La cosecha de uvas de 2022 “fue de normal a buena en términos productivos, aunque en lo comercial terminó siendo muy complicado”, dijo, a modo de introducción, el productor Héctor Fripp, a la diaria. Fripp es vicepresidente de la Sociedad de Vitivinicultores (Sovicar) de Carmelo y participa como oyente en el directorio del Instituto Nacional de Vitivinicultura (Ivani), a partir de un acuerdo entre la gremial coloniense y la sociedad de productores de Canelones, que tiene un delegado en ese organismo.

Lograr la rentabilidad en este sector productivo se ha tornado un asunto complejo desde hace muchos años, agregó el productor. Y añadió un par de datos que resultan ilustrativos: en 30 años, en todo el país, la cantidad de productores vitivinícolas pasó de 4.200 a 700, mientras que en Colonia fue de 125 a 25 en ese mismo período. Esa caída se ha registrado desde que se creó el Inavi, en 1988, hasta el presente.

En 2022 los problemas comerciales de los productores fueron generados por la dificultad “para colocar las uvas” en las bodegas, debido a un sobrestock de vinos y a un aumento en la capacidad de producción de uvas que ostentan las propias empresas que se dedican a la elaboración de vinos en Uruguay. “Hubo más producción de lo normal y las bodegas venían con vino remanente de los años pasados”, por lo que “no precisaban uva”, comentó Fripp. “Fue toda una lucha lograr molerlas, porque es un producto perecedero, o se hace vino o se pudre. Quizá no se colocó en los precios que queríamos, porque terminó bajando a la hora de negociar”, agregó.

Además, el precio que se fijó este año para las uvas tintas de calidad -17,80 pesos por kilo- tampoco alcanzó a cubrir “las necesidades de los productores”, quienes reclamaron que, “además de un ajuste por IPC [Índice de Precios al Consumo] al precio del año pasado, se le sumara un porcentaje de recuperación”, lo que no fue contemplado por el Inavi. “Los precios son bajos desde hace años y esto lleva a resultados negativos para los vitivinícolas, lo que ha provocado la desaparición de muchos productores”, indicó.

“No se han generado los mecanismos que permitan a los productores vitivinícolas desarrollar ese modo de vida, esa cultura de trabajo, que permite un afincamiento en las zonas rurales”, lamentó el productor. “La falta de rentabilidad” también ha provocado una falta de interés “en las generaciones de relevo”, lo que acrecienta aún más la crisis que viven los pequeños emprendimientos dedicados a la producción de uvas.

A diferencia de lo que ocurre con los bodegueros, la mayoría de los pequeños productores son arrendatarios y trabajan con vides envejecidas ya que no tienen disponibilidad económica para realizar una renovación.

Cambio de políticas

Para Fripp, el Estado “debería generar políticas de regulación que no dependan de una mera ecuación económica”, sino que apunten “a asentar gente en el medio rural, a generar cultura de trabajo y nuevas formas de redistribución de la riqueza, porque una cosa es realizar una distribución entre 4.200 productores como hubo en el país y otra es hacerlo entre 700 como acontece hoy”.

Sin embargo, el gremialista cree “que no se pueden esperar muchos cambios”, debido a la actual conformación del Inavi, en la que predominan “los mismos sectores y las mismas cabezas desde hace mucho tiempo”. “El sector industrial bodeguero y los tres representantes del Poder Ejecutivo tienen mayoría y son ellos quienes diseñan, aplican y controlan las políticas vitivinícolas sin atender los reclamos de los delegados de los productores”, dijo Fripp. Y agregó: “Los grandes industriales son autosuficientes con la uva que producen, y a los productores nos ofrecen precios por debajo del costo”.

Para el productor coloniense, “el libre mercado es una falacia: o al mercado lo regula el Estado con un fin de justicia o lo regula el capital con un fin de lucro. Y esto último es lo que ha pasado: se provocó una concentración de la incidencia en la toma de decisiones en quienes gobiernan que determinó una concentración de la riqueza en el sector”.

Si bien el diagnóstico que realiza no resulta muy alentador, Fripp sostiene: “Estamos a tiempo de generar un cambio: tenemos un semillero de 700 productores para generar una cultura de trabajo; porque producir uvas no es una elección que se haga de un día para otro, es una cultura”. “No sigamos esperando”, reclamó.