Los impulsaron las ganas de devolver bicicletas usadas a las calles, de transformar pasajeros de ómnibus en ciclistas y de trabajar de forma honoraria y en conjunto para hacer crecer ese medio de transporte. Fue así que seis años atrás un grupo de amigos organizó Liberá tu Bicicleta. Querían que más gente pudiera movilizarse con autonomía, de forma amigable con el ambiente, y de paso, que se ahorrara el boleto. El proyecto consiste en pasar a buscar bicicletas que reciben en donación y ponerlas a disposición de quien no puede acceder a una. Arrancaron con un taller de reparaciones en una azotea y desde 2015 comparten el Espacio Contenedor, vecino del Velódromo Municipal, con Pedaleá Parque Batlle, un sistema de préstamo gratuito de bicis.

Liberá se organiza recogiendo entre cuatro y seis bicicletas por semana y sorteándolas entre las 20 o 40 personas que suelen acercarse. “No están 100 % funcionales; son bicis viejas. Entonces, después se hace el arreglo junto con quienes salieron sorteados”, explica Carlos Bruno, integrante de este colectivo. Esta escena se repite todos los sábados a las 14.00, mientras al taller acuden interesados también en la autorreparación: es decir, van con su propia bicicleta a trabajar con las herramientas a mano, con ayuda del equipo y algunos repuestos para poner a punto el rodado.

Pero mañana, a la izquierda del Velódromo, sin bombos ni platillos, van a llegar a las 1.000 bicicletas liberadas desde que empezaron el proyecto. El taller será un poco más grande, ya que el plan es liberar diez bicicletas, entre ellas la número 1.000, que va a ser una “un poco más linda”, adelanta Bruno. “Nos llegó hace un tiempo, es un poco más nueva que la media de bicis que tenemos, y le vamos a poner una parrilla y unas alforjas. No es cero km pero ponele que tiene dos años de uso y un solo choque”, bromea.

Mudanzas

Bruno destaca el buen ambiente del taller, que describe como “un espacio de laburo compartido”. La base de operaciones estuvo primero en la casa de Pablo Albarenga, quien dio el puntapié inicial en 2013. Desde entonces el proyecto, que nació sin financiación, “creció porque en Montevideo hay una red de contención, de gente que dona, confiando en que hay un buen fin, y porque hay un montón de gente que a la bicicleta le dedica pila de tiempo”, observa Bruno. Los voluntarios se fueron sumando y el volumen de insumos llegó a ocupar las azoteas contiguas. “Era un fierrerío tremendo”, recuerda Bruno. “Cuando estaba todo por explotar, hicimos un lindo trabajo para la Intendencia, en abril de 2015 –pusimos a punto unas bicis para discapacitados– y quedamos con un buen vínculo. En el Velódromo querían revitalizar el uso de la bici e inventamos en conjunto el proyecto Pedaleá Parque Batlle. Era tener 20 bicicletas para que la gente pudiera usarlas en el parque o en la pista. Pero esas bicis de préstamo necesitan mantenimiento, y acordamos hacerlo a cambio del uso del espacio”.

Aunque ninguno era mecánico, supieron manejarse, y el equipo se extendió a 12 personas. Además, recalca Bruno, “la bici no es un objeto muy complejo; lo sencillo se aprende con dos indicaciones, y para lo complicado tenemos un par de mecánicos viejos que son impresionantes. Puede llevar más o menos tiempo, pero sale solucionado”.

Hace años los ilusionaba la idea de que les abrieran un galpón y apareciera “una joyita inglesa” de regalo. Pero eso nunca pasó. “Algunas tienen historias súper interesantes, sobre todo de apego de sus ex dueños, a veces tiene detalles, componentes italianos. La mayoría son comunes, de la década del 90 o del 2000, tipo Ondina o Winner. Son bicis que la gente va dejando de usar y, afortunadamente, antes de que se terminen de deteriorar, toman conciencia de que está bueno que sigan rodando”.

Si bien el taller está centrado en un medio de transporte para adultos, una vez al mes hacen “un paquetito” y van a centros juveniles y hogares de niños a los que llevan las bicicletas chicas que reciben.

Otra faceta de Liberá son las clases de pedaleo para adultos: “en Uruguay un porcentaje bajísimo de la población no sabe andar en bicicleta. No hay estadísticas, pero de ellos 99 % son mujeres”.

Un dato nada menor es cómo fueron adaptando el proyecto al público que convocaban. “Cuando empezamos en la casa de Pablo, eran sobre todo estudiantes de clase media. Cuando nos pasamos al Velódromo, la población cambió radicalmente”, describe Bruno. “Se fue moviendo la aguja. Hace dos años era 50% inmigrantes, 50% gente en situación de calle. Nos hizo cambiar las características del trabajo. Al principio hacíamos que cada uno tuviera la chance de armarse su bici con ruedas, cuadros, etcétera. Cuando van seis personas a hacerse un Frankenstein podés tener control de que ese Frankenstein camine y asuste. Cuando son 20 o 30 es frustrante e incómodo. Primero armamos paquetes de piezas compatibles y después pasamos a las bicis prontas para empezar a trabajar, con lo que redujimos mucho el caos”.

Bruno cuenta que “el espíritu original era que te armaras tu bici y, después de que te compraras la que querías, devolvieras la que te llevaste. Ahora prácticamente no hay devolución por el perfil de la gente que va”. Igualmente está convencido de que la bicicleta genera un tejido de sociabilidad: “No se me ocurre un Liberá tu Licuadora o Liberá tu Celular”.

Liberá tu Bicicleta funciona en el colorido Espacio Contenedor (al costado del Velódromo) los sábados de tarde. De 12.30 a 13.30 hay clase de pedaleo para grandes. De 14.00 a 17.30 hay taller de liberación y de autorreparación. Por consultas o donaciones: [email protected].