En la segunda mitad del siglo XIX, el departamento de Colonia tuvo una importante transformación social, económica y demográfica, con la aparición de estancias-empresas de capitalistas extranjeros, sobre todo británicos, dedicados a la cría del lanar; y la creación de colonias agrícolas con inmigrantes italianos, españoles, valdenses y suizos, las cuales se volcaron al cultivo del trigo y a la agroindustria, que se dio en paralelo con una reactivación del comercio marítimo. Estos cambios repercutieron en la aceleración del crecimiento urbano.

Colonia del Sacramento y Carmelo, como ciudades portuarias, asistieron desde la década de 1870 al aumento de la prostitución. En Carmelo, en 1877, existían dos casas de tolerancia que alojaban a 13 mujeres. En el mismo lugar, en los años 1880, fue famosa la academia de baile de Matilde Arriola.

Al igual que en otras zonas del país, en el departamento de Colonia hubo explotación sexual de menores de edad.

Gracias a los datos del periodista Barcón Olesa relativos a Rosario, podemos conocer los salarios de los sectores subalternos al iniciarse el 900. Las cocineras cobraban de tres a pesos pesos mensuales; sirvientas y niñeras, de 1,50 a tres pesos al mes; planchadoras, por prenda, de 0,08 a 0,12; y lavanderas, por lavar y planchar la ropa de una sola persona, percibían al mes un peso. Tomando en cuenta los precios corrientes en los prostíbulos, que eran de un peso por cliente, el salario de estas mujeres en esos oficios era muy inferior al que podían recibir las prostitutas.

En el padrón de Rosario confeccionado por el autor citado figuran unas 139 mujeres dedicadas a “labores” (que representan 21% entre los cabeza de familia de la villa). Es dable preguntarse: ¿cuántas de ellas ejercerían la prostitución clandestina? El estado de la documentación nos impide responder a esta y otras interrogantes.

En el barrio Sur de Colonia del Sacramento, desde fines del 1800 la prostitución era abundante. Podemos suponer que este panorama, con la existencia de prostíbulos, trabajadoras clandestinas, proxenetas y madamas, haya sido en el barrio constante y habitual a lo largo de los años.

La Policía y los médicos

La Policía aparece vinculada de diversos modos a la prostitución y sus ambientes. Actos delictivos o arrestos se produjeron en sus entornos. En abril de 1879 se denunció a la Jefatura Política y de Policía, en Colonia del Sacramento, que dos soldados asaltaron a un marino inglés que se encontraba recorriendo prostíbulos a la altura de la punta de San Pedro, en el barrio Sur. En junio del mismo año, Pedro López se queja ante el Juzgado Letrado, exponiendo que fue apresado en una academia de baile, en Carmelo, siendo luego obligado a servir en la Policía como cocinero del jefe político.

Sin embargo, son muy pocas las prostitutas que aparecen arrestadas por la Policía en esos mismos años. En la sección de Rosario, en marzo de 1880, se encuentran en la cárcel tres prostitutas, detenidas por escándalo. De nacionalidades oriental y argentina, dos tienen 16 años y la otra 20. Aunque la causal de “escándalo” cubre variadas situaciones, al momento de encerrarlas, al parecer, no se las acusó de ejercicio ilegal de la prostitución. Y esto, puede sospecharse, se debió a que la Policía apañaba el desempeño de las prostitutas reglamentadas y clandestinas.

En mayo de 1888, El Progresista, un medio de prensa carmelitano, protestó porque la Policía, en contra de las leyes, sostenía los bailes hechos en la “academia” de Matilde Arriola. El lugar era frecuentado, incluso, por las autoridades policiales. En marzo del mismo año, Luis Neves, comisario e hijo del jefe político y de Policía, estando allí de visita, se trabó en una pelea con un sujeto, propinándole un bastonazo. El hecho fue denunciado en la prensa.

En Colonia del Sacramento, en 1896, las casas de tolerancia se habían expandido desde la “ciudad vieja” (barrio Sur) a la “ciudad nueva”, pero eran todas clandestinas. Cuando la autoridad policial quiso controlar esto, “se levantó una grita” entre las prostitutas y “nada se realizó”. La Policía se limitó entonces a vigilar que las meretrices no “se lo pasen en las puertas o ventanas donde viven, motivando esto a estacionarse algunos transeúntes”. Los médicos de Policía eran los encargados de las inspecciones sanitarias a las prostitutas. El siguiente testimonio puede dar cuenta de algunas de las aristas de la dinámica establecida entre los facultativos y las meretrices.

En Carmelo, en octubre de 1876, el médico de Policía Juan B Dotto y varios vecinos se quejaron por la existencia de una academia de baile donde se ejercía la prostitución. Los vecinos, en una nota a la Comisión Auxiliar, sostenían que las mujeres habían sido “importadas como mercaderías”. Ya que el “orden público” es perturbado, se le exige a la “honorable Corporación” que en “obsequio a la moral y tranquilidad de las familias se sirvan disponer de la supresión de ese Establecimiento que a todas luces es perjudicial e impropio del modo de ser de nuestro pueblo”. Por su parte, el médico de Policía informa que atiende a tres enfermos de sífilis, los cuales la contrajeron en un “lupanar titulado academia de baile”. Invocando el Reglamento de Policía Sanitaria, solicita que la fuerza pública vigile el lugar, “impidiendo toda clase de reunión”. La “casa de prostitución”, al no declararse como tal, afirma el galeno, buscó evitar la “reglamentación y visitas sanitarias” a las que están sujetos estos negocios.

En carta enviada en noviembre de 1877 por el mismo doctor al jefe político y de la Policía, Máximo Blanco, se hace visible en su accionar el discurso sanitario-policial ejercido desde el saber científico y el Estado hacia el cuerpo y el alma de las prostitutas. Dotto menciona en su escrito que, merced a una nota de Jefatura de agosto de 1876, viene realizando la inspección sanitaria dos veces por semana. Ahora, sin embargo, algunas prostitutas se niegan a ser examinadas.

El médico solicita, por lo tanto, la ayuda de la Policía para “castigar y moralizar a estos seres depravados que, por su condición de fina corrupción, capaces son de inventar pretextos los más inconcebibles”. Se precisan estas medidas para evitar que “se extienda una sífilis infernal en este punto”. La intervención servirá asimismo para que se respete a la autoridad médica: “Que estos seres despreciables no se sobrepongan hollándola de la manera más irrisoria”. Plantea Dotto que si la jefatura ordenase que la mujer que no acepta la revisión saliese del departamento en 24 horas, ninguna lo haría, dado que todo son invenciones y fabulaciones.

La prostituta es presentada por el médico de la Policía como un ser ignorante e indómito que se resiste al saber científico. Las prostitutas, con su “fina corrupción” para inventar pretextos, buscan escapar del espéculo de la ciencia y del Estado, que las “viola”, develando su interioridad. Ante la mirada del médico y de la Policía este cuerpo privado debe “abrirse”, hacerse público para el control y la represión. Pero su ignorancia les veda esta “apertura”, les impide someterse a la ciencia y al Estado (padres y protectores de sus cuerpos, para ellas mismas y para la sociedad). Ante esta invasión del médico, la prostituta, como se hace evidente en la carta, requiere la protección de la Policía, reclamando ante la Sub-Delegación. El poder del médico depende del poder policial para ejercerse, y este puede frenar al primero; en el siglo XX, con la irrupción del batllismo, los médicos tendrán prioridad en el control sanitario sobre la Policía. Pero además de este hecho de jerarquías, el policía –y especialmente el subalterno– es el igual de la prostituta, al reclutarse en las clases bajas. Entre los sectores populares puede existir igualdad de códigos, los cuales faltan en el diálogo con los grupos ilustrados, a los cuales pertenece el médico. El subdelegado, además, confiesa que no existe “reglamento alguno para hacer que por él se rijan las Casas de prostitución que existen en el Pueblo”, siendo necesario que la Jefatura tome “algunas medidas de reglamentación”.

No obstante, al final, si se quiere salvaguardar a la sociedad de la plaga de la sífilis, el saber médico y la represión policial deben prestarse mutua ayuda. La ignorancia de estos “seres despreciables” que los lleva a ser receptáculos de la infección, debe corregirse, disciplinarse, someter cuerpo y alma a la praxis médica-policial. De esta forma las prostitutas adquirirán el respeto al saber y las jerarquías. Sin embargo, el doctor Dotto, tal vez cansado de estos ajetreos, renunciaría ese mismo mes como médico de Policía. Con relación al universo prostibulario, el discurso y accionar de la Policía y los médicos, según puede percibirse, no fue homogéneo. Quizás estos últimos, permeados por una militante ideología higienista, tendieron a criminalizar más a las prostitutas, exigiendo que se les imponga todo el peso de las reglamentaciones.

La prostitución en la prensa

Los vecinos de clase alta en las diferentes ciudades reclamaron, por intermedio de la prensa, el control de la prostitución, exponiendo sobre todo motivos morales. En la misma sintonía, los periodistas exigirán a la Policía y a las autoridades municipales una fiscalización rigurosa. El desorden del espacio urbano que traían los prostíbulos y las prostitutas será invocado con frecuencia.

Desde El Pueblo, de Carmelo, en 1886 se señala: “Es sabido que esos lupanares no pueden tener las puertas de calle abiertas, y mucho menos con cortinas que cubran las apariencias”. Vinculado al comportamiento de la Policía en el manejo de la prostitución clandestina en Colonia del Sacramento, en enero de 1896, el Departamento se enlaza en una discusión con El Censor. Mientras este último solicita que la fuerza policial haga cumplir la normativa sobre casas de tolerancia, el primero le recuerda que en Colonia no existen y que, por eso, prolifera el meretricio ilegal. En su opinión el ejercicio de la autoridad policial es correcto. Tiempo después, en 1908, el mismo periódico denunció a las autoridades que en el edificio de la excomandancia, convertido en una “casa-ruina”, se había establecido un prostíbulo. Los vecinos cercanos acudieron a la redacción, con el fin de llamar la atención “hacia quien corresponda”, para que se “tomen las medidas que el caso requiere”. No era concebible, ni por los vecinos ni por el periodista, que estos “focos de inmoralidades” se estableciesen en “puntos céntricos”. Desde esta mirada, controlar la prostitución, y sobre todo la clandestina, redundaría en ordenar y moralizar el espacio urbano.

Una opinión similar será la expuesta por Pedro H. Oroná desde las páginas de La Colonia, en 1907, sobre el barrio Sur. La existencia del barrio representaba “el peligro material de una región anti-higiénica y el perjuicio moral y material de un foco permanente de impudicia, de miseria, de haraganería, de perdición”, siendo albergue de “ganapanes, lupanares, muchas veces domicilio de malsanos sujetos”. Se plantea que el barrio debe “regenerarse”. “Las ruinosas casuchas que ofrecen el desgraciado golpe de vista de un montón de basuras junto a las murallas pueden desaparecer y dejar sitio limpio a las nuevas construcciones de casitas baratas, higiénicas, casitas para obreros, para gente humilde, bien alineadas en calles correctas que le den aspecto presentable y lo reincorporen en ‘traje’ decente al conjunto de nuestra ciudad”. Reformar el barrio llevaría a que perdiera sus características de “bajo”, acabando con la prostitución. Este proyecto edilicio, sin embargo, no sería concretado en el mediano plazo.

Las denuncias de la prensa apuntaron a desterrar a la prostitución del espacio ciudadano. Los lugares donde se practicaba la prostitución, en pueblos poco extensos y de pocos habitantes, sin duda la hacía por demás visible, provocando la alarma de los vecindarios.