Nibia Sabalsagaray Curutchet nació en 1949 en Nueva Helvecia, Colonia. Fue la mayor de cuatro hermanos; Juan, Ana y Stella eran los menores. La madre falleció al dar a luz a Stella. Frente a esa situación, Elbio, el padre de los pequeños, resolvió afincar a sus hijos en Nueva Helvecia, donde podrían ser cuidados por sus abuelos maternos. Hasta ese momento la niñez de los tres hermanos mayores había transcurrido entre Nueva Helvecia, Juan Lacaze y Boca del Rosario. “Mi papá trabajaba entre semana en la textil Campomar, en Juan Lacaze, y los fines de semana viajaba a Nueva Helvecia para vernos y, de paso, ayudaba a mi abuelo a trabajar en la empresa de camiones que tenía”, evoca Juan.

También advierte que no le gusta hablar acerca del trágico desenlace de Nibia, porque “es una herida que año tras año seguimos revolviendo”. Sin embargo, en su casa ubicada en el barrio Isla Mala, en Juan Lacaze, con el retrato de su hermana mayor colgado en una pared, desgrana palabras cargadas de amor y admiración hacia ella. La Chinita –así era el apodo de Nibia– fue una destacada estudiante de preparatorios en el liceo de Colonia Valdense. Y en 1967, culminada la etapa liceal, Nibia pretendió trasladarse en Montevideo para seguir con los estudios, pero “mi padre, al ver cómo estaba la situación política, no la dejó ir”, comenta Juan. En 1968, a pesar del complejo contexto político y social existente, no hubo manera de frenar el impulso de Nibia por continuar su trayectoria educativa.

En el salón 2 del Instituto Profesores Artigas (IPA) se encontraron tres muchachas que se convertirían en entrañables amigas: Nibia, Antonia Yañez y Sara Youtchak. La amistad entre las muchachas se afianzó a medida que avanzaban en sus carreras profesionales y en la militancia política ejercida en la Unión de la Juventud Comunista, en un marco signado por la fuerte represión, medidas prontas de seguridad, y asesinatos de estudiantes.

La militancia era intensa, recuerda Antonia. En el IPA había cuatro turnos, “entonces nosotros estábamos mucho en el instituto”. En las noches se desarrollaban asambleas y “todo era muy discutido y terminábamos tardísimo”. “Hacíamos todo juntas”, rememora.

“Nuestros cuentos, nuestras historias, nuestros amores, nuestras decisiones, todo pasaba por una conversación entre nosotras”, valora Antonia, y destaca que “hoy veo a las chiquilinas que conversan exactamente igual que nosotras, en el liceo, en los ómnibus, en las plazas, y me retrotrae a todos esos recuerdos”. “La muerte tan inesperada” de Nibia “inmediatamente nos cambió la vida, marcó un antes y un después que hasta el día de hoy siento en lo más profundo de mí”, remarca.

Marcos Carámbula conoció a Nibia por dos caminos distintos. Ella era novia de Francisco Paco Laurenzo, “un gran amigo que estudiaba Arquitectura y militábamos juntos en la Federación de Estudiantes Universitarios (FEUU), en el Partido Socialista y luego en el Partido Comunista”. Además, la China había sido compañera de estudios de Elena, su actual esposa, “que en aquel momento era mi novia y estudiante del IPA”.

Los cuatro hermanos Sabalsagaray Curuchet (de izq. a der.) Nibia, Stella, Juan y Ana.

Los cuatro hermanos Sabalsagaray Curuchet (de izq. a der.) Nibia, Stella, Juan y Ana.

Foto: Ignacio Dotti

Los últimos días

El 12 de junio de 1974 “fue el último día que vi con vida a mi hermana”, recuerda Juan. Ese día, Nibia viajó hasta Nueva Helvecia para conocer a su sobrina, Natalia, la hija mayor de Juan. Por aquellas horas, Nibia “estaba buscando a Paco”, que había sido secuestrado en los primeros días de mayo y que fue liberado “unos días antes de la muerte de mi hermana”.

El 27 de junio de 1974, en el IPA se realizó un acto en rechazo a la dictadura cívico-militar que se había instalado el año anterior. Ese día los militares “marcaron a mi hermana”, asegura Juan. Dos días después, sonó el teléfono en la casa de una vecina de la familia de Nibia en Nueva Helvecia. Alguien llamó y dijo que la muchacha “se había suicidado”, luego de haber sido detenida en su domicilio, el Hogar Estudiantil Textil Lacacino, y conducida al Batallón de Ingenieros 5.

Frente a esa versión otorgada por el Ejército, sus familiares y amigo preguntaron: “¿Por qué motivos habría de matarse?”. “Nosotros estábamos totalmente tristes”, recuerda Juan. “El médico de mi abuela, Jourdán, nos ayudó a entender el documento que venía junto al cuerpo de mi hermana” desde el Hospital Militar. “Decía algo así como que se había ahorcado con una media y un montón de palabras científicas que no entendíamos”. Este documento también contenía una llamativa recomendación: “que no se abriera el cajón”.

Marcos también recuerda lo acontecido en los días que rodearon a la muerte de Nibia. “Fue muy doloroso y dramático”, porque ella era una mujer “que estudiaba y trabajaba, todo lo hacía dentro de sus ideas, su pensamiento, su lucha por un mundo mejor”. La muerte de Nibia “es un punto de inflexión muy duro en mi vida”, afirma.

El velatorio de Nibia se realizó el 30 de junio de 1974 en la casa de su abuela. Concurrieron familiares, amigos y mucha gente conocida de la familia. “También había personas que no se sabía quiénes eran, pero después nos enteramos que eran militares infiltrados”, comenta Juan.

Juan Sabalsagaray, en su casa, en Juan Lacaze.

Juan Sabalsagaray, en su casa, en Juan Lacaze.

Foto: Ignacio Dotti

Marcos y Paco viajaron juntos al velatorio de la muchacha. Ellos tampoco aceptaban la posibilidad de que Nibia se hubiera suicidado. El certificado de defunción expedido por los militares “no era claro”, y la familia de Nibia y su novio plantearon que quería revisar el cuerpo. Marcos, estudiante de Medicina en ese momento, asumió el compromiso. “El dolor fue enorme al ver a Nibia de esa manera”, evoca. “En una pieza de la casa de mi abuela, Marcos, un tío nuestro y yo abrimos el cajón y comenzamos a anotar lo que nos iba diciendo Marcos”, apunta Juan.

Al entierro que se hizo en el cementerio local “fuimos caminando”. “El cementerio quedaba lejos y la ciudad estaba en estado de shock”, agrega Juan. Marcos y Paco volvieron esa misma noche a Montevideo, porque “tenía que confirmar lo que había visto en el cuerpo de Nibia”, recuerda Marcos. “Cuando llegamos fui directamente a la casa del profesor Julio Arsuaga, decano de la Facultad de Medicina y docente de Medicina Legal. Le entregué las anotaciones que habíamos realizado en base a lo que observé en el cuerpo de Nibia, y sus palabras fueron tan claras que hasta el día de hoy las recuerdo: ‘De ninguna manera fue un suicidio’”, evoca Marcos.

Justicia tardía

En setiembre de 2004, Stella, la menor de los hermanos Sabalsagaray, presentó una denuncia en el Juzgado Letrado de Primera Instancia en lo penal de 10° turno, solicitando la investigación de las circunstancias de la muerte de Nibia.

Casa de la familia Curuchet en Nueva Helvecia, donde ocurrió el velatorio a Nibia Sabalsagaray en 1974.

Casa de la familia Curuchet en Nueva Helvecia, donde ocurrió el velatorio a Nibia Sabalsagaray en 1974.

Foto: Ignacio Dotti

Las observaciones desarrolladas por Carámbula permitieron, muchos años después, reconstruir la autopsia del cuerpo de Nibia y concluir que ella no se había suicidado.
“Nosotros no íbamos a los juzgados, no la pasábamos bien estando ahí y preferíamos sentarnos afuera en alguna plaza a esperar”, dice Juan. Era importante para la familia saber la verdad, y “por eso presentamos la denuncia”, pero también “supimos sufrir todo ese proceso”, remarca.

En 2010, el juez Rolando Vomero procesó al general Miguel Dalmao, que en ese momento se encontraba en actividad, y al coronel retirado José Chialanza por el homicidio especialmente agravado de Nibia. En 2011 el Tribunal de Apelaciones de 3° Turno ratificó la sentencia en contra de Dalmao y de Chialanza, y finalmente, en 2013, la jueza Dolores Sánchez condenó a Dalmao a cumplir 28 años de prisión por entender que el militar sometió al procedimiento llamado ‘submarino seco’ a la joven coloniense.
“Era mediodía, estaba por cocinar y tenía el noticiero de fondo cuando escucho que nombran a Nibia y anuncian que habían condenado a Dalmao”, recuerda Juan. Ese momento “fue inexplicable”, hubo “alivio, nerviosismo, felicidad y a la vez tristeza” porque “se me cruzaba la China en mi cabeza”, pero, por sobre todas las cosas, lo más importante fue que se hizo justicia”, valora el hermano de la joven docente asesinada en 1974.