El Silicon Valley fue una apuesta a la ciencia informática del gobierno de Estados Unidos generando laboratorios de emprendedores con fuerte presupuesto, en California. El objetivo era el desarrollo informático para vencer tecnológicamente a la entonces Unión Soviética (URSS), cosa en la que colaboró definitivamente.

La Regio Food Valley, en Países Bajos, fue también una fuerte apuesta estatal, lanzada en el año 2000 con cerebro en la Universidad de Wageningen, en territorio con fuerte tradición agraria, en sinergia con empresas, generando también laboratorio de emprendedores. Su objetivo era producir el doble con la mitad de recursos naturales, una apuesta al desarrollo sostenible, en lo económico, lo social y lo ambiental. 20 años después, Países Bajos (con menos de un cuarto de nuestra superficie) es el segundo productor mundial de alimentos en términos económicos.

Qué buena idea hubiera sido pensar en algo similar en Colonia, departamento rico en estructura democrática, de territorio con equilibrio de varias ciudades con perfiles distintos, con producción granjera destacable, con diversidad de comunidades de inmigrantes, con un potencial turístico no solo basado en la playa, con la cercanía de un mercado, una gran urbe, como Buenos Aires.

Con todo eso generar capital social, es decir, objetivos acordados y redes entre la academia, las empresas, la sociedad organizada, emprendedores, la intendencia, el Estado. Este tipo de emprendimiento mirado hacia un territorio potenciaría un agro de siglo XXI, camino a la eliminación de agrotóxicos, con sensores relacionados a la producción agropecuaria y agrícola, viveros, producción sustentable a colocar en mercados exigentes. Esto es: mejor calidad ambiental, mejor rentabilidad, trabajos de calidad, estímulo para capacitarse y estrategias institucionales al respecto. Al decir del ingeniero agrónomo Pablo Chilibroste, uruguayo doctorado en la Universidad de Wageningen, que el hijo del peón rural no tenga como destino ser peón rural, sin techo de desarrollo.

Instalar entonces una universidad que busque materializar esos objetivos. Planificar un territorio para ubicar esas instalaciones, la instalación de viviendas para los trabajadores, centros de salud…

Pero nada de eso existe en Colonia. No se salió a construir capital social, a generar ámbitos de negociación de objetivos comunes de las fuerzas vivas de Colonia, como sí se hizo hace apenas unos años en Juan Lacaze. No existe planificación de infraestructuras de servicios, no existe estrategia de construcción de capital social.

A la semana siguiente se estaba en Buenos Aires tratando desesperadamente de vender parcelas. Lo que hay es un “contrato plan”, que no es contrato, porque no obliga a las partes, ni es plan, porque carece de objetivos, metas, tareas.

Lo que hay es un remate de territorio en macromanzanas para hacer barrios privados. Desde lo tecnológico, la posibilidad que se instalen empresas argentinas, sin condicionantes de objetivos, o sea dejándolo a los objetivos del mercado, esto es a lo que el mercado bonaerense defina. Lo que hay es una ciudad de espaldas al departamento, que mira encandilada hacia Buenos Aires.

Y al no existir la planificación, la potencialidad también de que venga lo peor de la gran urbe, villas miserias incluidas, para trabajadores mal pagados. Lo que hay es en la Colonia del Sacramento fundada por los portugueses, luego colonia española, un proyecto de colonia bonaerense.

Aún estamos a tiempo. Es posible recentrar la propuesta si se convoca a una gobernanza conjunta entre las organizaciones sociales, el mundo empresarial de Colonia, la Universidad de la República y el gobierno (departamental y nacional), que fije objetivos, metas de desarrollo sostenible que generen el marco para la necesaria inversión privada.

El arquitecto José Pedro López Canclini es máster en Ordenamiento Territorial.