a la escuela después de las vacaciones. Yo me puedo cruzar con alguien en 18 y Ejido y tengo que pensar quién es. Y cuando veo a gente acá, por ahí retomo una charla que tuve la última noche del carnaval pasado.

Foto del artículo 'Gastón Lepra: “Yo no me imagino otra cosa que no sea carnaval”'

Foto: Natalia Rovira

Me hablaste de la pasión, pero no hay dudas de que la cobertura de cada etapa también implica mucho trabajo.

Para mí el disfrute tapa absolutamente todo. Porque se renueva día a día. Alguien que está por fuera podrá pensar “¿otra vez vas a ver a Agarrate Catalina? Ya la viste en el ensayo, en cinco tablados antes de empezar el concurso, en el Teatro, y le hiciste dos notas a Yamandú Cardozo”. Pero lo que pasa alrededor de un espectáculo de carnaval es mucho más de lo que vemos arriba del escenario.

A veces yo me rifo algunos conjuntos que ya vi dos veces, porque siento que me pierdo lo otro que sucede. Muy probablemente hoy mientras actúe equis conjunto me vaya a conversar con un utilero de La Catalina que hace 15 años que trabaja con la murga. Para mí pasa por ahí.

La cuestión física es muy difícil de explicar. Si yo me pongo a pensar que me acuesto durante 50 noches seguidas a las cuatro de la mañana, sin dejar mi otro trabajo -como tienen casi todos mis colegas y los que salen en carnaval- no me cierra, pero se hace. Y la lluvia suspende etapas pero no programas de radio.

¿Tenés una categoría preferida?

La murga es la que me trajo al carnaval. Recuerdo desde muy chico, en Camino Carrasco, antes de llegar al parque Roosvelt, un evento para el barrio con un camioncito que en vez de tener caja tenía un escenario con dos parlantes y tres micrófonos. Te estoy hablando de finales de los 80. Uno no iba al carnaval esperando ver a Los Gaby's, podía llegar cualquier conjunto.

Y después mi familia tomó la decisión de utilizar el carnaval y el tablado de El Jardín de la Mutual como nuestra salida semanal. Ahí conocí el resto del mundo del carnaval, y me llamó la atención la categoría parodistas; una de las más maravillosas, porque conjuga absolutamente todo lo que uno quiere encontrar en un espectáculo. Cuando nos mudamos a Montevideo, El Jardín de la Mutual me quedaba a cuatro cuadras, y a los 15 años, empecé a ir solo al tablado. Y claramente todo cambió la vez que, como me había gustado una murga, fui a DAECPU, hice la cola para sacar una entrada para el Teatro de Verano, llegué acá y descubrí Disneylandia.

Justo ayer hablaba con Karina Méndez [actriz] de Zíngaros y me contaba lo sorprendida que estaba en su debut en carnaval. Ella puede hacer la mejor obra de teatro de su vida en El Tinglado y tal vez en la calle nadie le diga nada. Con Zíngaros, después de hacer de Florence Nightingale [una de sus parodias], tanto acá como en un tablado del barrio Manga, va a venir mucha gente a felicitarla y a sacarse fotos con ella porque son lugares donde tenés otro tipo de acceso y contacto con los artistas.

Para vos, que además tuviste una relación cercana con él, ¿cómo es este carnaval sin Pinocho?

Creo que todavía no tomamos real dimensión de la falta que nos hace Ariel Sosa. Gastón Sosa, su hijo y heredero de Zíngaros, y Aldo Martinez, el heredero artístico del conjunto y su amigo de toda la vida, fueron muy inteligentes en no tratar de que Pinocho estuviera arriba del escenario, porque eso era imposible.

Ahora, que todos sentimos ayer [cuando actuó Zíngaros en el Teatro] que Ariel estaba en la vuelta, es cierto. Cuando se abrió el telón, si yo hubiese despertado después de una larga enfermedad y miro la tele digo: “¡Aquel es Pinocho. Mirá cómo cantan, cómo bailan!”. Porque su legado es muy fuerte.

El día del desfile, cuando pasaron los Zíngaros y no estaba Ariel, en un momento fue como que me desarmaba. Decís “eso que tanto me gustaba no va a suceder más”.

Además, es cierto. Él tenía un cariño muy grande por mí. Era un tipo que venía desfilando y apuraba el paso, cruzaba de una acera a la otra para venir a decirme algo. Bajaba el conjunto y me llamaba: “¿Qué pasó, qué viste, qué dijeron, qué tengo que hacer?”

Yamandú Cardozo tiene una frase para esto: “Es muy difícil relatar el partido mientras lo estás jugando”. Nos agarró a todos en medio de la pandemia, se nos fue y no pudimos estar en el momento de la despedida, como le pasó a un montón de gente. Hubiesen sido un entierro y un velatario multitudinarios. Eso está claro, porque trascendió el carnaval, incluso siendo una de las figuras amadas por muchos, mientras otros, en el transcurso de su carrera, estaban esperando que se cayera el equilibrista. Así y todo, dejó una marca.

¿Qué balance hacés de este carnaval?

Me quedo con un par de cosas que me parecen fundamentales en relación al carnaval que conocimos. Primero, la posibilidad de que existiera, tras un año de ausencia. Fue muy importante para la cultura uruguaya y para el público carnavalero, más allá de que es un trabajo y una pasión, el hecho de que la gente y todos los que estamentos involucrados -como DAECPU y la Intendencia de Montevideo- hayan estado a la altura para que pudiéramos tener, en situación de nueva normalidad, un concurso oficial y más de 30 escenarios en la ciudad para que esos 38 colectivos artísticos mostraran sus espectáculos. Eso me parece lo primero a resaltar.

Y lo segundo es que con un carnaval de grandes ausencias, de todas formas se salió adelante. Era muy difícil imaginar a Araca La cana sin Catusa, y el conjunto se subió al escenario. Era muy difícil imaginar a los Zíngaros sin Pinocho, y estuvo en su espíritu y en su esencia; que los gurises de Cuareim 1080 se pusieran la comparsa al hombro para que la familia Silva dijera presente, pudiendo homenajear a Cachila y trayendo a Margarita [su esposa], fue increíble.

Y otro de los grandes hitos de esta edición fue la despedida de un grande, o al menos es lo que sabemos hasta el momento; este carnaval será recordado como el último de Horacio Rubino -sobre los escenarios-, que nos regaló 40 años de cultura para todas y todos.