A mediados de 2019, en reuniones informales entre Rafael Antognazza y Álvaro Santos, se gestó el regreso de La Nueva Milonga. Santos, empresario de la industria química y fanático de las murgas estilo Unión, creía que estaba faltando un conjunto con esas características en el carnaval de hoy.

Por su parte, Antognazza, uno de los directores de mayor trayectoria y reconocido como figura máxima del carnaval 2015, había salido en sus inicios en La Bohemia, una murga estilo La Teja pero con influencia de la Unión, bajo la batuta de Juan Ángel Peladito Díaz. Luego, durante años, fue el encargado de los arreglos en Antimurga BCG, en lo que denomina “una etapa experimental”.

Después fue tiempo de Curtidores de Hongos, Momolandia, A Contramano, un recorrido en el que el propio artista trabajó “casi sin contacto con la murga clásica”. Ya en los últimos años, se adentró nuevamente en la búsqueda de un sonido de otros tiempos. Ese mismo sonido que Santos añoraba y quería volver a escuchar. Así, tras 12 años de ausencia, se originó el retorno de la “murga murga”, que generó una gran expectativa por la mística del título y el elenco que empezó a conformarse.

“El vínculo se fue profundizando hasta que un día Santos me llama, antes de que terminara el carnaval 2022, y me dice que compró el título de La Nueva Milonga, la murga de la que él era hincha. A nivel de libretos nos empezamos a mover. [Los letristas] Son como las nuevas megaestrellas de las murgas, los llaman de cinco, seis títulos diferentes. Lo digo un poco en serio y un poco con humor. Hasta que en un momento dimos con Jimena Márquez, con quien tengo un vínculo, y ahí como que se empezó a redondear el grupo”, dice Antognazza.

Marquitos Gómez fue el primero en arreglar. Para mí era la pieza fundamental para darle ese sonido. Porque es el único vigente de esa generación de oro de la Milonga de 1985. Fijate que es una murga con mucha mística, que sale desde el 52, pero ganó un solo primer premio y compartido con sus vecinos de barrio. Tito Pastrana [histórico director de La Nueva Milonga] fue un tipo de los llamados difíciles, frontal y sin filtro, pero era un artista excepcional, un intuitivo. Como lo es Claudio Rojo, como lo es Diego Bello. Una persona que nació para esto y que capaz que nunca pasó por la puerta de una escuela de música o de teatro. Pero en carnaval, y en murga en particular, son unos caballos”.

Hicieron mucho hincapié en la sonoridad desde el inicio del proyecto. ¿Por qué volver a ese estilo?

El primer año mío de carnaval en La Bohemia había quedado indeleble. Me interesaba volver para atrás, a lo clásico. Ver a una persona como yo, que claramente no tenía un recorrido en ese sonido, cómo se revolvía en eso. Yo había salido con Cocina Márquez un par de años en La Soñada, me quedó lo de la tonalidad, la tesitura, el tipo de fraseos, cómo maneja el vínculo con la batería, dónde coloca los sobreprimos, dónde coloca los segundos. En algún momento hablé con algún colega de que se había perdido ese sonido que era la quintaesencia de la murga, que la murga está presa de los conocimientos musicales. La llegada de la guitarra es como el antes de Cristo y después de Cristo para el género.

Hay algunos mojones que, en mi calidad de curioso y de docente, empecé a investigar, a escuchar mucho. El disco Todos detrás de Momo, de Los Olimareños, Carnaval 1, de Omar Romano. También la primera parte de la obra de Jaime Roos. La llegada a la Falta del Canario Luna, que venía de Don Timoteo. Entonces ese sonido me estaba dando vuelta desde hace tiempo. Ya cuando dirigí a Patos Cabreros y antes, cuando estábamos con De Garufa, me parecía muy seductor.

Después salí en otra murga y fui para otro lado, más de mis años en A Contramano y la BCG. Lo constante en mí, y admito que es un cliché medio berreta, es el cambio. Pero sí, me gusta cambiar y jugar diferentes juegos con el mismo tablero. Ahora estamos con esto de La Nueva Milonga, que sabíamos iba a tener las aguas divididas. Era parte del riesgo. Lo importante es hacerlo y estar bien con uno mismo”.

No sólo en el canto, sino también en el tipo de propuesta hay una como una regresión en esta Nueva Milonga. ¿Cómo se equilibra esa preferencia con la realización de un espectáculo que tiene que pelear en un concurso en 2023?

Me pareció una muy buena idea la presencia de Jimena Márquez, para tener una libretista con una mirada femenina sobre el género, y también muy murguera. En principio iba a escribir y salir, después ella optó por no salir pero quedó al frente de los textos. Mucha gente dice que la murga no tiene una propuesta moderna, sino que es va más por el lado clásico, o que “ya fue”. Es muy peligroso ponerse de un lado o del otro.

Hoy la murga está pasando por un momento delicado, no interno sino externo. Se nos está haciendo difícil gestionar el comentario del nuevo Toto da Silveira del carnaval, que es el señor Marcelo Fernández. Se nos está haciendo cuesta arriba porque, en cuanta oportunidad tiene de criticar de manera tendenciosa este proyecto, lo hace. Incluso hablando de dinero, que es un terreno resbaladizo. Ponerse hablar de la plata de un conjunto es ponerse a hablar de la plata de la familia de los integrantes. Entonces uno se malhumora, se intoxica y le sale lo peor. Hoy estamos en un período en el que la murga no está sacando lo mejor de sí. Esta persona nos está haciendo un daño importante y no sabemos cómo contrarrestarlo. ¿Cómo hacés para contrarrestar la serruchada de un tipo que sale todos los días en la tele?

Respecto del concurso, tenemos muchas expectativas desde la prueba de admisión, después en el período de ensayos, pero claro, te las van bajando. Fuimos el primer día a tercera hora, con un sonido muy desajustado, y no es responsabilidad de los técnicos que llevamos nosotros. La segunda rueda sonó muy diferente. Pero bueno, ese primer día la murga pudo haber estado mejor. La actuación salió muy tensa debido a factores externos. Y también quizás eso de que somos la ‘murga murga’ y hay que cantar fuerte, y bla bla bla.

La expectativa no es nada. Se reduce todo a que le gusta o no le gusta a este hombre, que ni siquiera nos pone dentro de la Liguilla. La murga está afectada por esta situación. Esperamos lo mejor, a pesar del serrucho sin parar. Esperemos que no llegue al jurado. La toxicidad en carnaval es alta, con las redes, los medios y estas personas que no saben nada. Nos perjudica desde el punto de vista emocional, pero el espectáculo está funcionando fantásticamente bien en la calle. Esta semana tenemos entre cuatro y seis tablados por día.

Rafael Antognazza, durante una actuación de La Nueva Milonga en el tablado del Velódromo Municipal, el 27 de enero.

Rafael Antognazza, durante una actuación de La Nueva Milonga en el tablado del Velódromo Municipal, el 27 de enero.

Foto: Martín Varela Umpiérrez

La murga cuenta con una dupla de sobreprimos venerada: Julio Pérez y Ángel Marquitos Gómez, ¿cómo es tenerlos en el coro?

Julio Pérez nos conecta con esos lugares que tienen que ver con la transmisión oral, que es una parte muy importante de cómo el género se ha transmitido de generación en generación. La murga no fue tomada en cuenta por los intelectuales de mediados de siglo cuando tuvo un crecimiento importante. Julio te conecta con esa época, con esa forma de cantar. La murga era eso, una manera de cantar, interpretada de una manera muy intuitiva. No había una dirección teatral de lo que se hacía. Fluía de manera natural. Y yo siento que Julio nos trae ese sonido de los 60. Tiene una manera de colocar la voz que es, en definitiva, la murga.

A Marquitos le pasa lo mismo. Él tiene influencias folclóricas porque nació en Argentina. Allá el folclore, al igual que el tango, es muy fuerte. Tiene una riqueza de intérpretes y de repertorio muy grande. Utiliza un vibrato que se asemeja al de los cantaores andaluces. Es una dupla de tímbrica y de amistad de muchos años. Hay una suerte de camaradería silenciosa, de estar juntos y cubrirse en los momentos en que se necesitan. Yo los he dirigido en tres oportunidades y siempre ha sido muy placentero hacerlo.

En general ellos aportan muchas cosas en los arreglos: Bueno, a ver... contame, ¿qué sentís en esta parte y qué voz harías? Muchos contracantos que hacen son creaciones de ellos. Y a veces si son cosas que están fuera del acorde también los dejo, porque en definitiva es así el género. A mí en este momento me interesa ese sonido. En otros tiempos me gustaba algo más vanguardista, ahora estoy más para lo clásico.

¿Cómo es el trabajo con Gastón Rusito González, que llega con trayectoria en otra categoría y es una figura popular?

Es de una estirpe. Al Bananita González [el padre] yo lo veía en Uruguay Show, un espectáculo fantástico. Con guitarristas, tecladistas, comediantes, vedettes, todo de primer nivel. Era lo más parecido a un espectáculo revisteril porteño a lo que podíamos acceder. Y lo teníamos en todos los tablados. Después pasó a la murga y estuvo en las dos gigantes de los 80, La Reina de La Teja y Falta y Resto. Hizo Los dedos y El hijo del Mago, por ejemplo. Tiempo después inició uno de los proyectos más revolucionarios de la murga uruguaya como fueron los Curtidores de Hongos de Benjamín Medina y Pinocho Routin [1994], con El suicida del Palacio Salvo; hoy sería una maravilla ver un cuplé de esas características”.

El Rusito es el hijo de este gran comediante, carga con eso, y tiene la gran virtud de desmarcarse sin dejar de ser el hijo del Banana. Lo lleva con hidalguía, pero fundamentalmente con mucho talento y trabajo. Creo que va a ser un gran cupletero si se mantiene en la categoría murga. Ya lo es, pero va a mejorar muchísimo. Es un torbellino de buenas ideas y de situaciones de humor. No para. Tiene además una memoria asombrosa y es una persona muy informada. Cada cosa que sale la recicla en un hecho humorístico o una mecha. Lo conozco desde que era un niño, viajaba con nosotros en la bañadera de La Soñada. Es un placer salir con el Rusito”.

Una periodista dijo hace mucho tiempo en la radio que eras “el Pink Floyd de los directores de murga”. ¿Era así? ¿Lo seguís siendo?

En realidad, yo ya no soy ese Pink Floyd que decía Ana Laura de Brito. Sigo escuchando la misma música. Soy un beatlemaníaco y me gusta mucho el rock and roll, y creo que eso se traslada a lo que hago en murga. Incluso hace un rato estuve escuchando unas cosas de David Gilmour. Me gusta el metal, Liam Gallagher, de todo. Pero siento que estoy en otro palo ahora. Un sí menor es un sí menor. Fui ese director en los 2000 y ahora estoy en otro lugar de fraseos y de hamaques candomberos. Me enamoré de esa manera de emitir medio forzada que tiene el murguista. Ahí está la llave, en el pasar un poquito el límite. Estoy en un plan mucho más clásico y no tan psicodélico, si se quiere.

En un libro Milita Alfaro cuenta que había una charla entre Molina, que era la súper tercia, y el Canario Luna. Se juntaban a tomar y conversar en el boliche y decían que en realidad no eran sobreprimos, que eran primos. Para el Canario, que para mí es el Elvis Presley de la murga, ellos eran primos forzados. Es como se canta, es lo que es el género. La mayoría de las murgas hoy en día utilizan otro tipo de colocación vocal, lo cual está bien.

El género va a ser en un futuro lo que quieran que sea los murguistas dentro de 20 años, no lo podemos encapsular. Pero hay que tener en cuenta que sí estuvo encapsulado durante muchos años en la parte musical. Fueron décadas en las que no entraba gente que sabía de música. Porque no les interesaba y porque también los propios murguistas lo rechazaban. Algo extremadamente discutible, pero así sucedió. Mi opinión sobre si está bien o si está mal es otra cosa. Hoy yo me siento más identificado con el Peladito Díaz, que arreglaba de oreja cuando yo empecé a salir en La Soñada, que con cualquier otro director que dirija con guitarra y con partitura”.