“Buenas tardes, ¿algún sillón tapizado con hierro, aluminio o titanio tendrás? Es que me voy al cine y al perro no le cae en gracia quedarse solo”.

Venganza o enojo son conclusiones comunes a las que solemos llegar cuando abrimos la puerta de casa y la situación es muy similar a la de Europa durante la posguerra; “ansiedad por separación” es el nombre que recibe esta enfermedad, que provoca en el animal un estado reaccional que lo lleva a adoptar conductas similares al miedo asociado a la separación de su figura de apego (que suele ser su dueño).

La sintomatología en general no deja dudas, y las distintas señales se pueden manifestar por separado o todas al mismo tiempo: destrozos en la casa (puertas, paredes, muebles, objetos en general) como consecuencia de un comportamiento exploratorio aumentado, vocalización excesiva (entiéndase por esto ladridos, aullidos o “llantos” interminables), orinar y defecar dentro de la casa, la mayoría de las veces próximo a las puertas de salida. En ocasiones hasta pueden tener diarrea, vómitos o lesiones en la piel. Más allá de la trilogía de síntomas, el perro puede anticipar la salida de sus dueños y manifestarse incluso cuando oye el ruido de las llaves, la mochila toma protagonismo o aparece cualquier objeto que se asocie con el momento de la partida.

Aún no existe consenso sobre las causas de este problema, pero los especialistas coinciden en que aparece por un cúmulo de factores. A las seis u ocho semanas de edad el cachorro comienza a ser rechazado por su madre; no del todo, pero ya no es lo mismo que antes, lo que le provoca un estado de ansiedad que lo lleva a buscar nuevos vínculos. Este rechazo tiene una finalidad clara: fomentar de forma progresiva su independencia.

El problema comienza cuando el cachorro es adoptado por nosotros y, producto de la novedad, los cuidados extremos y demás cuestiones, se empieza a establecer un vínculo muy cercano entre cachorro y dueño. Esto lleva a que se mantenga una dependencia con su nueva referencia y que se pierda el objetivo inicial de la madre: lograr que el cachorro se independice para que pueda actuar correctamente cuando lleguen los momentos de soledad.

De hecho, el problema no es miedo o ansiedad por la soledad en sí misma, sino por la ausencia de su figura de apego. En general comienza a aparecer cuando el animal llega a la pubertad (de los 12 a los 18 meses en machos y en el segundo celo en hembras) porque es entonces cuando son expulsados o alejados a lugares distantes dentro del grupo-manada.

Cuando el problema ocurre con cachorros menores de esa edad, no se debería atribuir a una patología sino a un juego excesivo o a un ambiente poco estimulante.

Cómo prevenirlo

El momento indicado para actuar es apenas el cachorro llega a casa. La clave es intercalar instancias sociales y en familia con otras de soledad, relacionando estas últimos con episodios agradables y beneficiosos. Se pueden realizar sesiones de entrenamiento para tal fin simplemente dejando al cachorro en una habitación con algún juguete o premio para morder o comer y dedicarnos a entrar y salir ignorando al animal. Quizá al principio al cachorro se le dé por seguirnos, pero cuando comience a ver que vamos y venimos sin que ocurra una catástrofe –mientras él está comiendo un hueso o intentando sacar comida de una botella, por ejemplo– empieza a convivir con la posibilidad de quedarse solo sin ninguna consecuencia negativa.

Es un buen ejercicio tener una radio en la casa, de forma que nuestra ausencia no implique para el cachorro el silencio absoluto, con la consiguiente aparición de ruidos antes no escuchados que pueden alterar su conducta.

Cuando nos vamos, además, deberíamos darle la chance de que acceda a juguetes, alimentos escondidos o algo para que tenga qué hacer en los minutos posteriores a nuestra partida; de esta manera dirigimos su atención a ellos a la vez que favorecemos que este tipo de problemas no aparezcan. De todos modos, antes de irnos debemos preparar la casa para que no corra riesgo su salud (atención a cables, objetos cortantes, vidrios) y, de forma secundaria, disminuir la posibilidad de daños. No olvidemos que los cachorros tienen la actividad exploratoria aumentada y es normal que muerdan algunos objetos en este período.

Si bien esta alteración está directamente relacionada con la duración del problema, la edad del animal y otros factores, realizando un adecuado tratamiento es posible la reducción de los síntomas e incluso la desaparición del trastorno en la mayoría de los casos; cabe decir que existen muchas afecciones orgánicas y de otro tipo que deben ser evaluadas por un profesional para llegar a un correcto diagnóstico y tratamiento.