En febrero de 1916, Cristina Zerpa, de 17 años, llegó a Canteras del Riachuelo con la misión de construir una escuela. Iba acompañada por su hermana Teresa, un año menor que ella. Ambas habían accedido a su título de maestra en diciembre de 1915, tras la aprobación de un examen que habían preparado en Colonia del Sacramento bajo la dirección de la maestra Del Pino. El Estado había puesto a su disposición un galpón, cedido por el dueño de las canteras de piedra en el que, a partir de entonces, además de una escuela, debía ser su residencia. Cristina fue designada “directora interina”. Teresa, en cambio, debía contentarse con el cargo de “asistente honoraria”. Esta situación era una práctica común; a pesar de que habían transcurrido 40 años desde el impulso reformador de José Pedro Varela, las posibilidades estatales de formar al cuerpo magisterial eran muy restringidas.

El 1º de marzo de 1916 comenzaron las clases en la escuela 56 de Canteras del Riachuelo con un total de 13 alumnos. Cristina Zerpa relata en sus cartas y en el libro Diario de la escuela la desesperación con la que vivió los primeros meses de trabajo: las familias obreras de la zona no enviaban a sus hijos a la escuela, los pocos niños que concurrían a clase tenían hambre y estaban desabrigados, no se contaba con mobiliario escolar suficiente y los baños no funcionaban. La desilusión de las maestras se hacía palpable en sus palabras, habían llegado con nombres de pedagogos e ideas innovadoras, pero se encontraron con una realidad material que les impedía ponerlas en práctica, porque antes debían ocuparse de las necesidades más básicas.

Sus estrategias para ayudar a la comunidad fueron cambiando con el tiempo, pero su intensidad no tuvo descanso. En un principio, Zerpa se concentró en visitar los hogares de las familias con niños y en difundir los beneficios de la educación. En estas recorridas solía ir acompañada por los oficiales de la subcomisaría del paraje. En esta etapa también utilizó los contactos que tenía por su padre, Juan Zerpa, quien se desempeñaba como comisario del Real de San Carlos. Entre ellos buscó benefactores privados que la ayudaran a conseguir ropa y comida para el alumnado. Obtuvo varias donaciones de vestimenta, comida y una vaca que le permitió dar una copa de leche a los estudiantes.

Todas estas acciones incrementaron de forma rápida la asistencia escolar y tuvieron un fuerte impacto en las vidas de las familias de la zona que comenzaron a establecer un vínculo estrecho con esta maestra. En 1965, al cumplirse sus 50 años de trayectoria profesional, fue homenajeada por la Unión de Magisterio y por sus exalumnos. Así la recordaban entonces: “Atraída quizá por el olor de la pobreza y la bondad de un pequeño núcleo de familias, vino sonriendo con unos cuantos libros bajo el brazo y esa gran esperanza que en ella era arma integral de sus inquietudes. Vinieron niños de la mitad de la tierra, acudieron niños desde la mitad del trigo con sus guardapolvos a medio hacer, niños desde el propio tronco de las canteras, que venían a desmayarse de hambre sobre los bancos, sin un lápiz, con un cuaderno también desnutrido… Pero María Cristina lo enfrentaba todo”.

En 1920 conformó una Comisión de Fomento que tenía como objetivo principal hacer reparaciones en la escuela, conseguir materiales y mobiliario. La principal estrategia de la comisión para recaudar fondos era la realización de festivales, fiestas o kermeses.

Este gran trabajo con la comunidad logró un fenómeno poco común en la época y consiguió que la escuela llegara a tener más de 200 alumnos. La cantidad de personal fue uno de los problemas más grandes a los que se enfrentó Zerpa debido a que no se podía contratar maestros con fondos privados.

En 1927 y, tras muchos reclamos, llegó el primer maestro ayudante a la escuela. Ese día Cristina dejó constancia de la alegría que sentía porque se podría comenzar a llevar a cabo su verdadero plan de acción. Entendía que hasta entonces no se había podido trabajar correctamente y que eso había dejado algunas lagunas en el aprendizaje.

A comienzos de 1928, Cristina Zerpa contrajo matrimonio con el maestro Jesualdo Sosa y ambos se trasladaron a una nueva vivienda en Canteras del Riachuelo. Al comenzar el año escolar, se le ofreció a Sosa un puesto como maestro ayudante. Desde ese mismo año, se creó un grupo de “Perfeccionamiento cultural”, destinado al alumnado que ya habían finalizado los tres años de instrucción básica obligatoria y que estaría bajo la tutela de Sosa.

La gran crisis mundial conocida como la Gran Depresión llegó a Canteras del Riachuelo para arrasar con todo y marcó el último período del trabajo de Zerpa en la escuela 56. En enero de 1931, la empresa Ferro debió cesar su labor debido a que el gobierno argentino había gravado con un peso cada tonelada de piedra y, siendo ese el país de destino de todo lo producido en la localidad, no resultaba rentable seguir con la producción. La mayor parte de la población del paraje dependía de los jornales que recibía por trabajar en la cantera, por lo que se hundieron en una gravísima crisis económica. Incluso los pequeños comerciantes debieron cerrar sus puertas como consecuencia del bajo poder adquisitivo de la población de la zona.

Durante este período el cuerpo magisterial de la escuela 56 tuvo un papel muy activo y asumió la voz de la localidad en la mayoría de los reclamos que se hicieron al Estado. Invitaron al presidente Gabriel Terra para presentarles las dificultades por las que estaban atravesando y trasladaron los reclamos al gobierno departamental. Al dejar constancia de estas acciones en el libro Diario de la escuela, Cristina explicitaba la forma en que concebía los vínculos entre su profesión y la comunidad: “Creo que esta es la única forma de ir el maestro al corazón de un vecindario. Nada hace que el maestro instruya si hace oídos de mercader al dolor que le rodea; en cambio, un gesto de cooperación enlaza la escuela con el hogar sin que nada pueda destruir esa unión”.

Gracias a la gran insistencia con la que solicitaron ayudas gubernamentales, obtuvieron algo de dinero para apoyar a la población. En este período la escuela asumió un rol central en la comunidad de Canteras del Riachuelo como gestora de los bienes que el Estado hacía llegar a cada hogar.

El dinero que se les otorgó, sin embargo, era insuficiente para satisfacer las necesidades de las familias durante todo el período de la crisis. Si bien hubo una baja significativa en las asistencias, eran muchos los niños que seguían acudiendo a la institución y el hambre era moneda corriente en los salones. Los sentimientos de Zerpa ante esta situación se hacen evidentes en las anotaciones que dejaba en el libro. Destaca la desesperación ante la situación y la impotencia que siente al, por primera vez en 17 años, no tener herramientas con las que ayudar a la comunidad: “Tuve que afrontar la crisis de la posguerra, pero tuve siempre de dónde sacar recursos sin que los niños sufrieran, pero este año me declaro impotente. No sé cómo defenderme. Con el edificio en ruinas, sin material escolar, con una paralización del trabajo de 21 meses, con hambre, miseria, angustias, cuadros desgarradores en todos los hogares, ¿qué podemos hacer? Luchar por levantar el espíritu decaído es lo único. Cantar y alimentar esperanzas... Pero, entre tanto, los fondos de la Comisión se han agotado y hoy no puedo dar pan a los niños... Es tan atroz para mí que quisiera salir por cualquier camino estirando mi mano para traerles pan…”.

La crisis económica pasó, la cantera volvió a abrir sus puertas y la actividad en la escuela volvió a alcanzar el ritmo que tenía previamente. En 1935 el maestro Sosa publicó el libro Vida de un maestro, en el que relataba la vida de las familias del paraje y su relación con la escuela, el funcionamiento general de la institución y, específicamente, las particularidades de la experiencia pedagógica que había estado llevando adelante con los niños del grupo de perfeccionamiento cultural. Allí también plasmaba sus principales ideas pedagógicas que sustentaron su experimento, y realizaba una dura crítica al sistema educativo de la época.

El libro fue un éxito de ventas principalmente en Uruguay y en Argentina, y su difusión tuvo un alcance transcontinental. Esto significó para el maestro y para la escuela la fama internacional, lo que condujo a Sosa a ser convocado para dar múltiples conferencias al este y al oeste del río Uruguay y despertó el interés de muchas personas que decidieron visitar la escuela.

Cuando se habla de Jesualdo Sosa suele hacerse referencia a su práctica pedagógica desarrollada en la escuela 56 de Canteras del Riachuelo y a su actividad como miembro del Partido Comunista del Uruguay (PCU), a sus viajes por el mundo colaborando con los diseños de los sistemas educativos de distintos gobiernos.

Cristina Zerpa, su primera esposa, llegó a la escuela 56 doce años antes que él y se unió al PCU el mismo año en que él lo hizo. Sin embargo, su nombre es mencionado unas pocas veces cuando se hace referencia a la experiencia de Canteras del Riachuelo y sólo se suele mencionar que fue la directora de la escuela durante la estancia de Jesualdo.

Al exponer los logros que se atribuyen a Sosa sin analizar la situación de la escuela en la que se desarrollaron, sólo se obtiene una lectura llana que no puede explicarse sin apelar al pensamiento mítico, a un hombre con cualidades sobrehumanas. En el momento en que Sosa llegó a la escuela, Zerpa llevaba 12 años construyendo un vínculo estrecho con la comunidad, visitando a los vecinos para pedirles que enviasen a sus hijos a la escuela, haciéndolos partícipes de la construcción del recinto escolar, invitándolos a múltiples festivales, consiguiendo comida y abrigo para sus hijos, ofreciéndoles una biblioteca popular en la que pudieran consultar libros que, de no ser por ella, nunca hubiesen estado a su alcance.

El vínculo que se iba tejiendo entre una institución y la directora como su máxima representante y las familias obreras de Canteras del Riachuelo es el que explica que, cuando un maestro desconocido llegó en tiempos de crisis y les pidió a los padres obreros que enviasen a la escuela a los niños que ya habían completado los tres años obligatorios de escolarización, teniendo en cuenta todo lo que esto implicaba para la economía familiar, ellos accedieran con gusto.

Todos estos elementos, sumados al trabajo de maestros que atendieron a más de 200 niños pequeños de diferentes grados en un único salón, permitiendo a Sosa trabajar en un espacio exclusivo para él y su grupo, integrado por los 30 niños mayores que ya habían adquirido los conocimientos que exigía el programa de educación primaria para escuelas rurales, resultan indispensables para comprender el éxito que tuvo el experimento pedagógico realizado por Sosa.

La escuela 56 de Canteras del Riachuelo hoy lleva el nombre de Jesualdo Sosa. En el acto institucional en el que se le otorgó su nueva denominación, tomó la palabra uno de los hijos de la pareja y señaló que sentía “la misma admiración, el mismo respeto y el mismo cariño por otra gran maestra: María Cristina Zerpa, que fundó la escuela, le dio vida, la llevó adelante frente a las adversidades y que la puso a disposición de Jesualdo y de todo el equipo docente; [...] para hacer realidad las ideas y los sueños de aquel. Se suele decir que detrás o junto a cada gran hombre que hace cosas que importan hay una mujer importante. En esta experiencia educativa de Canteras de Riachuelo esto ha sido así. Perdónenos esta disquisición que, hijos al fin, creemos que es justicia para aquella entrañable mujer y maestra que fue María Cristina”.

No se trata de establecer quién hizo mejor su trabajo, quién tuvo mayores logros o qué nombre debería llevar la escuela. Se trata de intentar comprender los acontecimientos del pasado de la forma más completa posible y para ello es necesario revisar fuentes históricas vinculadas al ámbito privado. Es allí donde encontraremos la mayor parte de las voces de las mujeres.

La historia de la educación en nuestro país se ha realizado bajo los métodos más tradicionales, es decir, basándose en el análisis de fuentes pertenecientes al ámbito público, históricamente poblado de hombres. Una nueva forma de hacer historia nos ofrece poner el énfasis en las fuentes que se originaron en el ámbito privado, cartas y diarios personales o, como en este caso, la apropiación de un documento oficial: el libro Diario de la escuela. En literaturas de este estilo podemos encontrar las voces de esas mujeres que hicieron la historia en las sombras, en silencio, tejiendo lazos y plasmando en la acción sus ideas.