De joven le gustaba el folclore. Dice que se revolvía con la guitarra para sacar algunos temas y despuntar el vicio del canto. “Mi sueño era ir a Cosquín y ganar”, recuerda sobre su ilusión de llegar al popular festival folclórico argentino. Cuando tenía 21 años, se le abrió la puerta para salir en Saltimbanquis y a partir de ahí todo fue distinto: “El sonido de la murga me mató”.

Ese murguista, que aún hoy sigue recorriendo los tablados de cara pintada, es Carmelo Ángel Gómez, “Marquitos” para todos en carnaval. Un apodo que le quedó desde aquel lejano 1980, cuando le tocó interpretar a “Marco, el de los Apeninos a los Andes”, personaje de una serie animada que estaba de moda por aquellos días.

Su voz, como un puñal, empezó a ganarse un lugar en el medio de los potentes coros de la Unión, donde se soplaba de punta a punta sin matices. Murgas que cantaban como le gusta a él, “con mucho barro”. Eso fue lo que lo atrapó.

Un Montevideo de pregones de canillitas, niños jugando en las calles hasta tarde y camiones destartalados por las madrugadas de febrero. “Un tiempo totalmente distinto, otra sociedad”, añora Marquitos.

A medio maquillar, unas horas antes de la segunda pasada por el Teatro de Verano de La Cáscara, Gómez conversó con la diaria sobre su trayectoria, el carnaval de ayer y de hoy, y su deseo de retirarse compartiendo murga con su hijo.

¿Cuánta más calle había en las murgas de la época en que vos arrancaste?

Mirá, por ejemplo, [el Tito] Pastrana. Si pasaba uno vendiendo maní o helado y le gustaba la voz, lo llevaba al ensayo. Después podía servir o no. Le agradaba ese barro callejero. Era una época en la que vos pasabas por una esquina y había cuatro tipos cantando cosas bonitas. Me gustaba esa bohemia. A pesar de que yo siempre fui responsable con los trabajos, no hacía previa ni después, me gustaba eso. Creo que aproveché el aprender de todo el mundo: lo malo dejarlo a un costado y lo bueno incorporarlo a mi vida.

¿Era más difícil cantar en aquellas murgas, cuando los directores no usaban guitarra todavía?

¡Sí! El único acompañamiento que tenías eran los platillos, y arreglaban todos de oreja. Los arregladores de esa época tenían mucho oído, pero también podían fallar. Antes en los tablados había uno o dos micrófonos, y si había viento tenías que acomodarte. Pero la murga era una masa coral tremenda que, así y todo, sonaba.

Para un cantor es mucho más cómodo lo de ahora. Cualquiera que tenga un poquito de estudios de canto va con un plus de arranque. Nosotros no teníamos formación de academias, no había nada. O de repente había, pero no tenías acceso. Yo era un laburante de barrio, tenía que trabajar para ayudar a los viejos. Uno cantaba porque le gustaba.

A lo largo de tu carrera fuiste codiciado por murgas con historia, que peleaban el primer premio, con grandes apuestas. ¿Qué te dejó todo eso?

Si no fuera por el carnaval, no sería nadie. Me cuesta retirarme por eso. He tenido la suerte de salir en murgas que cantaban y cantaban. A mí me buscaban para eso. Quizás alguna gente no lo entienda, pero la murga es una forma de vivir y de cantar, y yo creo que tengo las dos cosas. Aprendí muchísimo en carnaval. Me siento muy querido, halagado. No me gusta sentirme más de lo que soy. Lo fundamental es que me tratan con mucho cariño y respeto, de todos lados. Prensa, público, utileros, componentes…

Compartiste algunos años con Tito Pastrana en La Nueva Milonga. ¿Qué fue eso para vos?

Fue mi segundo padre, porque congeniamos con las dos cosas: la murga y la manera de vivir. Era un loco con un corazón tremendo. Yo todavía aplico algunas cosas de él. Tenía algunas cosas malas, pero las hacía de loco. Yo me quedo con lo bueno. Es más, el padrino de mi hija Isabel es el Tito Pastrana. Vivíamos a media cuadra, tomábamos la leche juntos, con el pancito en la taza. Ya veterano, tenía esas cosas de niñez, de potrero, con ternura.

También saliste en Los Arlequines, otra murga de la Unión, pero de otra “escuela”.

Un murgón. Fue un aprendizaje tremendo. Siempre valoré muchísimo a la familia Espert. A Enrique, a Eddie, a Eduardo, a Graciela. Hacían mucho por el carnaval. Hoy quizás se tome como un negocio sacar una murga, en algunos casos. Ellos volcaban todo el dinero, poco o mucho, en nosotros. Igual que Óscar Díaz, de Momolandia. Óscar perdía un apartamento todos los años con lo que ponía en su murga. Eso tiene un valor extra para mí. Yo soy un agradecido, porque de repente gracias a eso pude mandar a mis hijos a un colegio privado. Y esas cosas no se olvidan.

Siempre se supo de la muy buena paga por salir en determinadas murgas. ¿Lo aprovechaste en lo económico? ¿Hiciste una diferencia?

Diferencia no, porque la gasté toda con mis hijos y en mi vida. Pero pasábamos bien, no dejaba que faltara nada.

En 2014 sacaste los Clásicos Asaltantes. ¿Cómo fue esa experiencia?

El título era de mi padre, junto al Tono Gavazzi. Mi viejo siempre soñó con que yo fuera el dueño de una murga y le dimos el gusto. Hasta hoy soy un agradecido con todas las personas que participaron en Clásicos Asaltantes, también por mis amigos que me impulsaron a hacerlo.

Éramos tres los dueños. Juntamos a la barra y dijimos: “Muchachos, no hay nada. Ni para ustedes, ni para nosotros”. Pero lo hicimos desde las ganas de saber que podíamos poner un conjunto en la calle. Llegamos al desfile en 18 de Julio y fue el premio más grande que tuvimos todos.

Una despedida “silbando bajito”

En el fondo de la Comisión pro Fomento del Barrio Las Acacias, la tranquilidad de la tarde se ve alterada por la llegada de más componentes y allegados del conjunto. También comienza una clase de taekwondo para los niños del barrio en el mismo lugar donde se arma la platea para el tablado de los fines de semana.

Marquitos, mientras tanto, se entusiasma con la charla. Rememora, se emociona. Destila murga. Él tiene un afecto especial por este “club” ubicado en la zona de Maroñas, en el que salió con los Patos Cabreros y La Nueva Milonga. Allí conoció al Carucha Gabriel Ramos, el responsable de que llegara a La Cáscara.

¿Qué te trajo a este conjunto?

Encontré mucha humildad. Vine por mi amigo Carucha. Yo no había arreglado con ninguna murga y él me quería traer para acá. Y yo vine porque está mi amigo. Me tratan muy bien, y creo que se llevaron una sorpresa conmigo. Yo tengo cero ego. Para mí es lo mismo un componente, el utilero, el cuidacoches o el vendedor de churros de la vereda. Valoro que esta gente de La Cáscara se la haya jugado por un tipo de 66 años. Me trajeron para que los divierta, para que una al grupo, para que les dé un poquito de lo que puede dar alguien conocido arriba de un tablado. Y estamos en esa búsqueda de tratar de salir adelante.

A dos años de haber sido elegido Figura de Oro del Carnaval, ¿cómo valorás ese reconocimiento?

Muchísimo lo valoro. No sé si era merecido, pero… mamita. Estoy agradecido eternamente a los que tuvieron esa distinción conmigo. Tengo la estatuilla en casa y mandé hacer dos más: una para mi hijo y otra para mi nieto.

Hay una generación de cantores que rondan tu edad, que siguen siendo convocados y a los que la gente espera. ¿De qué manera vivís eso?

Yo no sé si sigo vigente, pero trato de aportar lo que pueda. Tanto Julio Pérez como el Canario Pereira, Villalba o yo somos de otra generación, que era buenísima, y somos bienvenidos por las nuevas generaciones. La muchachada de hoy es muy inteligente y se preocupa por saber, cosa que antes nosotros no hacíamos. Creo que nos siguen convocando no sólo para cantar, sino para compartir experiencias. Nos piden anécdotas, tienen avidez por aprender, la pasan bien con nosotros.

Y de las voces que aparecieron en los últimos años, ¿qué cantores te gustan?

Nosotros con unos amigos nos vamos todos los años a acampar a Tajes unos días. Siempre hablamos de que antiguamente había 30, 40 murgas, y había muchas, sobre todo en las de mitad de tabla para abajo, en las que capaz que no había ninguna voz solista destacada. Hoy te puedo asegurar que en todas las murgas, y te incluyo las del Encuentro de Murga Joven, hay dos o tres.

Yo tengo mis favoritos, pero no quiero nombrar a nadie. Son dos o tres que van a leer esto y ellos saben quiénes son. Los tengo como hijos del corazón. Hoy avanzó todo, como hablamos al principio. Hay estudios, hay tecnología, aman el género, se interesan por investigar. Sumado eso a las condiciones que tienen… ¡epa!

¿Venís pensando en el retiro? ¿Hay alguna deuda pendiente antes?

Sí, lo estoy pensando. Me gustaría salir con mi hijo antes de retirarme. Él estuvo en Zíngaros y en La Trasnochada, ahora hace dos años no hace carnaval por trabajo. Mi idea es esa; si se llega a dar de salir juntos, me retiro silbando bajito.

Fuera del carnaval, ¿nunca dejaste de trabajar?

Nunca. Antes estuve de chofer de Salud Pública durante 21 años. Después me instalé en el Barrio de los Judíos con un puesto. Vendo de todo un poco. Me rebusco. Trato con todo tipo de gente, clientes de Montevideo y del interior. Hasta el carnaval me dio eso. Soy conocido, creo que estoy bien conceptuado. Trato de aplicar todo lo que me enseñó Pastrana. Él no te prometía un auto. Te prometía una silla, que era lo que te podía dar. Y en eso era intachable. Yo no ando haciendo trampas. Pongo mi mesita ahí y trato de vender lo que puedo. La mayoría de los días me voy pelado, pero portándome bien.