El lunes 8 de marzo se llevó a cabo un Encuentro Ecuménico en conmemoración del Día Internacional de la Mujer, organizado por distintas instituciones y grupos cristianos. Allí en la sede central de la Iglesia Metodista, bajo varias consignas feministas y cristianas, se compartieron canciones, reflexiones, rezos, lecturas y memorias de dos mujeres que nos remiten al departamento de Colonia.

Uno de los principales ejes del encuentro estuvo en hacer presente el compromiso activo de dos mujeres cristianas que en distintos momentos históricos implementaron estrategias para ayudar a otros y otras. Al tiempo que interpelaron a sus iglesias a transformarse e impulsaron nuevas teologías. Estamos hablando de Ana María Rübens y de Gladys Parentelli. Dos mujeres que nos remiten al departamento de Colonia. La primera a Colonia Valdense y la segunda a Ombúes de Lavalle.

Solidaridad anti-autoritaria

Ana María Rübens nació en 1900 en Buenos Aires. Cuando ella tenía 9 años sus padres deciden mudarse a Alemania, donde estaba el resto de su familia. Hija de padre católico y madre protestante, Ana María fue una joven que quería formarse en horticultura y agricultura, además de ciencias sociales. A su padre, tantas profesiones y tanta versatilidad le parecían inadecuadas para la fortuna de la familia, fue así que le pidió que se decidiera por una profesión. Ana María eligió teología, ahora la nueva era, si debía seguir la línea católica de su padre, o la protestante de su madre, al fin de cuentas primó el vínculo materno y se hizo protestante.

En 1920 comenzó a estudiar teología. Allí, junto a otras compañeras conformó un grupo de teólogas mujeres que reivindicaban, entre otras cosas, el derecho a poder ser ordenadas pastoras. En 1927 empezó a desempeñarse como vicaria trabajando en hogares de ancianos y escuela de oficios.

En 1933 en el contexto del ascenso del nazismo, Ana María realizó una prédica religiosa por la que es expulsada de Alemania. En esta prédica ella se cuestionaba qué forma era esa de patria [la que quería formar el nazismo] y de amor que expulsaba a sus hijos. Era el mundo, ¿un lugar de amor? Y se respondía «Hay suficiente sol, hay suficientes tierras. ¡Si solamente tuviéramos suficiente amor!». Culmina este predica preguntándose qué deben hacer las personas cristianas ante la ola de odio dirigida a la población judía, y contesta «Importa que cada uno de nosotros trate verdaderamente de ser Luz del mundo y Sal de la tierra. No podemos tampoco querer sustraernos a la tarea, eludir la responsabilidad, diciendo que un cristiano solo, un solo miembro de la iglesia no puede hacer nada en esta situación». Ante esta predica la Iglesia evangélica de Koln (Colonia) le rescinde su contrato de trabajo.

Luego de ser expulsada de Alemania se fue en bicicleta hasta Holanda, donde trabajó con familias refugiadas. De Holanda se vino a Uruguay. En 1937 se instaló en Colonia Valdense y fundó una colonia de vacaciones para niños y niñas cuyas familias se refugiaron en nuestro país. En el período previo a la dictadura esta colonia de vacaciones se transformó en una guardería para hijos e hijas de personas que estaban siendo detenidas por motivos políticos.

En el Mensajero Valdense, se recuerda que Ana María: «hacía largas caminatas con los chicos». Y así también la recuerdan los niños y niñas que asistían a la guardería, como tosca y dulce al mismo tiempo. Los testimonios recogidos en el documental «Ana María Rübens una vida que no quiso ser contada» realizado por la Casa Bertolt Brecht, relatan la experiencia de la cercanía de Ana y su casa como un espacio de confianza, seguridad y calma en medio de las difíciles situaciones que se vivieron durante la dictadura.

Ana María tuvo la capacidad de encontrar la forma de ayudar a aquellos niños a habitar un espacio que les fuera propio para que pudieran seguir viviendo su niñez en un contexto nacional que les impulsaba a no hacerlo. Al igual que como veremos en Gladys el contacto con el aire, la tierra, lo natural, fue central en la vida de Ana María, y eso también lo plasmó en su experiencia cotidiana en la guardería.

Además de las actividades en la guardería, los testimonios dan cuenta de que, durante la dictadura, Ana María ayudó a varias personas a que pudieran cruzar la zona de frontera con Argentina y pudieran exiliarse en ese país. La ubicación de su chacra en Colonia Valdense le otorgó un lugar privilegiado para tal fin.

Mientras tuvo la guardería, en varias ocasiones realizó distintos viajes a Europa con motivo de buscar apoyo económico, no sólo para su propio proyecto sino para ayudar a los presos y presas por motivos políticos durante la dictadura ya instalada. En 1977 cuando se encuentra en uno de estos viajes, le comunican que está siendo vigilada y que su vida podría correr peligro. A pesar del dolor, siguiendo los consejos de sus amistades decidió quedarse en el exilio y seguir apoyando desde allí. En 1981 decidió volver a Uruguay y a su regreso fundó otro espacio de ayuda para niños y niñas de familias en contextos de vulneración social. Ana María falleció en Alemania en 1991.

Reforma de la tierra y de la iglesia

Por su parte la historia de Gladys Parentelli, si bien también nos conecta al departamento de Colonia, nos habla del transitar y habitar muchos territorios. Gladys nació en Ombúes de Lavalle el 21 de marzo de 1935 en el seno de una familia católica practicante. En la década de los 50 se trasladó a la población de Carmelo. Allí vivía su abuela, pero por decisión de sus padres llegó de pensionista a un colegio de monjas para hacer la secundaria. Desde muy joven estuvo vinculada a las ramas juveniles de la Acción Católica. Primero a la Juventud Estudiantil Católica (JEC), y luego a la Juventud Agraria Católica (JAC). Las ramas juveniles implementaron el método «ver, juzgar y actuar», esto le permitió acercarse a una realidad concreta, conocerla, reflexionar sobre los métodos posibles para transformarla, y luego actuar sobre esa realidad.

Cuando en 1957 Monseñor Baccino obtiene cupos para becas para un curso en Chile, Gladys fue una de las que resultó electa para asistir. Dos años más tarde vuelve a obtener otra beca, esta vez otorgada por la Juventud Agraria Rural Católica, y el destino fue Europa. La beca consistía en insertarse por completo en el método de la JAC sea a través de cursos o a través de experiencias concretas en distintos países, esto le posibilitó conocer Francia, Bélgica, Alemania, Holanda y Luxemburgo.

A su regreso a nuestro país, Gladys comenzó a encargarse de la atención de JAC a nivel nacional, que se estaba formando de forma muy incipiente. Gladys comenta que cuando se acerca al medio rural uruguayo lo primero que detecta en las juventudes es que no tenían un espacio dedicado a la diversión ni al tiempo libre. Al igual que Ana María Rubens, para Gladys fue fundamental desarrollar estrategias lúdicas que hicieran sentir a los jóvenes que tenían un espacio destinado a ellos, y al mismo tiempo le permitía detectar liderazgos, elemento central para las ramas especializadas de la Acción Católica.

En cierto punto la JAC llegó a tener 400 grupos. Se debe tener en cuenta que esta cantidad es significativa para un país que apenas alcanzaba los tres millones de habitantes. Había tanto entusiasmo por aprender que se organizó un festival nacional con siete mil jóvenes. Fue así como comienzan a colaborar con el equipo latinoamericano del Movimiento Internacional de la Juventud Agraria y Rural Católica (MIJARC) que instaló su sede en Montevideo. Gladys fue elegida para el comité mundial MIJARC.

Ana María Rübens y Gladys Parentelli no se conocieron, pero tuvieron múltiples aristas de unión y comunicación. Sea a través de las acciones y puntos de vista compartidos que les provocaron desilusiones y expulsiones. Así como también el encuentro y capacidad de encontrar formas de ayudar a los y las otras aun en territorios que les podían resultar lejanos. Otro lugar de encuentro simbólico fue el departamento de Colonia.

En 1964 Gladys se fue a Europa a trabajar en los grupos católicos que estaban vinculados al MIJARC. Había sido elegida presidenta de la rama femenina, por lo que fue a vivir a Lovaina, Bélgica. La tarea que le asignaron consistió en ser la responsable de la extensión del movimiento para América Latina, África Occidental Francesa y Argelia. Se debe tener en cuenta que en el contexto de su llegada a Europa se estaba produciendo el Concilio Vaticano II.

Este concilio, convocado por el Papa Juan XXIII y continuado luego de su fallecimiento por Pablo VI, fue un gran acontecimiento para la historia de la Iglesia Católica. Gladys no sólo lo vivió porque habitó casi el mismo espacio, sino que además fue una de las tres mujeres latinoamericanas que asistieron como auditoras al Concilio. Recuerda el momento en que por primera vez una mujer entraba oficialmente a un Concilio y era nombrada en la misa en la Basílica de San Pedro.

Dice que el Papa nombró solo a Marie- Louise Monnet, y no a todas las que asistieron –como correspondería-, pero eso ya era un gran acontecimiento. Su historia en el Concilio está marcada de entereza y desilusión, por ejemplo, recuerda que: «En esa época yo me sentía como una persona que está cumpliendo una misión que le ha encomendado Dios. Me trasladé a Roma. El primer día tuve problemas porque la Guardia Suiza no me dejaba pasar, cuando finalmente me dieron el pasaporte ya no me llamaba Gladys porque mi nombre según ellos no era católico y simplemente me pusieron Claudia».

Otra experiencia que le marcó fue que, en uno de los grupos de trabajo del Concilio dedicado al rol de los laicos en la iglesia, tema central en el mismo, las auditoras tuvieron la idea de expresarse públicamente. Ante su idea les expresaron que se les había agotado el tiempo pero que podían hacerlo en otro eje -evangelización de los pueblos-, es así que trabajaron toda la noche en ese nuevo texto, tuvieron que designar un vocero que fuera intermediario entre el grupo de ellas y el secretariado. El resultado fue, que el Cardenal vocero optó por leer solo la parte en la que ellas agradecían el haberlas dejado participar del Concilio y no el resto de sus propuestas. Comenta que caminó durante horas por las calles de Roma, decepcionada y dolida, luego de eso volvió a Bélgica. Sin lugar a dudas esta experiencia impregna de forma muy patente su teología feminista.

Posteriormente, fue nombrada como asesora de la congregación para la evangelización de los pueblos. Para ella lo fundamental era que desde el Vaticano reconociera la importancia que la acción misionera no podía ir por encima de la identidad cultural y religiosa de los pueblos. Aquí se encuentra otro punto en común con Ana María, quien sostenía la necesidad de que primara el amor a todas las personas humanas sin distinciones étnicas, y fundamentalmente, sin que ningún grupo étnico tuviera dominio sobre otro.

En 1969 Gladys fue enviada por el MIJARC a trabajar en Venezuela. Recuerda que llegó en un momento en donde se estaban produciendo muchas transformaciones y movilizaciones en muchos ámbitos. Al llegar le comunican que trabajaría con tres sacerdotes, un venezolano y dos franceses. La tarea de ella consistió en desempeñarse como asesora pedagógica, actividad que la volvió a conectar con su experiencia con la JAC uruguaya.

Pronto la organización de Auxiliares Femeninas Internacionales le ofreció comenzar a evaluar programas de capacitación para jóvenes campesinos. En sus tiempos libres asesoró a asociaciones de voluntarias y trabajó en la Federación de Instituciones Privadas de Atención al Niño, que nucleaba organizaciones privadas para promover la educación preescolar y no formal, así como la protección de niños y adolescentes. De esta forma se convirtió en responsable del área de ocupación positiva del tiempo libre. A medida que iba profundizando su trabajo en distintos espacios de educación formal y no formal en Venezuela pudo comenzar a proponer nuevos proyectos que fueron ampliando sus objetivos. Por ejemplo, coordinó un proyecto de educación familiar y sexual, financiado por UNICEF. En este proyecto, se entreteje lo que hasta la actualidad será su gran interés, el tema de la educación sexual y la protección del medio ambiente.

En Venezuela participó activamente de grupos feministas. Uno de estos grupos se llamaba Manuelita Sáenz y estaba integrado por mujeres que habían hecho postgrados en París, adonde habían militado en el Movimiento de Liberación de la Mujer. Ese era un punto de unión en cuanto a los objetivos que se plantearon como motivos para su lucha. Además de este grupo participó en otros como La Mala Vida, siempre en los que aportó atención, reflexión y acción, quizás una metodología que había heredado del ver, juzgar y actuar de las ramas juveniles en las que había participado en nuestro país.

Gladys expresa que hizo una opción por las teologías feminista desde hace décadas y ecofeminista desde las últimas dos, pasando muy brevemente por la teología de la liberación. Piensa que el hombre no es el centro del universo, se pregunta sobre qué fundamento como humanidad hemos construido una supuesta superioridad por encima de la de los animales y las plantas. Gladys entiende que este vínculo entre mujeres, planeta Tierra y Dios es importante en tanto en sus palabras «Versa no sólo de la comprensión de las fuerzas religiosas-culturales que contribuyen a mantener cautivas a las mujeres en las grandes decisiones, sino que a su vez es una percepción que señala nuevos caminos en el sentido de la existencia humana para la Percepción del Misterio de Dios ese Misterio inmenso en el planeta Tierra».

Ana María Rübens y Gladys Parentelli no se conocieron, pero tuvieron múltiples aristas de unión y comunicación. Sea a través de las acciones y puntos de vista compartidos que les provocaron desilusiones y expulsiones. Así como también el encuentro y capacidad de encontrar formas de ayudar a los y las otras aun en territorios que les podían resultar lejanos. Otro lugar de encuentro simbólico fue el departamento de Colonia. Sus calles vieron crecer a Gladys y convertiste en una gran teóloga reconocida en toda Latinoamérica, así como también conocieron a Ana María que transformó una chacra semiabandonada en un lugar de resistencia durante la última dictadura cívico- militar.

Dahiana Barrales Palacio es licenciada en Ciencias Antropológicas, integrante del equipo de Fe en la Resistencia. María Alejandra Scafati es profesora de Historia y Socióloga, integrante de la Directiva de Obsur - Observatorio del Sur.