Telas y tijeras, cañas y esténcil, pancartas, remeras… en plazas, locales sindicales, casas particulares hay una marea que se mueve y remueve experiencias, sentimientos y palabras. El 8M es un día en que se quiere expresar todo, en voz alta y con los cuerpos juntos. No hay una voz en unísono, hay muchas voces y muchos cantos en sintonía. Hay memorias compartidas y un objetivo claro: poner fin a las discriminaciones y violencias hacia el conjunto de mujeres (con toda la diversidad que eso implica) que hacen persistente la desigualdad social.

En la previa se reaviva la alegría y la risa por compartir espacios y proyectos, por la sencilla razón de embarcarnos en acciones colectivas y sostener lo que otras empezaron antes. Los 8M son oportunidades para juntarnos, crear y sostener espacios sin violencias, de confianza y de cuidado.

Pero también emergen la rabia y la tristeza porque recordamos a vecinas, amigas, compañeras de trabajo asesinadas por parejas, exparejas u otros familiares en contexto de violencia doméstica; recordamos asesinatos misóginos, asesinatos de mujeres trans, asesinatos motivados sexualmente, asesinatos de trabajadoras sexuales, suicidios en el marco de violencia de género, y otras muertes violentas de mujeres, niñas y adolescentes relacionadas a la violencia machista.

De acuerdo con el monitoreo de medios realizado por Helena Suárez Val en 2021, entre el 31 de marzo de 2001 y el 31 de marzo de 2020 se registraron 571 casos de feminicidios en el territorio uruguayo, 20 de los cuales ocurrieron en el departamento de Colonia. Esta cuantificación permite entender y verificar la dimensión del problema, pero sabemos que detrás de cada víctima hay niños y niñas, madres, amigas, abuelas, jóvenes y familiares destrozados; trayectos truncados, historias rotas, futuros inciertos.

Da rabia reconocer que en la diversidad de mujeres que somos, algunas también oprimimos a otras mujeres basadas en nuestros privilegios. Pero luchamos contra eso. Esa es la razón por la que indigna que un medio de alta circulación en el departamento subestime y se burle de media parte de su público y se aproveche de su poder para incidir en la formación de opinión sobre la realidad. Los colectivos feministas del departamento no dudaron en denunciarlo y expresaron: “[…] nos sorprende que en 2022, en un medio de comunicación de la zona, en los días previos a la preparación por el 8M, sigan utilizando ese tipo de chistes para reforzar formas de ser y vincularse, asociando roles y funciones tanto a las mujeres como a los hombres […]”.

En otra parte del globo, la directora regional de ONU Mujeres para América y el Caribe, María Noel Vaeza, expresó en 2021 que el 8M es un día para “rendir homenaje a las mujeres” y remarcó que “es fundamental destacar a las mujeres por su trabajo y firmeza para hacer frente a la pandemia de covid-19. Las mujeres han llevado sobre sus hombros la mayor carga de cuidados tanto en los hogares como en los centros de salud, la mayoría de las veces en condiciones muy difíciles”. El reconocimiento al que apela Vaeza no nos debería resultar difícil en un medio local en que podemos poner rostro a esas mujeres porque nos conocemos. No se trata de regalar flores, pedimos dejar la complicidad con las conductas burlonas, con los chistes machistas, con el lenguaje que nos invisibiliza, con la indiferencia que no reconoce nuestro trabajo ni nuestras diversidades en las formas de sentir y habitar.

La crisis mundial de salud hizo surgir nuevas desigualdades y profundizó otras que ya existían. Con la disminución y la suspensión de comercios y empresas se produjo un retroceso en la participación femenina en el mercado laboral, porque fueron las mujeres las más afectadas por el desempleo. Ni que hablar de la sobrecarga en las tareas de cuidado por el cierre de los centros de enseñanza y el recrudecimiento de las situaciones de maltrato y violencia.

La cocina y particularmente la cocina de los hogares más pobres –ese lugar que sirve para ridiculizar a las mujeres en algunas ocasiones– fue el escenario para trabajar en línea, estudiar, hacer los deberes de la escuela y socializar con las personas con las que no se podía tener contacto. Fue el escenario para gestionar el tiempo, los recursos económicos, las demandas emocionales. El trabajo doméstico y “el mundo de la cocina” evidenciaron más que nunca su valor imprescindible para el sostenimiento de la vida humana, así como las habilidades y el tiempo que implican para quienes sostienen eso a diario.

Esa mezcla de alegría y rabia, de desconcierto y firmeza no es individual ni privada. Se siente en la irreductible individualidad, pero le damos forma colectiva porque aprendimos que el sufrimiento o el bienestar, el éxito o el fracaso no dependen de los méritos o el esfuerzo individuales, sino de los vínculos sociales. Y mientras se fomenten vínculos de violencia y violación, humillación y abuso, desconocimiento e indiferencia a la desigualdad no habrá cambio posible. Los colectivos feministas de Colonia ensayan en cada encuentro otras maneras de ser –sin romanticismo ni idilio–, conscientes de que son muchas las prácticas y los pensamientos que hay que desarmar para salirse del modelo patriarcal.

Se trata de un modelo que nos exige sumisión y pasividad, complacer a los demás y negar nuestro poder interior. Nos pide hacer objeto de cambio y mercancía a nuestros cuerpos, ponerlo al servicio de los deseos del macho y del mercado. Nuestra cultura occidental todavía promueve un orden de género en el que se le otorga mayor valoración a lo masculino sobre lo femenino e incentiva en los varones ciertos comportamientos, como la competitividad y la demostración de virilidad a través de la búsqueda del riesgo y el uso de la violencia en diferentes circunstancias.

El sistema les pide que sean fuertes, activos, que no expresen sus emociones, miedos y debilidades, lo que implica también mandatos de una masculinidad que repercuten en el descuido de sus cuerpos en términos de salud. La expresión más aberrante de los mandatos de la masculinidad hegemónica o generalizada es el de la heterosexualidad que implica desear, conquistar y poseer el cuerpo de las mujeres. Esta es una de las principales razones por la que los varones ejercen violencia sobre las mujeres y sobre todos aquellos varones que no cumplan con ese mandato.

El Centro de Estudios sobre Masculinidades y Género muestra una serie de estudios que han relevado que “para poder cumplir con los mandatos de la masculinidad hegemónica los varones a veces suprimen sus emociones y necesidades, lo que les trae consecuencias como dificultades para identificar sus sentimientos y hablar de ellos, dificultades para empatizar con otros/as”. Los y las investigadoras de este organismo enfatizan que es importante reconocer que no todos los varones son violentos ni ponen en riesgo la salud de la comunidad, pero que hay que insistir en que la socialización masculina presenta privilegios para los varones que se traducen en problemas sociales como la violencia.

Entonces, cuando nos aquejan las noticias de asesinatos, de golpizas entre jóvenes en boliches o de policías a jóvenes, debemos analizarlo también en términos de la construcción de las identidades de género. No se puede poner fin a la violencia hacia las mujeres o a cualquier tipo de violencia basada en género con el esfuerzo que hacemos las mujeres por emanciparnos de las relaciones abusivas, violentas y humillantes para nosotras. Es necesario un enfoque integral; es imprescindible la emergencia de acciones concertadas.

La educación es uno de los escenarios propicios para iniciar cambios, pero eso exige formación y sensibilización sobre estos temas en el personal enseñante. Lo mismo se necesita promover en otros espacios, como la intendencia, los centros de salud, los medios de comunicación, la Policía, los clubes deportivos y las iglesias. Los y las responsables de las decisiones tienen que abrir oportunidades para pensarlo con seriedad, destinar presupuestos y actuar en consecuencia.

Hoy, 8 de marzo, hay en la mayoría de las localidades del departamento una convocatoria a marchar, a pintar carteles, a recorrer los barrios en caravana, a llevar adelante acciones artísticas y culturales para hacer del 8M un día de lucha y reivindicación por la vida; en especial por la vida de las mujeres y niñas más amenazadas. Con cada 8M las mujeres feministas renovamos el compromiso con la transformación social y reivindicamos nuestro derecho a ser protagonistas del cambio y la construcción política del país. Pero necesitamos llegar con nuestros mensajes y experiencias a otras mujeres, a otros varones, a la comunidad en su conjunto.